Parece que para la vicepresidenta María
Alejandra Vicuña nada tiene de malo que su exasesor le depositara en su cuenta
bancaria personal el diezmo que le exigían para mantener su trabajo.
Es que esa plata no era para ella, era para su
organización política, Alianza Bolivariana Alfarista (ABA). Y como esa
organización no tiene RUC ni cuenta bancaria, o sea ni existe, a ella le tocaba
hacer el sacrificio de prestar su cuenta personal para recaudar ahí las cuotas
obligatorias de sus empleados bolivarianos.
Para ella, como para Correa y todos los de su
especie, nada tenía de malo exigir a los empleados públicos que aportaran al
partido político parte de su sueldo, pagado con nuestros impuestos. Eso pasa
cuando se borra la línea entre Gobierno, Estado y partido como ocurrió durante
la década diezmada. Para ellos, las tres cosas son lo mismo. Los recursos del
Estado son del Gobierno y son del partido. Un empleado público no es un
funcionario estatal. Es un empleado de su partido político al que le deben
lealtad, obediencia y, por supuesto, su diezmo obligatorio.
Si ese diezmo para engordar las cuentas del
partido político en el poder ya es un acto descarado y vergonzoso, ni hablar
del diezmo para engordar las cuentas personales de una autoridad pública.
Esa práctica de asambleístas de redondearse un
mejor sueldo pidiendo una tajada del ingreso de sus asesores es hace años un
secreto a voces. Tal vez se justificarán diciendo que no les alcanza el sueldo
que ganan por levantar la mano. Sentirán que, si otros compañeros de gobierno
atracan al Estado por millones, ellos merecen al menos su pequeña tajada. Que
necesitan ganar más y sus empleados y asesores deben apoyar.
Por eso la acusación contra la vicepresidenta
en realidad no me sorprendió mucho. Ni sorprende tampoco que no tenga la
decencia de renunciar a su cargo, como lo haría en cualquier sociedad
civilizada un funcionario público frente a tal escándalo.
La buena noticia es que las cosas han cambiado
en algo. Si estuviéramos en la década correísta, el presidente hubiera negado
de inmediato todas las acusaciones contra su vicepresidente, hubiera acusado a
la prensa corrupta de persecución y le hubiera clavado un juicio y una multa al
periodista y al medio que se atrevieron a publicar la noticia. Y la Secom
hubiera metido hasta en la sopa una cadena nacional demostrando la inocencia
del acusado y los intereses macabros de los acusadores.
Ahora, con Lenín Moreno existe, al menos en
apariencia, mayor institucionalidad e independencia de poderes. Después de las
denuncias contra Vicuña, el presidente indicó que las instancias competentes
determinarán si existen o no responsabilidades.
Pero no podemos olvidar que fue Lenín quien
propuso a Vicuña para la vicepresidencia. Desperdició la gran oportunidad de
reemplazar a Glas con un candidato serio, decente, preparado, respetado por
todos. Optó por la solución política fácil.
Nunca es tarde para corregir errores. Si las
cosas siguen su curso, Lenín tendrá, seguramente, otra oportunidad de escoger
un buen compañero de fórmula. Y si de verdad hay institucionalidad e
independencia de poderes, los corruptos del diezmo deberán enfrentar la
justicia, no solo abandonar sus cargos.
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