O dos, o tres de una vez. Los necesitamos. Para
calmarnos un poco. Para dar un respiro ante tanta turbulencia política que
vivimos.
Nos equivocamos si pensamos que con Lenín la
política iba a estar aburrida. Lenín no se la pasa día y noche frente a las
cámaras, siendo el centro de atención, insultando y armando polémica como su
antecesor, pero su gobierno se ha encargado de traernos suficientes sorpresas y
emociones como para no aburrirnos ante el show político.
Del reciente ruido electoral pasamos a las
acusaciones, insultos y chismes entre Lenín y Correa. Se sacan los trapos
sucios, se espían, se acusan. El correísmo se destruye desde adentro, sacando a
la luz toda la porquería de la que fueron parte correístas y leninistas. La
única diferencia es que mientras los primeros se niegan a reconocer el desastre
de país que dejaron, los segundos han dado vuelta a la página y entienden que
se requiere un cambio de modelo si queremos salir del hueco.
Del culebrón de almuerzos europeos con
langosta, paracaídas que no se abren, acusaciones de corrupción entre el ex y
el actual presidente, pasamos a la noticia de la detención de Ramiro González,
expresidente del directorio del IESS durante el correísmo. Van cayendo uno a
uno. La justicia los va alcanzando. Esa institución que se lleva todos los
meses más del 20% de nuestro sueldo, con Correa se ferió alegremente nuestra
plata. Y ahora tiene un déficit tan gigante como el agujero negro cuya foto
pudimos ver por primera vez en la historia la semana pasada.
Y la semana pasada vimos también el fin del
asilo y el arresto de Julian Assange en la embajada de Ecuador en Londres. El
huésped incómodo, y aparentemente bastante sucio, vivió en nuestra embajada
durante casi 7 años, cortesía de esa sed de figuretismo internacional de Correa
y más de seis millones de dólares de nuestros impuestos. Como si el país no
hubiera tenido ya suficientes problemas, Correa nos metió en ese problemón de
escala mundial del que ahora Lenín nos ha sacado.
Todo esto ocurrió en pocos días. La telenovela
política no se detiene. Y mientras nos lanzan cada semana por esta montaña rusa
de sorpresas y emociones, el país se estanca, no despega. Los escándalos copan
la agenda.
Este Gobierno tiene la responsabilidad de
limpiar la corrupción y el desastre del que también fue parte. Dejar la casa en
orden y barrer tanta suciedad es un primer paso. Pero no puede quedarse ahí si
quiere ser más que un gobierno de transición. Tiene que avanzar más rápido con
reformas urgentes en el campo laboral y tributario, en la apertura comercial,
en el ataque frontal a la tramitología que sigue estancando a las empresas, en
políticas generadoras de empleo. El rompimiento con el correísmo en lo político
va en buen camino. Pero eso no da trabajo ni pone plata en los bolsillos de la
gente. Hay que romper dramáticamente con el correísmo en lo económico. Ser
frontales en la liberalización económica del país.
“¿No será de tomarse un traguito?”, pregunta
esa voz ya famosa para calmar los ánimos que provocan tantos escándalos,
chismes y peleas. Uno no bastará.