Dejamos Unasur, ese bloque retrógrado de la
región, dejamos su elefante blanco, dejamos los discursos embarrados de
socialismo. Y ahora, estamos cerca del bloque pragmático y racional, la Alianza
del Pacífico. Finalmente, abandonaríamos el aislamiento y el proteccionismo
para apostarle a la apertura comercial e integrarnos al mundo.
Deberían ser obvios los beneficios de la
integración comercial. Todos ganamos al comprar productos más baratos, libres de
aranceles y al poder vender nuestros productos a un gran mercado regional. Pero
ciertos empresarios locales, acostumbrados a vivir de la protección y
privilegios del Estado, insisten en mantenernos aislados del mundo, en
perpetuar nuestra nociva tradición nacionalista.
Luego de la noticia de que Ecuador se
incorporaría este año a la Alianza del Pacífico junto con Perú, Chile, Colombia
y México, se publicó un comunicado de la Cámara de Pequeña y Mediana Empresa de
Pichincha, la Cámara de la Industria Automotriz Ecuatoriana y la Federación
Ecuatoriana de Industrias de Metal mostrando su preocupación. Ahí indican que
este acuerdo comercial pone en riesgo miles de empleos de sus industrias,
profundizaría el déficit comercial, aumentaría la salida de divisas y pondría
en riesgo la dolarización. Todo un combo de esos cucos que durante diez años le
escuchamos a Correa.
Se entiende la preocupación de ciertas
industrias que no podrán competir con sus pares de los otros países una vez que
se retiren aranceles. Pero no podemos seguir perjudicando a millones de
consumidores para favorecer unas pocas industrias protegidas. No podemos
desaprovechar ese gran mercado de potenciales consumidores de nuestros
productos. No podemos seguir postergando el desarrollo de todo un país por
mantener a un pequeño sector industrial incapaz de competir.
Con la Alianza del Pacífico y la apertura
comercial seguramente desaparecerán algunas empresas hoy protegidas.
Sobrevivirán las más fuertes, las más eficientes y modernas. Tendremos que
concentrarnos en lo que hacemos bien, en los sectores donde sí somos
competitivos.
Con la apertura comercial no queda más que
competir. Se acaban privilegios y toca ponerse a trabajar de verdad. Al final
nos beneficiamos todos al poder elegir mejores productos de cualquier lugar del
mundo, al mejor precio.
Cuando nuestra selección sub-20 gana en el
Mundial o vemos a Richard Carapaz en el podio se nos infla el pecho y gritamos
que sí se puede, que podemos competir con cualquiera. A nadie se le ocurre pedir
condiciones especiales para nuestros deportistas por ser ecuatorianos. Pero
cuando nos toca competir en el mercado internacional ahí sí lloramos para que
nos protejan. Ahí ya no nos gusta eso de competir de igual a igual.
Ahora que estamos en la onda del acuerdo
nacional, pongámonos de acuerdo en renunciar para siempre al proteccionismo, en
ser un país abierto, libre y competitivo. Así como con la dolarización se acabó
para siempre la posibilidad de que un populista encienda la máquina de imprimir
billetes, debemos blindarnos de cualquier arancel creado dizque para proteger
la industria nacional.
Lenín Moreno resumió bien en un tuit lo que
significa la Alianza del Pacífico: “Más mercados internacionales para pequeños
y medianos productores, más oportunidades de inversión y comercio; es decir,
más empleo y trabajo para los ecuatorianos”. Esa es.