Algo pasa cuando entran. Algo cambia en ellos.
Tal vez son los carros blindados que se abren paso en el tráfico a toda
velocidad. Tal vez son los múltiples asesores, los choferes, los funcionarios
listos a decir a todo que sí, lo que usted diga, lo que usted disponga, usted
tiene toda la razón, señor ministro. Tal vez son los viajes constantes, los
aviones, los hoteles, los apretones de mano, la sonrisa para la foto, los
flashes de las cámaras, los micrófonos esperando unas palabras, su repentina
transformación en algo parecido a una celebridad. Tal vez son los miles de
nuevos seguidores en las redes sociales, el equipo encargado de su imagen, de
recomendarle qué corbata o qué aretes ponerse para la próxima entrevista. Tal
vez es un poco de todo eso. Lo cierto es que algo cambia cuando entran al
gobierno. Ya no son los mismos. Ya no piensan igual.
De repente, las ideas y principios que antes
defendían con vehemencia ya no son tan importantes. Si antes su discurso y su
lucha se centraban en el libre mercado, en reducir el tamaño del Estado, bajar
impuestos, frenar el despilfarro y eliminar trabas, ahora eso como que se les
va olvidando. Hablan con tono cada vez más político. Dicen que hay que mirar
más allá de intereses particulares. Que los intereses de la patria están
primero.
Dicen que es fácil criticar y exigir desde
afuera. Que lo difícil es estar ahí dentro, en el gobierno, donde las papas
queman. Y tienen razón. Siempre será más fácil ser oposición. Será más fácil
criticar y juzgar las acciones del gobierno desde el sector privado, antes que
meterse en el lodo del sector público e intentar cambiar las cosas desde
adentro. Pero eso no justifica que dejen a un lado las batallas y los
principios que antes defendían. Eso no le resta validez a las críticas.
De repente, casi sin notarlo, su causa
principal es la defensa del gobierno al que ahora sirven. Pasan de enfocarse en
las ideas y acciones que benefician al país y su gente, a enfocarse en aquellas
que beneficien al gobierno. Y ya sabemos que los intereses del gobierno no son
siempre los mismos del país. A veces son lo opuesto.
Hay que ser pragmáticos, dicen. Es muy fácil
reclamar que se quiten impuestos o que se reduzca el excesivo gasto público, lo
difícil es hacerlo ante la actual realidad política, insisten. Claro que es
difícil. Pero para eso están ahí. Para intentarlo. Para hacer todo lo posible
para lograrlo. Este es el momento para impulsar esas ideas de libertad que
antes defendían. Para convertirse en el funcionario incómodo que enfrenta desde
adentro los males del gobierno, en lugar de ser un funcionario más para la
foto.
Seguimos creyendo en sus buenas intenciones, en
sus ganas y capacidad para cambiar las cosas para bien. Por eso les exigimos
más que a otros funcionarios. Pero el monstruo burocrático y el glamur de
los flashes y el poder seduce, endulza y atrapa casi sin notarlo.
Están a tiempo. Aun pueden jugársela y generar
esos cambios de los que antes tanto hablaron.
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