De todos los artículos que he publicado en este
Diario, quizás recibí la mayor cantidad de ataques por uno en el que criticaba
la Ley de Comunicación de Correa por obligar a las radios a transmitir música
nacional. Con el famoso 1x1, la Ley de Comunicación exige que al menos el 50%
del contenido musical de las radios sea nacional.
Cuando critiqué esa ley, argumentando que iba
en contra de la libertad de negocios privados como las radios para decidir qué
ofrecer a sus oyentes y en contra de nuestra libertad para decidir qué música
escuchar, saltaron varios artistas y cantantes a acusarme de atentar contra la
“identidad nacional”. Me invitaron “a vivir al extranjero” si era un “pobre
acomplejado” al que tanto le molestaba la música nacional. Argumentaban que la
ley no pretende proteger al artista nacional sino “equilibrar la cantidad de
música extranjera que viene a través de transnacionales”.
Han pasado cuatro años desde que se emitió la
normativa del 1x1. He leído reportajes recientes que indican que los resultados
no han sido los esperados. Si bien las radios, en general, han cumplido con la
ley poniendo música local en la mitad de su programación, no se ha dado ese
impulso esperado a la carrera de artistas.
Juan Fernando Velasco, presidente de la
Sociedad de Autores y Compositores (Sayce), ha indicado que la ley “no ha
tenido el efecto que todos hubiéramos esperado” y que “el crecimiento y el
avance de la industria del entretenimiento no se ha visto afectada de manera
determinante por esta medida”.
Esta ley muestra lo que ocurre cuando el Estado
se mete donde no debe. Cuando se pretende proteger a un sector limitando la
libre importación y competencia de otros bienes y servicios. Al final, el
mercado decide lo que prefiere. Siempre lo hará. El Estado con sus
restricciones puede crear la ilusión temporal de una preferencia por aquella
industria protegida, pero esa ilusión caerá tarde o temprano.
El sector de la música, el cine o el arte en
general no es distinto. No va a crecer porque el Estado limite el arte de otros
países. Crecerá, de la mano del arte importado, porque hay algo bueno que
ofrecer al público. Lo vemos con festivales locales de música que crecen año a
año. Lo vemos con artistas que aprovechan las plataformas digitales para darse
a conocer.
Saldremos adelante, en todos los sectores
cuando dejemos de pedir protección al Estado. Cuando dejemos de considerar
nuestro negocio, nuestra industria, nuestro arte, como algo especial que el
Estado debe cuidar por razones de identidad nacional. El público escoge lo que
le gusta, no lo que una ley empuja a escoger.
El legado correísta proteccionista presente en
la Ley de Comunicación es el tipo de práctica que este Gobierno debe abandonar
para dar espacio a la libertad. Que sea el consumidor, el negocio privado, cada
uno de nosotros, quienes decidimos qué consumimos y qué ofrecemos a nuestros
clientes. Que sea el libre mercado, no una ley ni la presión de un gremio, lo
que defina nuestras preferencias. Hablar de nacionalismo para proteger un
sector es una excusa que no debe tener espacio en un gobierno que pretende
cambiar las cosas.