Más que trabajar para nosotros, nuestras
familias o nuestras empresas, sentimos que aquí trabajamos para el Estado. Para
pagar esa enorme burocracia y las millonarias deudas que nos dejó la década
robada. Para mantener tanta ineficiencia e infinito gasto público.
Según un reciente informe de la Cámara de
Comercio de Guayaquil, son exactamente 76 días de trabajo los que destinamos
los ecuatorianos el año pasado para financiar al sector público. Es decir, hasta
el 17 de marzo trabajamos para mantener el aparato estatal. Recién a partir de
ese día empezamos a trabajar para nosotros mismos. Es el día de la libertad
tributaria, como lo ha llamado la Cámara.
Según el informe, “las reformas tributarias de
la década pasada aumentaron 22 días más de trabajo para el Estado. En el año
2000 los días de trabajo destinados a pagar impuestos fueron 44. En el 2017, la
carga fiscal aumentó a 21%, obligando a los ecuatorianos a trabajar 76 días
para alimentar al fisco… En los últimos 10 años, hubo al menos 27 reformas
tributarias que involucraron la modificación o creación de tributos que afectan
la producción. Entre los impuestos más nocivos que se crearon o modificaron,
están el Anticipo de Impuesto a la Renta, el Impuesto a la Salida de Divisas, y
varios Impuestos a los Consumos Especiales”.
A esta carga tributaria debemos añadir los
elevados precios que pagamos como consumidores, cortesía de tantos aranceles;
cada pago que hacemos al IESS (en la práctica otro impuesto más) que el
correísmo casi ha quebrado; y todos los servicios privados que debemos
contratar (educación, salud, guardianía, seguros) que se supone nuestros
impuestos cubrían.
Esta sensación de que trabajamos más para el
Estado que para nosotros mismos no se refleja solo en la plata que damos al
fisco, sino también en el tiempo perdido. Horas en nuestras empresas o
actividad profesional dedicadas a lidiar con trabas, permisos y reglamentos
absurdos. Reuniones para entender algún nuevo requisito inventado por algún
burócrata aburrido, en lugar de planificar nuevos servicios o productos que
hagan crecer nuestro negocio.
Y lo que más molesta no es el pago de impuestos
y tanta tramitología, sino saber que gran parte de esa plata y esfuerzo en
lugar de ir a maestros, médicos o policías, se pierde en corrupción,
ineficiencia, entidades públicas innecesarias, sueldos, privilegios y carros
con chófer de funcionarios dorados.
Hoy que el gobierno de Lenín supuestamente
anuncia –finalmente– las medidas económicas que tomará para sacarnos de la
crisis en las que ellos mismos nos metieron (que no se hagan los que nada
tuvieron que ver con Correa), esperamos que no sean más impuestos, más
aranceles, más trabas. Que no nos pasen la cuenta de su ineficiencia e
incapacidad para recortar tantos gastos.
Lenín heredó una situación muy complicada. No
es fácil arreglar esta economía de un día para otro. Pero mientras su enfoque
siga siendo cómo le saco plata al ciudadano y al sector privado para continuar
manteniendo el despilfarro público, en lugar de cómo adelgazo al Estado y doy
libertad al sector privado para producir más, aquí nada cambiará. Las medidas
que hoy anuncien nos dirán si seguimos trabajando para Lenín, o empezamos a
trabajar para nosotros.
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