lunes, julio 13, 2020

Asma y pies planos

Sexto curso del colegio. Teníamos cita para el servicio militar “obligatorio”. Nos presentamos llevando bajo el brazo radiografías, exámenes y certificados con columnas chuecas, pies planos, graves condiciones de asma, miopía, epilepsia o lo que fuera para cumplir con el absurdo trámite de demostrar que el joven no puede servir a la patria en el campo de batalla. Al final, todos salimos calificados como inhábiles.

He recordado este episodio de mis 18 años ahora que ha salido a la luz que asambleístas y funcionarios han obtenido fraudulentamente carnés de discapacidad para importar vehículos más baratos.

Hay que ser muy sinvergüenza para inventarte una discapacidad y tramitarte con tus palancas e influencias un carné que te llena de privilegios. En cualquier país medianamente civilizado, estos políticos presentarían sus disculpas públicas y su renuncia. Pero acá, nuestra clase política ha alcanzado tales niveles de cinismo que siempre hay una excusa. Siempre hay otro escándalo que nos hará olvidar el escándalo anterior. Ahí continúan, en sus cargos, con sus privilegios, sin vergüenza alguna.

Pero también es verdad que vivimos bajo un sistema que incentiva estas conductas. Muchos, no solo políticos, se han palanqueado una discapacidad o un aumento en el porcentaje de su discapacidad para pagar menos por sus impuestos, servicios básicos, pasajes, o evitar que los despidan gracias a las indemnizaciones casi impagables que la ley exige para una persona con discapacidad. Y muchos más se benefician de esta trampa. Los concesionarios de autos, por ejemplo, hacen campañas publicitarias dirigidas exclusivamente a compradores con carné de discapacidad. Sí, no es ilegal esa publicidad, ni le corresponde al concesionario verificar el origen o veracidad del carné. Pero ellos bien saben cómo es la movida. Participan de un sistema corrupto y tramposo que un exceso de impuestos y regulaciones impulsa.

Como casi siempre, en este caso el Estado crea las condiciones para la corrupción. En un país abierto, justo, con aranceles mínimos, libre competencia, sin absurdos proteccionismos, salvaguardias, impuestos especiales y otros robos “legales”, no estaríamos hablando de tantos falsos discapacitados. No existiría el incentivo.

Los sinvergüenzas con sus carnés deben pagar su sinvergüencería. Nada justifica sus actos. Pero no confundamos el origen de tanta trampa. No se trata de algún gen corrupto que afecta a los ecuatorianos. El origen está en un Estado metiche que crea las condiciones para una sociedad tramposa, que siempre buscará formas para evadir regulaciones o impuestos excesivos.

El desfile de estudiantes de sexto curso con certificados médicos terminó cuando finalmente se eliminó el servicio militar obligatorio unos años más tarde. Ya no era necesario cumplir el trámite para excusarse de una obligación absurda. Gran parte de las trampas y corrupción que hoy vivimos terminará cuando el Estado deje de complicarlo todo, y nos deje importar, producir, comprar y vender a todos por igual, sin privilegios, en libertad.


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