Se lo nota más desesperado. Más
prepotente. Más encerrado. Su fin en el poder se acerca y se da cuenta de que
su legado no será el que esperaba.
Hace pocos años, cuando la realidad era
todavía verde dólar y olía a petróleo, seguro imaginaba emocionado lo que los
libros de historia escribirían sobre sus diez años en el poder. Capítulos
enteros en los que los estudiantes del futuro conocerían sobre el constructor
de carreteras, hospitales, centrales hidroeléctricas, aeropuertos, escuelas,
universidades. Imaginaba parques, plazas, escuelas con su nombre. Estatuas con
su rostro serio, mirando al horizonte como tantas veces lo hizo en la
publicidad, con un puño en alto, vistiendo su camisa blanca con diseños
autóctonos.
Pero la bonanza terminó. Los miles de
millones de dólares de petróleo se le escurrieron de sus manos. Y como en el
cuento, el emperador que caminaba orgulloso con ese traje invisible que antes
todos alababan, hoy avanza entre las risas y las burlas de quienes lo ven tal y
como está, desnudo. Ya no tiene con qué esconder su incompetencia, sus abusos,
su despilfarro. Esas montañas de dinero que servían para contentar a las
mayorías, ya no están.
Ese legado que soñó es solo eso. Un
sueño. Ahora, lo atormenta la pesadilla de saber que la historia lo recordará
como el presidente que despilfarró la mayor bonanza petrolera de la historia,
sumergiendo al país en una profunda crisis. Y que toda la corrupción,
sobreprecios, abusos de poder, ataques a la libertad de expresión, juicios a
periodistas, metida de mano en la justicia y control de los poderes del Estado
serán estudiados y criticados por las próximas generaciones.
Por eso hoy lo vemos más arrogante y
autoritario de lo normal. Intenta convencernos desesperado de una realidad que
solo aguanta su Power Point de los sábados. Nos insiste que estamos bien. Que
lo que llaman despilfarro, es en realidad inversión. Que no hay crisis. Que
quienes salen del país a comprar más barato al otro lado de la frontera son
unos desleales. Que el desempleo no es el que reportan los medios. Acusa de
traidores a empresarios, militares, periodistas y cualquiera que le haga
oposición. Y exige respeto, obediencia, que a nadie se le ocurra cuestionarlo.
Que yo mando aquí. Que yo soy el jefe.
Y nosotros nos retorcemos de vergüenza
ajena. No importa cuántas veces nos haya avergonzado en el pasado. Se sigue
superando a sí mismo en su vanidad, su prepotencia, su ceguera ante la
realidad, su sordera ante consejos o críticas. Se niega a aceptar que su
proyecto ha fracasado. Que hoy estamos peor. Que deja un país ahogado en
deudas, con instituciones frágiles, con menos libertad, menos trabajo, menos
inversiones, lleno de restricciones y con un Gobierno abusivo y obeso.
La historia lo recordará. Eso es seguro.
Los estudiantes leerán sobre estos años de Socialismo del Siglo XXI como una de
las peores etapas políticas del país y América Latina. Su foto aparecerá junto
a la de Chávez, Maduro, los Kirchner y el resto para que aprendamos de su
triste legado, de sus abusos, de sus errores. Para que no vuelvan a repetirse.
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