Por varios años el Gobierno se paseó como
el nuevo rico del barrio. Se compró un auto de lujo y una tele de 80 pulgadas,
amplió su casa, viajó por el mundo entero, envió a sus hijos a los mejores
colegios, contrató chef, mayordomo, masajista, chofer y todo un ejército de
empleados y cada fin de semana armaba una gran farra con champagne y fuegos
artificiales hasta las cinco de la mañana.
Pero entre tanto gasto y tanta farra un
día se le acabó la plata. Las tarjetas de crédito reventaron. Y nuestro vecino
pasó de nuevo rico a ser ese que no acepta su nueva situación económica y
pretende seguir viviendo como en los buenos tiempos. Se niega a enfrentar sus
deudas. Le debe plata a su familia, al colegio de sus hijos y a medio barrio. A
sus empleados los tiene cuenteados hace meses que ya mismo les pagará. Eso sí,
que no le hablen de vender su televisión ni mudarse a un apartamento más
pequeño. Y claro, tiene la desfachatez de seguir paseándose en su flamante
carro con asientos de cuero.
Hace poco nuestro vecino sufrió un
accidente. Todo el barrio acudió a ayudar. Le pagaron el hospital, los médicos,
la rehabilitación. Y nuestro amigo, tan malagradecido y tan sabido, aprovechó
para pedirle más plata a todos a ver si así paga algo de sus deudas y consigue
más préstamos para armar una nueva farra este fin de semana.
El Gobierno no afloja su auto de lujo ni
su mayordomo. Pero es aún más descarado que nuestro vecino. No nos pide plata
prestada. Nos apunta con el arma de nuevos impuestos para quitárnosla a la
fuerza.
La ayuda por el terremoto ha llegado del
mundo entero. El gerente de Seguros Sucre ha indicado que las empresas y bienes
públicos afectados están protegidos y cubiertos. El Gobierno tiene acceso a
varías líneas de crédito de organismos internacionales para la emergencia. Pero
eso no es suficiente. Necesitan plata. Mucha, mucha plata. Necesitan pagar todo
el despilfarro y la incompetencia de los últimos años.
“Tres mil millones” dijeron apenas tres
días después de que la tierra temblara. Eso costaría al país la reconstrucción.
Y no perdieron ni un segundo en presentar y aprobar la irónicamente llamada
“Ley de Solidaridad y Corresponsabilidad Ciudadana”. ¿Corresponsabilidad? Eso
implicaría responsabilidad de dos partes, Gobierno y Ciudadanía. Aquí los
únicos responsables hemos sido los ciudadanos que llevamos años pagando la
irresponsabilidad del Gobierno.
Proveedores del Estado, municipios,
jubilados del sector público, hasta clubes de fútbol piden desesperados que les
paguen lo adeudado. Deudas por todos lados. Las cuentas del Estado cada vez más
vacías. Pero el ex nuevo rico se niega a aceptar su despilfarro y sigue
paseando con su chofer. Al resto nos toca aguantar el asalto, reorganizar
nuestros presupuestos y hacer grandes sacrificios para que el Gobierno no haga
ninguno.
Pero sonrían. Luego de seis años,
podremos comprar nuevamente trago los domingos para ayudar a la “reactivación
comercial y turística del país”. Y podremos brindar por las brillantes
políticas comerciales de este Gobierno: más impuestos y desmontar sus propios
errores.
Ya es hora de pararles el carro.
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