Kolinda Grabar, presidenta de Croacia, hizo noticia desde el primer día del
Mundial por haber pagado de su bolsillo su pasaje a Rusia y descontarse los
días no trabajados de su sueldo como presidenta.
Hace pocos días, Pedro Sánchez, presidente del Gobierno de España, fue
duramente criticado por utilizar el avión oficial para asistir a un concierto
de la banda The Killers.
En Ecuador, el avión presidencial se ha usado como taxi, según recientes
denuncias, y no pasa nada. Estamos acostumbrados al despilfarro, al uso de
recursos públicos para fines privados.
Bien que se investigue el uso de los aviones presidenciales durante la
década de Correa. Según las denuncias, ese avión volaba a todos lados, con y
sin presidente, y a veces solo con los tripulantes, llevando quién sabe qué y a
qué lugares. Ninguna autoridad controlaba ni regulaba su uso.
Pero el problema no es solo Correa. Con Lenín el avión, que él prometió
vender, sigue ahí muy campante, volando sin control alguno. El problema del
despilfarro y el uso de bienes públicos es parte de nuestra cultura en la que
al funcionario público se le borra rapidito la línea entre lo público y lo
privado. Su cargo viene con privilegios a los que se aferra de inmediato.
¿Imaginan a un Correa o alguno de nuestros dizque revolucionarios pagándose
su vuelo para ir a ver a la selección de Ecuador en un mundial? Esos aviones
presidenciales hubieran ido repletos de funcionarios y arrimados que se creen
con el derecho a vivir con todo pagado. Esos que llevan la billetera de adorno.
El Estado está ahí para pagarles la cuenta.
Siempre hay excepciones que hacen la diferencia. El asambleísta Héctor
Yépez devolvió la tablet y el celular que entregan a todos los asambleístas.
“El sueldo de asambleísta alcanza perfectamente para que cada uno pague su
equipo y el plan de telefonía”, dijo Yépez en una entrevista. Es lo coherente.
Si un político reclama contra el despilfarro debe empezar por ahorrar desde su
propio cargo.
No es fácil. Hace un par de meses, un ministro de este gobierno comentaba
en una charla cómo todos se le fueron encima cuando pidió hacer recortes en
gastos innecesarios. “Si no nos gastamos la plata, el próximo año nos la quitan
del presupuesto”, le reclamaron los funcionarios de su ministerio. Quien llega
al sector público con ganas de cambiar las cosas, de ahorrar, de no
despilfarrar, lo miran mal.
Este gobierno, que está deshaciendo tantos abusos del correísmo, debe dar
el ejemplo. Frenar el despilfarro. En lo simbólico, vendiendo un avión
presidencial y tantos vehículos para transportar funcionarios que bien podrían
ir, como cualquier ejecutivo del sector privado, en un taxi, en Uber o Cabify.
Así le ahorraría millones al Estado y de paso impulsaría nuevos empleos. En lo de
fondo, vendiendo todas las empresas públicas e incautadas que el Estado no
tiene por qué manejar, reduciendo, pero en serio, el tamaño del sector público,
y con cero tolerancia frente al uso de recursos públicos para fines privados.
Se empieza por el ejemplo. Como el de Kolinda. Sacando de su bolsillo esa
billetera que tanto les pesa.
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