Aunque estamos más conectados e informados que
nunca, conocemos menos a nuestros candidatos que antes. En menos de un mes,
este 24 de marzo, votaremos para prefecto, alcalde y concejales y todavía
muchos no conocen a sus candidatos y menos aún sus propuestas. Ni hablar de los
candidatos para vocales del Consejo de Participación Ciudadana y Control
Social. No tenemos idea de quiénes son. Votaremos por desconocidos que ocuparán
un todopoderoso consejo que debe desaparecer.
Entre tantos males que dejó el correísmo, su
ley electoral nos llena de candidatos y limita nuestra oportunidad de
conocerlos. Por un lado, la ley restringe las posibilidades de los candidatos
de promocionarse libremente. No pueden usar fondos propios o fondos que
recauden de seguidores y aportantes para hacer publicidad en televisión, radios
y vía pública. La ley solo permite pautar en medios tradicionales con los
fondos que el Consejo Nacional Electoral (CNE) asigna a cada candidatura. Consecuencia:
campañas con bajísima exposición y de cortísima duración que no logran dar a
conocer a los candidatos. Esto lleva a muchos partidos y movimientos a postular
personajes famosos.
Afortunadamente, al crear esta ley que regula
la publicidad se olvidaron del internet y las redes sociales. O pensaron en ese
momento que no eran importantes. Hoy las redes sociales son el único espacio
donde los candidatos pueden darse a conocer y promocionar sus propuestas
libremente, siendo tan creativos y llamativos como quieran, sin las
restricciones que impone el CNE en la extensión y hasta en los contenidos de
los comerciales y cuñas. Llegará pronto el momento en el que las campañas se
definan, en gran medida, en las redes sociales. Y ahí, seguramente, el CNE
intentará meter sus narices.
La otra nefasta consecuencia de la actual ley
electoral es la proliferación de candidatos. Todos se lanzan para obtener los
fondos publicitarios del CNE. Si un partido no pone un candidato a alguna
dignidad estaría renunciando a esos fondos. Resultado: un menú interminable de
candidatos, sin oportunidad de ganar, que solo están ahí para llenar el espacio
en la papeleta y obtener los fondos de campaña.
Seguramente, la ley actual nació con la ingenua
intención de dar igualdad de oportunidades a todos los candidatos al asignarles
las mismas franjas publicitarias. En la práctica, como casi todo lo que tocó el
correísmo, terminó empeorando las cosas. No solo que no se logró igualdad de
condiciones entre los candidatos, sino que la ley da una ventaja
desproporcionada a famosos y a quienes están en el poder y buscan la
reelección, al volver muy complicado que una nueva figura se dé a conocer. El
candidato Correa del 2007 nunca hubiera ganado las elecciones presidenciales
con la actual ley electoral. Le hubiera sido muy difícil darse a conocer y
transmitir sus propuestas en los limitados espacios publicitarios y con las
regulaciones de contenidos que impone hoy el CNE.
Toca replantear la ley electoral por una que
permita a los candidatos comunicar y darse a conocer libremente, una ley que no
incentive la multiplicación de candidatos sin oportunidades de ganar. Como en
tantas otras cosas, necesitamos una ley enfocada en dar más libertad, no más
límites y restricciones.
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