Como van las cosas, nunca me llegará ni medio
centavo del IESS. Ni a mí ni a casi todos los que aportamos obligados mes a mes
a esta institución quebrada. La corrupción y el manejo populista del IESS
esfumó buena parte de sus recursos, nuestra plata. Y el actual gobierno no
muestra intención de cambiar las cosas. El pulpo necesita alimentarse, mantener
su burocracia, continuar chupando recursos. La plata del IESS termina siendo
plata del Estado, no de los afiliados.
En la práctica, los aportes que mes a mes
hacemos al IESS son otro impuesto más. Ese 20,6% de nuestro sueldo que se nos
lleva el IESS, si sumamos el aporte personal y el de la empresa, termina en un
saco roto y oscuro. No podemos ver ni controlar el destino de nuestro dinero.
No solo que los ecuatorianos en el sector
formal botamos la quinta parte de nuestro sueldo en una jubilación que muy
probablemente no recibiremos y servicios médicos que preferimos evitar, sino
que muchos terminamos pagando seguros de salud o planes de jubilación privados.
¿Se imaginan toda la plata que tuviéramos invertida y ahorrada si pudiésemos
decidir dónde ponerla?
En un escenario tan desastroso como el que vive
el IESS uno pensaría que las autoridades están armando planes de
reestructuración total, planes drásticos que le den un giro completo al
problema. Que como sociedad finalmente estaríamos pensando en cambiar de fondo
el sistema de pensiones. Pero no. Aquí seguimos hablando y discutiendo de subir
la edad de jubilación, de subir los montos de los aportes y otras formas de
mantener a ese monstruo experto en chupar nuestra plata para construir
megahospitales sin médicos, sobrepagar por medicinas que terminan olvidadas y
caducadas en alguna bodega, financiar movimientos políticos y gobiernos de
turno, y ser la caja chica, que de chica nada tiene, que alimenta nuestra
eterna politiquería y clientelismo.
La única alternativa es pasar a un sistema de
capitalización individual donde, ahí sí, podamos ver cuánta plata vamos ahorrando,
cómo se va acumulando, creciendo. Un sistema donde nuestros aportes sean
realmente nuestros y nadie pueda meterles la mano. Un sistema donde exista
competencia que nos permita elegir dónde invertir nuestro dinero. Pasar de la
imposición a la elección, de los fondos manejados con criterios politiqueros a
fondos invertidos con criterios técnicos. Pero ya sabemos que estas son malas
palabras entre nuestros políticos.
Este gobierno, sin planes de reelegirse y con
un partido debilitado, sería el ideal para hacer este cambio de fondo en el
sistema de pensiones. En lugar de ser recordado como un débil gobierno de
transición, podría sorprendernos haciendo lo impensable: ser el gobierno que
cambió para siempre nuestra seguridad social.
Un cambio hacia un sistema de capitalización
individual sería tan profundo y positivo para el país como lo fue la
dolarización. Sonará impopular, intereses muy poderosos se opondrán, pero al
final mejoraría la vida de todos.
Difícil creer que un gobierno incapaz de
mantener las fechas de un feriado, que agacha la cabeza ante el primer grito de
protestas, se atreva a enfrentar este problema. Pero quién sabe, a veces hasta
el más débil puede dar una buena pelea.
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