Dicen que
es común que el criminal vuelva a la escena del crimen. Regresa por diversos
motivos: para asegurarse de no haber dejado alguna evidencia o cabo suelto,
para saber cómo están reaccionando los familiares y amigos de la víctima, o incluso
para revivir esa sensación de poder y control que experimentó al momento del
crimen.
Rafael
Correa ha vuelto al país. Tantas veces juró que se alejaría de la política, que
se quedaría lejos una vez que dejara la presidencia, que él debía descansar del
país y el país descansar de él. Otra de sus muchas mentiras. Políticos
hambrientos de popularidad y aprobación como él necesitan revivir esa sensación
de poder y control. Nunca se retiran.
Eso es
Correa. Se entiende. Lo que no se entiende es ver a sus víctimas abrirle las
puertas de par en par como si nada hubiera pasado en los últimos diez años. Los
medios, por ejemplo. Correa se dedicó a denigrar, atacar, multar y enjuiciar a
medios y periodistas ecuatorianos. Se negó a asistir a entrevistas y prohibió a
sus ministros aceptarlas. Pero ahí lo vemos, dando entrevistas en radios y
canales de televisión, difundiendo su cinismo muy campante.
Correa y
sus compinches, los mismos que durante diez años abusaron de su poder y
secuestraron todas las instituciones del Estado, ahora se las dan de
protectores de la ley y la institucionalidad. Esos mismos que rompían
periódicos, perseguían periodistas, ahora piden un espacio en los medios. Piden
respeto. Denuncian supuestas violaciones a la ley. Y hasta se quejan ante las
instancias internacionales que ellos tanto desprestigiaron. Cinismo puro y
duro. No merecen ni un segundo de cobertura.
No faltan
esos tuits que nos hacen frotar los ojos ante tanta hipocresía. Correa, Patiño,
Alvarado y compañía ahora reclaman institucionalidad y libertad. Los mismos que
hace muy poco controlaban todos los poderes, ganaban juicios con una mirada al
juez, sembraban miedo en todos lados, ahora se las dan de muy demócratas. Pero
ya no están en el poder. Sus opiniones no tienen importancia. Son personajes
sin trascendencia. ¿Para qué seguir leyéndolos?
Correa
parece una amenaza a medida que se acerca la consulta popular. Pero sin
recursos públicos, sin el sánduche y la cola, sin la cobertura obligatoria de
medios públicos e incautados, sin sus cadenas nacionales, casi nadie le hace
caso. Correa existe en la medida que nosotros lo permitamos.
Tenemos el
poder en nuestro dedo índice de callarlos. Basta presionar un botón y dejar de
seguirlos. Basta darles unfollow. Decirles no más. Darles la importancia
que merecen: ninguna.
Eso sí,
ignorarlos no es olvidarlos y dejar que caminen libres por la vida como si nada
ha pasado. Se trata de no prestarles atención, de cerrarles la puerta a sus
mentiras. Pero los abusos que cometieron siguen vigentes. Deben seguir vigentes
para las autoridades ante quienes tendrán que rendir cuentas.
El
correísmo no merece un espacio en la opinión pública ecuatoriana. Ya abusaron
de los medios de comunicación durante diez años. No hay por qué escucharlos ni
darles micrófonos. El Mashi y compañía solo merecen el rechazo de
medios y periodistas. Y un masivo unfollow de todos.
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