Mario Vargas Llosa pasó por Guayaquil sembrando
su optimismo. Llegó invitado por Ecuador Libre y el Instituto Ecuatoriano de
Economía Política, fundaciones dedicadas a promover las ideas de libertad.
Vargas Llosa no vino a hablar de sus novelas, ni sus personajes. Vino a hablar
de su otra pasión: la defensa de la libertad. Y, sobre todo, habló de su último
libro La llamada de la tribu. En él presenta su biografía intelectual y
política, desde que era un joven marxista hasta llegar al liberal de hoy. La
lectura y estudio de varios autores le hicieron cuestionar sus creencias y
principios y le mostraron que la libertad es el único camino hacia la
prosperidad.
Vargas Llosa lo ha logrado todo como escritor e
intelectual. Podría descansar tranquilo, dedicado a leer y pasarla bien. Pero a
sus 82 años continúa viajando, dando entrevistas y discursos para promover las
ideas de libertad. “La libertad es el valor supremo… ella es una sola y debe
manifestarse en todos los dominios –el económico, el político, el social, el
cultural– en una sociedad genuinamente democrática”, escribe en su último
libro.
Vargas
Llosa es un liberal en todos los sentidos. Defiende el libre mercado, la
libertad de expresión, la democracia, la libertad religiosa, así como la
legalización de las drogas, el derecho de una mujer a abortar, el derecho de
los homosexuales a casarse y adoptar niños. La libertad individual, ante todo.
Y
así como defiende la libertad es enemigo del fanatismo, por ello aclaró que el
liberalismo no pretende imponer una sola línea de pensamiento. Y condena con
firmeza el estatismo, los populismos, las dictaduras, los nacionalismos y todo
aquello que limite esa libertad individual. “Nada representaba tanto el retorno
a la “tribu” como el comunismo, con la negación del individuo como ser soberano
y responsable, regresado a la condición de parte de una masa sumisa a los
dictados del líder… que resucitaba las peores formas de la demagogia y el
chauvinismo”, escribe en su libro. Acá conocemos bien a esas tribus sumisas que
se dejan seducir por el líder demagógico. Conocemos bien los peligros de la
tribu.
Por
eso es tan importante su mensaje, para abrir los ojos y mentes de quienes
todavía creen en cuentos socialistas, que se oponen al capitalismo que tanto
bienestar les ha dado, que condenan el libre comercio con argumentos
nacionalistas, que pretenden que un Estado sobreprotector les solucione la
vida, que se dejan seducir por el populista antiimperialista de turno. Todo eso
que debería estar sepultado, sigue vigente en países como el nuestro. Sigue
siendo una amenaza en nuestra vida política.
Las
ideas liberales de Vargas Llosa quizás no son nuevas. Siempre han estado aquí
para que las apliquemos. Pero estas ideas cobran mayor relevancia cuando un
intelectual de su talla las promueve.
Vargas
Llosa terminó su discurso con un mensaje optimista: por primera vez los países
pueden elegir ser pobres o ricos. Pueden elegir ser prósperos. El camino ya
está marcado. Ya sabemos cómo lograrlo. Basta seguir ejemplos como los de Chile
o Hong Kong: apertura al mundo, libre mercado, instituciones fuertes, justicia
independiente. Suena sencillo, si solo votáramos por quienes están dispuestos a
seguir ese camino.