El Gobierno parece dar marcha atrás con los impuestos que pensaba clavarnos. No lo hace porque de repente se ha dado cuenta de su error. Lo hace ante la presión y las críticas que generó esta criminal decisión de meternos la mano en el bolsillo durante la peor crisis del país.
Este modelo no da más. Pero el Gobierno pretende, como si nada pasara, que sigamos pagando y manteniendo los privilegios de un sector público obeso y caduco, manchado por una inmensa corrupción.
Lenín nos emocionó al comienzo. Logró importantes cambios en lo político, empezando por desmantelar a ese nefasto correísmo que lo puso en Carondelet. Pero el poder le quedó grande. Y aquí seguimos, en este país secuestrado por un abusivo gasto público para mantener ministerios, secretarías, institutos, agencias de control, agencias de regulación, consejos, superintendencias que sobran. Para pagar sueldos a ministros, subsecretarios, directores, asesores, asistentes de asesores, coordinadores, expertos en inventarse e imponer reglamentos, regulaciones, controles, disposiciones, acuerdos, oficios, trámites, normas, siempre mal redactados en documentos kilométricos que cumplen la sagrada misión de nuestro sector público: aparentar cambios para que todo siga igual, resolver problemas que ellos mismos generan, bloquear cualquier intento de hacer las cosas bien. Lo sencillo, lo obvio, lo claro no va con nuestro sector público. Su misión es complicarlo y trabarlo todo para justificar su existencia.
Este Estado borracho de despilfarro y corrupción no puede recibir ni un centavo más de ayuda de los trabajadores. Ni un impuesto más. Ni una “contribución” adicional. Pagar más impuestos en estos momentos no es asunto de solidaridad, ni de salvar al país, ni poner el hombro. Pagar más impuestos solo le hará daño al Gobierno, dándole un respiro para postergar nuevamente los recortes drásticos que debe hacer al gasto público.
Nos hemos acostumbrado a pagar impuestos, tasas y aranceles absurdos sin esperar nada a cambio. Nos hemos acostumbrado a pagar más del 20 % de nuestro sueldo al IESS sabiendo que nunca recibiremos el nivel de atención médica por el que hemos pagado y que nunca nos llegará una jubilación decente. Pagamos por una educación y salud pública que no usamos. Aceptamos el robo del Estado como lo normal. Pero ya estamos cansados. No vamos aceptar nuevos impuestos ante la incapacidad de este Gobierno de reducir, pero de verdad, el tamaño del sector público que el correísmo criminalmente aumentó.
Esta crisis nos ha abierto los ojos. Vemos con mayor claridad el modelo de Estado podrido que soportamos. Pero no vemos muy desesperado a este Gobierno por hacer los cambios urgentes. Parecería que solo quieren que pase rápido el tiempo, llegar a mayo del próximo año sin levantar mucho polvo.
Hace unos años el correísmo quiso vendernos el cuento de que los problemas del país los trajo el terremoto. Ahora nos dirán que todos nuestros males son culpa de la pandemia. Sabemos que no es así. El desastre ya venía desde antes. El modelo correísta de ese Estado obeso, proteccionista y lleno de trabas no ha cambiado.
El coronavirus no enfermó al país. Ya estábamos en terapia intensiva antes de esto. Y este gobierno solo ha mostrado su incapacidad para salvarnos.
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