“The office is bigger than the occupant”, dijo el
entrevistado. El periodista le había preguntado qué tan catastrófica será para
Estados Unidos la presidencia de Donald Trump. El entrevistado le recordó que
la Casa Blanca, la oficina oval, el cargo de presidente del país; en otras
palabras, la institución de la Presidencia es mucho más grande, más poderosa,
más trascendental que su ocupante temporal. No importa qué tan malo,
desequilibrado o incompetente sea el presidente de turno. Las instituciones son
más fuertes. Estados Unidos saldrá adelante, incluso con un presidente como
Trump, opinaba el entrevistado.
Pensé en la presidencia ecuatoriana. Tan frágil,
tan carente de institucionalidad. Todo lo contrario a la presidencia gringa y
las presidencias de países con instituciones fuertes. Aquí, el éxito o fracaso
del país depende en grandísima medida de quien ocupe la Presidencia. El Estado
no tiene instituciones en las cuales apoyarse. Gobierno y Estado aquí son lo
mismo. Y en la década correísta, también lo es el partido.
La Presidencia del Ecuador no caía tan bajo desde
la época de la guatita y el Rock de la prisión. Y aquella vez el show duró
tan corto tiempo que la banda presidencial sufrió pocos rasguños. Correa, en
cambio, durante sus largos diez años en el poder trapeó con esa banda
presidencial la poca institucionalidad que nos quedaba. Hoy, al final del correísmo,
hablar de la Presidencia es hablar de insultos, de irrespeto total a la
separación de poderes, de ataques constantes a los medios de comunicación, a la
oposición y a cualquiera que piense distinto. La Presidencia se volvió sinónimo
de falta de decencia, respeto y ética. De un cinismo sin precedentes.
Por eso es una gran noticia para todos que se
vaya finalmente Correa. Carondelet necesitaba a gritos cambiar ese inquilino
que se creía dueño, no huésped, del edificio. Ojalá al dejar la Presidencia deje
también el poder. Que Bruselas no se convierta en el nuevo Cortijo.
Lenín Moreno la tendrá muy difícil. Correa deja
al país sumergido en una tremenda deuda económica y ética que ya no pueden
esconder bajo la alfombra. Al despilfarro sin control, la mala administración
de la riqueza y la escasez, la inestabilidad que ahuyentó la inversión privada
y extranjera, se suma una preocupante actitud ante la corrupción. Correa se va
con las justas, antes de que el tren se descarrile.
Con Correa ha quedado clarísimo que aquí la
oficina presidencial no es más grande que quien la ocupa. Un presidente
incompetente y abusivo sí tiene el poder de hacer mucho daño. No hay
instituciones que lo frenen o que estén por encima de su poder. Correa deja un
país con instituciones al servicio de Alianza PAIS, en lugar del país.
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