lunes, febrero 18, 2019

Malas palabras


Durante una década, la real academia de lengua correísta instauró su vocabulario socialista. Diez años de intoxicación lingüística, con el aparato de propaganda lavando cerebros, dándole nuevos sentidos a las palabras, convirtiendo lo bueno en malo, lo malo en bueno.

Nos convencieron de que hay malas palabras –que de malas no tienen nada– que si las pronuncia una autoridad, un empresario o, peor aún, un político o candidato, son nefastas para su carrera.

Hoy, que se quieren hacer cambios cruciales para sacar a este país del hueco correísta, las autoridades tienen que andar con pinzas, no vaya a ser que pronuncien alguna de esas malas palabras.

Palabras como privatización. No conozco un ser humano que escoja voluntariamente una empresa pública sobre una privada. Y no conozco una sola empresa pública con mejor servicio o resultados que una privada. Pero escuchamos la palabra privatización y se encienden las alarmas lingüísticas acusando a quien la pronuncie de neoliberal, la más mala de todas las palabras.

Palabras como libre mercado o apertura comercial. En la lengua social-retrógrada, cualquier injerencia extranjera debe ser limitada, controlada y si es posible, abolida. Lo vimos estos días con el apoyo que casi todos los políticos, salvo honrosas excepciones, dieron a esa absurda ley que prohíbe importar publicidad y obliga a las empresas a contratar productoras audiovisuales locales. Esto reveló con gran claridad cómo la lengua correísta sigue vigente en nuestro país. Términos como nacionalismo y proteccionismo, esos sí nefastos, siguen dominando la lengua política ecuatoriana.

Palabras como flexibilidad laboral. Esa sí está en la lista más negra del diccionario heredado del correísmo. Probablemente no la hemos escuchado hace mucho tiempo. Los que quieren referirse a ella usan sinónimos, términos que aunque en la práctica lleven a lo mismo, suenen distinto. Porque acá seguimos convencidos de que el trabajo hay que “protegerlo” con leyes que hagan muy difícil y caro contratar y despedir. Creemos que con eso beneficiamos al trabajador. No vemos a los cientos de miles de desempleados que no consiguen un trabajo formal por culpa de esa rigidez laboral. Tan mala es esta palabra que no escucharemos a ningún candidato pronunciarla.

Palabras como utilidades. Para el diccionario criollo político las empresas que no ganan plata son las buenas. Las rentables son el demonio. Ganar mucha plata es lo peor. Las empresas deben ser beneficencias que paguen buenos sueldos, que paguen altos impuestos, que ofrezcan todos los beneficios, pero cuidado con enriquecerse mucho, cuidado con que les vaya muy bien. Eso sí que es malo.

Tomará un buen tiempo desintoxicarnos, reeducarnos, reaprender a hablar. Entender el significado real de las palabras, las ideas, los conceptos. Tener un nuevo diccionario de referencia. Pasará mucho tiempo hasta que esas malas palabras dejen de serlo. El daño que el correísmo le hizo a nuestro vocabulario y nuestra manera de pensar es profundo. Necesitamos políticos y líderes que digan con claridad y frontalidad todas esas malas palabras y más.

Las malas palabras políticas suelen ser buenas para el país, para todos. Sería otra nuestra situación si pronunciáramos más seguido estas palabras. Si fueran parte de nuestra visión de las cosas. Mientras las sigamos callando, seguirán siendo malas.



lunes, febrero 04, 2019

La mancha roja


Finalmente, luego de tantos años de abuso, corrupción, violencia y sufrimiento se abre la posibilidad real de una salida a la dictadura en Venezuela. Ahora sí, el nefasto chavismo tiene sus días contados.

Maduro caerá. Eso es seguro. Tarde o temprano caerá, como terminan cayendo los dictadores que se creen invencibles y eternos. Más allá de tristes personajes como Correa, Maradona y otros pocos fanáticos de la pandilla internacional de perfectos idiotas latinoamericanos, las voces de apoyo a Maduro se van apagando.

Pero la caída de Maduro no es la caída del socialismo en América Latina, ni de sus fanáticos. Ahora, ante el innegable fracaso del gobierno venezolano, he escuchado y leído por ahí esa peligrosa frasecita que afirma que “lo que pasa es que Maduro no representa el socialismo, es otra cosa, es un gobierno corrupto y autoritario, no un auténtico socialista y por eso ha fracasado”. Se niegan a ver que cualquier experimento socialista, donde el Estado pretende controlarlo todo, lleva inevitablemente al abuso, la corrupción y el fracaso. Que el socialismo, en cualquiera de sus formas, fracasará. Que los gobiernos de los Correa, los Maduro, las Cristinas no fracasan solo por ser corruptos, fracasan por sus ideas equivocadas, que además llevan a la corrupción.

Lastimosamente el socialismo está pegado a la piel latinoamericana. No hay jabón de realidad y sentido común que nos saque esa mancha. Está en ese ADN tan propenso a culpar a otros por nuestros problemas, a esperar que otros los resuelvan, a dejarse seducir por el primer discurso cursi contra el imperio, la oligarquía, los poderes fácticos o cualquier enemigo de moda.

Hoy el péndulo político, que nunca detiene su ir y venir, apunta más hacia la derecha en la región. Ese mapa político sudamericano que hace no mucho era prácticamente una gran mancha roja, se ha pintado ahora de azul. Van quedando muy pocos gobiernos como recordatorios de esa triste era de populismo socialista donde la corrupción y los abusos se multiplicaron.

¿Alcanzaremos algún día la madurez política que impida que estos populistas lleguen el poder? Difícil. Salvo excepciones como Chile y Colombia, donde parece haber poco espacio electoral para estos peligrosos personajes, en el resto de la región está siempre ahí la tentación de votar por falsos salvadores de la patria.

En nuestro país, el péndulo también se mueve, aunque tímidamente, hacia el centro. En las próximas elecciones seccionales Alianza PAIS casi ni suena y el correísmo está sepultado. Cada vez son más quienes niegan su pasado político correísta. Esos que alababan a Correa y pintaban su nombre de verdeflex en muros y afiches, ahora los pintan de nuevos colores y alaban a otros líderes. Se acomodan según las conveniencias del momento. Por eso no hay que confiarse. Ese movimiento del péndulo hacia el centro en nuestro país tiene más que ver con oportunismo político que con un convencimiento ideológico. No han cambiado sus ideas, solo sus camisetas.

Maduro caerá. Y con él caerá finalmente la era del socialismo del siglo XXI con todo el daño que causó. Pero no caerá el socialismo ni el populismo en la región. Sacarnos esa mancha es otra lucha más larga y complicada.