Estos son días extraños para el país. Vivimos en una tensa calma política. Poco pasa. Y mucho puede pasar.
La violencia y el caos político se multiplican
a nuestro alrededor. Las imágenes llegan sin filtro y en tiempo real a nuestras
pantallas. Vemos otro edificio arder en Chile en manos de criminales
manifestantes; vemos a argentinos votar por el regreso de la corrupción y el
estatismo; vemos en Bolivia huir a un presidente ilegítimo que intentó, como
tantos otros, aferrarse al poder; vemos a líderes indígenas ecuatorianos
amenazar con volver a levantarse y caotizar el país si no se hace lo que ellos
piden, si no se atienden sus berrinches.
La amenaza del caos está aquí, latente,
cercana, a pesar de la aparente calma. Ya vivimos días de tensión, violencia y
destrucción. Y sabemos que nada garantiza que esa situación no se repita.
Nuestros días avanzan sabiendo que la tranquilidad de hoy puede cambiar
repentinamente mañana. El gobierno amaga con cambiar las cosas mientras sigue
haciendo lo mismo de siempre. Los líderes indígenas y de “grupos sociales”
esperan alguna nueva medida del gobierno que les sirva de excusa para entrar a
la cancha, generar caos y lograr el protagonismo que alimente su vanidad y
aspiraciones políticas.
Y mientras esto ocurre, a pesar de los
problemas, las empresas siguen avanzando e innovando para facilitar nuestras
vidas con nuevos servicios, productos, tecnologías. Pequeños y grandes
empresarios, emprendedores y profesionales siguen haciendo su trabajo,
produciendo, ganándose su pan legítimamente.
Por eso, algo anda mal cuando los protagonistas
de la historia de un país son quienes tanto daño hacen y no los empresarios y
profesionales a quienes les debemos todos los avances. Algo anda mal cuando
quienes producen, generan empleo, pagan impuestos, ganan dinero honestamente,
deben responder y doblegarse frente a políticos y grupos dizque sociales
expertos en destruir, atacar y tomar lo que no es suyo. Algo anda mal cuando la
principal preocupación de nuestro gobierno es cómo sacarles más plata a los
empresarios para pagar su despilfarro, en lugar de cómo ayudarlos para que
crezcan, produzcan y vendan más.
El progreso, los avances científicos, los
empleos, el bienestar en nuestras sociedades se los debemos, al final del día,
a nuestro sector privado. El atraso, corrupción, despilfarro, pobreza y
desempleo en nuestras sociedades se los debemos, casi siempre, a nuestros
políticos y grupos que viven del Estado. A pesar de ello, estos últimos siguen
decidiendo por el resto, metiendo trabas, haciendo y deshaciendo a su antojo,
mientras el sector privado está en segundo plano y debe pedir permiso a los
políticos para trabajar.
Por eso hay que desconfiar y rechazar a
políticos que insisten en dar mayor poder y protagonismo a un Estado todólogo,
gordo y metiche, mientras atacan a empresarios y al sector privado. Solo con
menos Estado, menos plata en manos de nuestros políticos, y un mayor enfoque en
impulsar la iniciativa privada, podremos salir de esta situación.
Pero aquí seguimos, con unos pocos políticos y
aspirantes a políticos, marcando la agenda de todo el país y frenando a un
sector empresarial ya bastante golpeado. Seguimos con estos días raros, que se
vuelven cada vez más normales.