Se escuchan las apuestas por todos
lados. La duda dejó de ser si se distanciarán. La apuesta es cuándo sucederá.
En qué momento Correa se convertirá en el principal opositor de este Gobierno.
Desde su discurso de posesión Lenín
ha sido, a su manera, crítico del gobierno de Correa. Si Rafael era el gran
insultador, siempre echando lodo a cualquier crítico u opositor, Lenín busca
posicionarse como el conciliador, que acerca a la oposición, que da la
bienvenida a las críticas. Si Correa era la cabeza de un gobierno plagado de
escandalosos casos de corrupción y de una impunidad vergonzosa, Lenín busca
desmarcarse de esa corrupción, permitiendo que en su gobierno ocurra lo que en
diez años de correísmo casi no vimos: que los corruptos enfrenten la justicia.
Si Correa era el líder omnipresente en cadenas, sabatinas y en cada espacio de
nuestras vidas, Lenín mantiene un perfil bajo.
Lenín juega el difícil juego de
posicionarse como el anti-Correa al mismo tiempo que declara su amistad y
admiración por el expresidente. En cada gesto y declaración, Lenín levanta una
crítica al correísmo. Sus reuniones con alcaldes y políticos de oposición son
una crítica a la política de división y confrontación del correísmo. La
decisión de eliminar sabatinas y no colgar su retrato en oficinas públicas se
ve como un rechazo a la vanidad correísta. Los casos de corrupción que se van
destapando son una crítica a la impunidad del régimen pasado.
El legado del correísmo poco a poco
se va aclarando, resumido en palabras como corrupción, despilfarro, elefantes
blancos, censura y más corrupción. Ahora, a pesar de que tantas veces ofreció
que se alejaría de la política para descansar del país y que descansemos de él,
Correa sigue presente. Extraña el poder. Continúa vendiendo humo. Con una gran
diferencia: antes lo hacía desde los parlantes gigantes de su poder mediático.
Hoy, solo una minoría lee sus desesperados tuits. Ya no hay sabatinas, cadenas,
publicidad y monólogos disfrazados de entrevistas para vender fantasías.
Lenín ha logrado desmarcarse de los
abusos del correísmo durante sus primeros dos meses en el poder, pero sigue
siendo un misterio si traerá cambios de fondo. No es difícil aparecer como un
presidente decente y coherente después de diez años de Correa. No hay gran
mérito en eso. El reto será pasar de cambios simbólicos a reales. Por ejemplo,
asegurando una elemental libertad y estabilidad que facilite el emprendimiento
y la generación de empleo en lugar de las restricciones, trabas y exagerados
controles con los que el correísmo ahuyentó inversiones y exprimió empleos y
empresas. Por ejemplo, poniendo a las personas, no al Gobierno, en el centro de
las políticas públicas. Por ejemplo, asumiendo el hecho de que el problema
económico de fondo se resuelve limitando el gasto público, no restringiendo
importaciones o con más impuestos que encarecen la vida de todos.
Si Lenín escoge el camino del
respeto, la transparencia, la lucha contra la corrupción, la libre empresa; en
fin, un camino coherente y decente contrario al de Correa, inevitablemente
aumentará la furia ex presidencial y en poco tiempo lo tendrá de opositor. Es
el camino complicado. Pero el único que traería oportunidades y cambios. Las
apuestas siguen abiertas.
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