Vivimos días raros, incrédulos de lo
que está pasando. La depresión poselectoral nos tiene cabizbajos. Quedó en el
camino la posibilidad de un cambio. Quedó en el camino la esperanza de tener
finalmente, luego de diez años de abusos, un gobierno decente, liberal, abierto
al mundo, respetuoso, con planes claros e ideas coherentes.
El cambio estuvo cerca. Muy cerca.
Nos quedamos con las ganas de ver a Guillermo Lasso en Carondelet. Hoy, en
lugar de física cuántica y papel higiénico, estaríamos hablando de nuevas
inversiones y empleos. En lugar de periodistas y medios perseguidos, estaríamos
celebrando el inicio de una nueva época de libertad y respeto.
Guillermo Lasso no alcanzó la
presidencia, pero se ganó el respeto de millones de ecuatorianos y demócratas
en todos lados. Pasó de ser un candidato, a ser la imagen de la democracia, de
la institucionalidad, del respeto, de la lucha frontal contra la corrupción,
abusos y mal manejo económico de este Gobierno. Por eso lo apoyaron personas y
grupos que jamás imaginaron que lo harían. Entendieron que más allá de
diferencias ideológicas, al votar por Lasso votaban por esa decencia en la
política que el correísmo ha sepultado por completo.
Se fue esta oportunidad del cambio.
Pero queda el ejemplo de Guillermo Lasso. Como referente de la política frontal
y transparente que aspiramos tener un día en nuestro país.
Guillermo Lasso pudo nunca entrar en
política. Pudo haber continuado con sus negocios, sus asuntos privados, disfrutar
la vida en paz, sin complicaciones. Al igual que la mayoría, pudo esperar que
otros líderes políticos asuman el desafío de enfrentar a este Gobierno. Que
otros lo representen y se la jueguen. Pero Guillermo escogió el camino difícil.
El de los valientes que enfrentan los retos de los que la mayoría huye. Asumió
la responsabilidad de sacar a este país adelante.
Sabía que la campaña no sería fácil.
Que intentarían hundirlo a como diera lugar. Enfrentó a un gobierno mafioso que
utilizó toda su maquinaria política y mediática para atacarlo y
desprestigiarlo. Enfrentó el abuso sistemático de recursos públicos en cadenas
nacionales, “noticieros”, “programas de investigación” en medios públicos e
incautados, sabatinas y redes sociales dedicados a atacarlo, a mentir sobre su
pasado y sus propuestas, a pretender involucrarlo con hechos que el Gobierno
bien sabía que él nada tenía que ver.
Pero Lasso no se detuvo. Siguió
caminando, escuchando, proponiendo. Entró a jugar de visitante, con cancha
inclinada, árbitro y jueces de línea en contra, que no pitaron los
incontables fouls que le hicieron durante el partido. Así y todo, él
jugó limpio hasta el final.
Hoy Guillermo Lasso puede estar
tranquilo, con la satisfacción de haberlo dejado todo en la cancha. Ganó los
votos de medio país y el respeto de muchos más. Demostró que se puede ser
limpio y decente en política, incluso frente a un rival tan sucio.
Más allá del pesimismo que hoy
vivimos, esta campaña nos deja la esperanza de saber que sí se puede hacer una
política distinta. Nos deja el esfuerzo, la valentía, el ejemplo, el liderazgo
de Guillermo Lasso. Que no fueron en vano. Que han sembrado la semilla del
cambio.
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