Los resultados en las primarias argentinas
reviven al fantasma del socialismo del siglo XXI, el populismo y la corrupción
descarada en la región. Muchos señalan el gradualismo adoptado por el gobierno
de Macri como el gran culpable.
El argumento es que Macri, en lugar de
enfrentar los errores y horrores del kirchnerismo y hacer los cambios
necesarios, ha sido muy tibio en sus políticas económicas, no redujo el gigante
tamaño del Estado, ni el déficit fiscal. En fin, no se atrevió a ser el
presidente que debía ser y ahora está pagando por su falta de decisión.
Difícil comprender la causa de fondo. La
política no siempre hace sentido. Juegan más las emociones, pasiones y percepciones
que la razón. Es difícil entender cómo la gente puede votar a favor de Cristina
Fernández, culpable directa de la crisis que viven. Y en lugar de castigarla
con el voto, castigan al gobierno que intenta, aunque sin éxito, sacarlos de
esa crisis.
Como siempre, lo que sucede en otros países de
la región nos lleva a pensar en el nuestro. Tenemos un pasado reciente muy
similar. Ambos países venimos de experimentar las desastrosas consecuencias de
gobiernos corruptos y populistas alineados al socialismo del siglo XXI. En
ambos países, los gobiernos actuales buscan cambiar los errores del pasado.
Hay una obvia diferencia. Mauricio Macri fue el
candidato de oposición que ganó con una plataforma de cambio. Lenín Moreno fue
el candidato gobiernista que ganó con una plataforma de continuismo. De Macri
se esperaba un cambio radical de un modelo estatista, controlador y populista a
uno moderno, abierto, liberal y eficiente. De Lenín esperábamos más de lo
mismo. Más despilfarro, más estatismo, más populismo.
No fue del todo así. En lo político, Lenín nos
sorprendió distanciándose casi de inmediato del socialismo del siglo XXI. Y ha
logrado desmantelar en buena medida el correísmo y desnudar su corrupción. Será
difícil para Correa y su pandilla volver como Cristina. Pero no podemos estar
seguros. Siempre puede aparecer otro populista que ocupe ese espacio disponible
a la izquierda del tablero electoral.
En lo económico sí encontramos preocupantes
similitudes con Argentina. Por un lado, este gobierno tiene importantes figuras
que empujan la apertura comercial, el libre mercado, la reducción del Estado,
entre otras políticas clave. Por otro, parecería que el aparato burocrático, la
inercia estatista, o fuerzas dentro del Gobierno renuentes al cambio, se
encargan de bloquear los intentos por liberalizar nuestra economía. Avanzamos
por el camino correcto, pero muy lento y con desvíos inciertos.
Mientras avanzamos hacia la integración
regional y acuerdos de libre comercio, mantenemos sectores protegidos,
aranceles, trabas y rigidez laboral. Mientras se hacen ciertos recortes en el
sector público, continuamos con un gasto público irresponsable. Vamos lentos,
temerosos, a lo Macri. Tenemos, eso sí, una gran ventaja frente a los
argentinos: nuestro dólar, que nos libera del pánico, nos da tranquilidad.
Ojalá lo de Argentina nos abra los ojos. Las
buenas intenciones importan poco si no hay trabajo y plata en los bolsillos.
Los abusos, la corrupción y la incompetencia del correísmo no garantizan su
desaparición política. Es momento de que el Gobierno tome decisiones
postergadas y camine firme hacia los cambios urgentes.