Recién graduado de la universidad entré a trabajar a la OEA, en Washington. Imaginé que encontraría a gente preocupada todo el día por defender la democracia, la paz, la prosperidad y la justicia en nuestra región. En la práctica, su principal preocupación era defender y mantener su puesto. Debían justificar los proyectos que justifiquen su cargo, su sueldo y sus beneficios.
Lo que ocurre en la OEA ocurre en el sector público de cada país. El funcionario público de cualquier institución necesita justificar la existencia de dicha institución. Mientras en el sector privado el empleado tiene incentivos para generar ahorros, eficiencias y mayores ingresos en la empresa, el incentivo en el sector público es al revés. El ahorro y la eficiencia van en contra de los intereses del funcionario público, van en contra de su propio trabajo. Quien busque mejorar y dinamizar el sector público, volver más eficiente su institución, recortar proyectos inservibles, será puesto en su sitio de inmediato.
Veo a Correa, a Ricardo Patiño, Gabriela Rivadeneira y sus amigotes socialistas reunidos con Maduro en Venezuela, donde asistieron como “observadores” internacionales en las últimas elecciones. Los escucho defender a un gobierno corrupto del que todos buscan huir, a un sistema político que mata a la gente de hambre. Correa dice a la prensa que “sin lugar a dudas, el sistema electoral venezolano es lo mejor del mundo”. No es chiste, lo dice en serio.
Uno se pregunta, ¿cómo puede alguien defender un gobierno evidentemente fracasado y corrupto como el de Maduro? ¿Cómo pueden hacer el ridículo alineándose con un gobierno y un personaje así? Y la razón es la misma que tiene el funcionario público que defiende programas o instituciones ineficientes o inservibles: defienden su interés personal, su fuente de ingresos, su billete.
El socialismo es un gran negocio. Mantiene Estados obesos y corruptos de los que lucran sus fieles dirigentes, políticos, funcionarios, contratistas, arrimados, enchufados y esa élite de socialistas internacionales a la que hoy pertenecen tristes personajes como Correa y Zapatero. Ellos saben que Venezuela es un desastre. Han estado ahí, conocen bien su realidad, pueden ver y palpar la pobreza, el abandono, los abusos, la corrupción. Pero su negocio no es defender lo justo, su negocio es defender a los suyos.
Los socialistas quieren, al final del día, lo mismo que los empresarios capitalistas que tanto critican: quieren dinero, comodidades y estabilidad para sus familias. Sin socialismo en el poder, no tienen quien financie sus actividades, quien pague sus honorarios, sus hoteles, sus viajes, sus cenas. Sus ingresos dependen del éxito de sus candidatos en las elecciones, de contar con un Estado despilfarrador que reparta sin control fondos para sus consultorías, sus fundaciones, sus “proyectos sociales”, y cualquier excusa con tufo patriotero.
Correa y sus amigos seguirán defendiendo a Maduro y a cualquiera de los suyos sin importar lo corrupto o desastroso que sea su gobierno. Necesitan a los socialistas en el poder para mantener su estilo de vida. Ese es su negocio.
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