El Gobierno no logra
curarse del virus estatista y controlador. Una y otra vez cae en ese populismo
que lleva en las venas.
La semana pasada Lenín Moreno
prohibió a los colegios privados aumentar matrículas y pensiones. Se mete en un
negocio privado, porque sí, porque puede. Si la gente se queja por los precios
altos basta obligar a los colegios a mantenerlos bajos. Y listo. La libertad,
la oferta y la demanda, los planes de inversión de los colegios, les da igual.
Y lo mismo aplica para la venta de libros y útiles. Cuidadito con subirme los
precios, advierte Lenín. Da la orden a los gobernadores “para que nuestros
intendentes se dediquen, desde el primer día, al control de precios en librería
y papelerías”. La regulitis populista sigue viva.
Por estos mismos días,
el Ministerio de Turismo pretende meterse en nuestras casas, apartamentos y
hasta en el cuarto vacío al fondo del pasillo. No podremos alquilar libremente
nuestros espacios a través de plataformas como Airbnb sin que el Estado meta
las narices y lo dañe todo. En un país donde la gente necesita desesperadamente
trabajo y dinero en los bolsillos, el Gobierno quiere impedirles ganar unos
dólares de más alquilando sus propiedades.
Se pretende que sea el
Estado, no el mercado, no la demanda de huéspedes y la oferta de propietarios
de casas y apartamentos, lo que determine los estándares y condiciones del
alojamiento que se ofrece. El Gobierno dice que buscan regular los servicios de
alojamiento para que sean seguros y de calidad para todos los turistas. No
entienden que eso ya lo hace mucho mejor Airbnb y otras plataformas. Es el
usuario quien decide el estándar de su alojamiento, no un burócrata inventor de
nuevas trabas, licencias e impuestos a quien quiere alquilar su casa el fin de
semana.
Esta fiebre metiche y
reguladora no se limita al Gobierno. Nuestros asambleístas no se quedan atrás.
Como les parecen muy caros los pasajes entre Guayaquil y Quito –que lo son–
quieren regular los precios a las aerolíneas. Así de fácil. No ven que los
pasajes son caros, en buena medida, por los altos costos de operación en el
país, las tasas y los impuestos que deben pagar las aerolíneas. No entienden
que lo que se necesita es más competencia, más libertad, no más regulación.
Se requiere urgente un
curso de economía básica para nuestras autoridades. Que entiendan que los
precios son resultado de la oferta y la demanda, no de los deseos de la
burocracia. Que comprendan los beneficios de tener más libertad y competencia y
los perjuicios de tener más regulación, más trabas, más Estado metiéndose en
asuntos privados.
Para ellos el malo
siempre es el empresario, el comerciante que especula, que sube los precios, que
se burla de sus clientes, que no es solidario. Como si poner precios fuera
asunto de pegar al producto una etiqueta con el numerito que le da la gana al
comerciante.
Seguimos infectados de
regulitis y estatitis. Seguimos aplaudiendo a populistas que intervienen para
resolver problemas creados por ellos mismos. Seguimos creyendo que necesitamos
al Estado para que nos resuelva los problemas. No vemos que el Estado suele ser
el problema.
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