¡Qué lejos estamos de Chile! Miro con envidia a
Sebastián Piñera asumir la presidencia de ese país. Una presidenta de izquierda
entrega el poder al nuevo presidente de derecha en paz, con altura, entendiendo
que el hecho de jugar en equipos opositores no los convierte en enemigos, que
más allá de diferencias y rivalidades son personas decentes que comparten
principios elementales como el respeto a la ley y las instituciones y el deseo
de un país mejor.
Chile da lecciones de madurez y decencia
política una y otra vez. En ocasiones, hasta supera a las democracias más
avanzadas. El día del triunfo electoral de Piñera no solo que el candidato
opositor aceptó públicamente su derrota y felicitó al ganador, sino que fue a
la central de campaña del presidente electo y desde ahí lo felicitó, lo abrazó
y se comprometió a trabajar juntos por el bienestar del país. A la mañana
siguiente, Piñera desayunó con Bachelet, iniciando así el proceso de
transición. Acá ni con políticos del mismo partido es posible una transición
tan pacífica. Sus egos gigantes les impiden pensar más allá de su interés
inmediato y personal.
Durante su visita a Chile para la posesión de
Piñera, el mismo Lenín Moreno dijo en una entrevista: “Fue programado dejar al país
en condiciones bastante malas para que el próximo gobierno, que seguramente el
presidente se imaginó iba a ser de su opositor, fracase y enseguida volver como
el redentor. Pero parece que las cosas no salieron como estaban programadas,
gané las elecciones, pero trataron de aplicarme la misma receta”. El ego de un
político vale más que el bienestar de un país. Su estrategia para sobresalir se
basa en hacer fracasar al otro.
El haber sobrevivido una dictadura seguramente
empujó a la clase política chilena y a los votantes a madurar así. No quieren
volver a ese pasado. Por eso, más allá de diferencias ideológicas o políticas
defienden los principios básicos de una democracia. En Ecuador acabamos de
salir de nuestra versión de dictadura. Diez años donde todo el poder estuvo en
manos de una sola persona, que hizo y deshizo a su antojo, sumergiendo al país
en la peor corrupción de su historia. Sería bueno que, como en Chile, esta
experiencia nos haga madurar políticamente. Que esta mala experiencia correísta
nos abra los ojos, nos haga rechazar tanta sinvergüencería y darle algo de
decencia a la política.
El camino será largo y complicado. El
comportamiento correísta sigue vigente entre correístas y supuestos
excorreístas. Ahí está Serrano. En cualquier democracia medianamente avanzada
hubiera renunciado a la presidencia de la Asamblea y a la Asamblea. Pero él,
sin vergüenza alguna, continúa bien agarrado de su cargo. Ahí está Ochoa,
personaje nefasto de la década robada, que hasta el final defendió sus abusos.
El correísmo ha dejado un marcado legado de desfachatez política contra la que
debemos luchar políticos y votantes. Las próximas elecciones seccionales son la
oportunidad para ponerle un punto final.
Chile está todavía muy lejos. Diez años de
correísmo nos hicieron retroceder demasiado. El ver a políticos y
exfuncionarios correístas enfrentar la justicia es al menos un primer
paso.
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