Una montaña
rusa de emociones. Eso hemos vivido desde que la tierra tembló hace ya dos
semanas.
Miedo. Al
sentir todo moverse, cosas caer, gente gritando. Algo muy serio acababa de
ocurrir. Incertidumbre. De no saber el alcance del daño. ¿Cuántos destrozos,
heridos, vidas perdidas?
Tristeza.
Impotencia. Al ir conociendo la realidad. Al entender la magnitud del desastre,
las muertes, las lágrimas, los gritos desesperados. Alegría. Esperanza. Por las
vidas rescatadas. Por encontrar al próximo sobreviviente.
Emoción.
Orgullo inmenso. De la solidaridad de miles de personas alrededor del país
poniendo el hombro, haciendo donaciones, organizándose, ayudando donde se
pueda, asistiendo a los necesitados. Del ejemplo de voluntarios, bomberos,
médicos, fundaciones, ONG, funcionarios, grupos de rescate extranjeros que lo
dejaron todo y acudieron de inmediato. De las donaciones y millonarios aportes
de empresas privadas, incluso en un año de ventas malas y pronósticos peores.
Rabia.
Vergüenza. De ver a un presidente que debería ser guía y ejemplo para todos,
perdiendo el control, amenazando con detener a gente que lo ha perdido todo,
reclamando a voluntarios extranjeros que solo vinieron a ayudar. Decepción. De
tener un gobierno sin ideas, sin institucionalidad, dependiente de una sola
persona, sin real liderazgo, sin visión, que aprovecha la situación para
recaudar con más impuestos el dinero que ha despilfarrado, en lugar de crear los
incentivos necesarios para recuperarnos. Indignación. De ver que la tragedia no
cambió sus malos hábitos, no disminuyó su arrogancia, no les hizo entender que
es el momento de la unidad no de continuar con sus amenazas.
Certeza.
Confianza. De saber, ahora más que nunca, que sí podemos salir adelante. Que
aunque la tierra tiemble, nosotros seguiremos firmes. Que sabremos enfrentar
cualquier sismo, sobre todo los venidos del poder. Y sobreviviremos ante la
amenaza y los ataques de un gobierno que solo piensa en conservar sus
privilegios y no es capaz de hacer mínimos sacrificios. Que derrotaremos la
vanidad de un presidente que cree que él es el principio y fin de todo, que el
país gira a su alrededor, que sin él nada marcha y que no resiste que, precisamente,
todo marche mejor sin él. Que enterraremos la incompetencia de un gobierno que
no pasó del eslogan y la venta de humo en cadena nacional.
Desconfianza.
De estar obligados a meter la mano en nuestros bolsillos y pagar nuevos
impuestos, sabiendo que seguramente también los desperdiciarán. Ilusión. De que
en un año esto habrá acabado. Ellos se irán a sus casas y ya no podrán limitar
nuestra libertad, nuestras ganas, nuestro derecho a salir adelante. Ya no
podrán despilfarrar nuestro futuro.
La tierra
tembló y tenemos más claro que antes que es la iniciativa individual lo que
empuja una sociedad. Que el gobierno que funciona es el que apoya esas
iniciativas, no el que pretende dirigir todo desde arriba y frena con trabas y
regulaciones inútiles esos esfuerzos personales. La tierra tembló y entendimos
mejor que los protagonistas no son aquellos en el poder, aunque sus caras
salgan repetidas en mil cadenas y spots publicitarios. Que los protagonistas
somos todos. Y que ya es tiempo, hace tiempo, que se hagan a un lado para
dejarnos hacer nuestro trabajo.
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