Lenín cumple un año
en el poder. Con todo y a pesar de todo le ha ido bastante bien.
Año de sorpresas.
Porque seamos sinceros, nadie, ni el más optimista de los optimistas, esperaba
que con un gobierno de Alianza PAIS ocurriera lo que ha ocurrido. No
imaginábamos ver a Jorge Glas fuera de la vicepresidencia y en la cárcel. No
esperábamos que Lenín convocara esa consulta popular que la oposición pedía a
gritos para acabar con la reelección indefinida y depurar a las autoridades de
control embarradas de correísmo. No creíamos posible un distanciamiento tan
grande, en lo político, y poco a poco en lo económico, del Gobierno anterior.
Lenín logró en su
primer año de gobierno lo que para la oposición hubiera sido casi imposible:
dividir y debilitar al correísmo. Frente a cualquier gobierno de oposición, los
correístas se hubieran unido en un bloque sólido con una causa común. Pero con
Lenín en el poder salieron a la luz sus diferencias y divisiones. Al final,
Lenín se quedó con el partido. Y el antes poderoso rebaño correísta, una de las
más grandes amenazas a nuestra débil democracia, quedó debilitado y reducido.
En su discurso de
posesión hace un año, Lenín dijo: “Si de escoger se tratara, yo prefiero
sistemas como el de algunos países europeos en donde la figura del presidente
pasa casi inadvertida… Vamos a velar porque así sea. Ese es el liderazgo que
prefiero”. Y así ha sido. Hemos pasado de vivir agobiados por la vanidad de un
Correa metiéndose en todos lados, a un presidente más sencillo, que entiende
que gobernar no significa figuretear. Poco a poco va quedando atrás aquella
época en la que en las sabatinas el presidente dictaba sentencia, decretaba
políticas de Estado según su ánimo y decidía a quién perseguía o hundía.
Junto a estos
cambios de estilo y forma van llegando los de fondo. Por ejemplo, el Gobierno
alejó el fantasma de la desdolarización, que la última década rondó siempre los
pasillos de Carondelet, quitando del Banco Central el manejo del dinero electrónico.
Por ejemplo, se detuvo el abuso y censura constante a periodistas y medios de
comunicación separando a figuras como Carlos Ochoa de la Supercom y proponiendo
la eliminación de esta nefasta institución creada por el correísmo para
perseguir.
A pesar de estos
cambios positivos, la dirección que Lenín tomaría en lo económico seguía en
duda luego de un año en el poder. No estaba claro si su corazón socialista se
impondría sobre las necesidades urgentes del país. Pero esas dudas parecen
aclararse luego del nombramiento de Richard Martínez como su ministro de
Finanzas. Se impone el Lenín pragmático, coherente, que entiende que en la
libre empresa, el mercado, y no el control y gasto excesivo del Estado, está el
camino para salir adelante.
Hace un año solo
esperábamos resignados más correísmo. Lenín nos ha dado algunas sorpresas.
Claro, todavía hay muchísimo por hacer y corregir, personajes del Gobierno que
separar, corruptos que poner en su lugar, decisiones urgentes que tomar. Pero
el Gobierno va enderezando su camino. Las expectativas son altas para este
segundo año que arranca.