lunes, mayo 16, 2016

El ex nuevo rico

Por varios años el Gobierno se paseó como el nuevo rico del barrio. Se compró un auto de lujo y una tele de 80 pulgadas, amplió su casa, viajó por el mundo entero, envió a sus hijos a los mejores colegios, contrató chef, mayordomo, masajista, chofer y todo un ejército de empleados y cada fin de semana armaba una gran farra con champagne y fuegos artificiales hasta las cinco de la mañana.

Pero entre tanto gasto y tanta farra un día se le acabó la plata. Las tarjetas de crédito reventaron. Y nuestro vecino pasó de nuevo rico a ser ese que no acepta su nueva situación económica y pretende seguir viviendo como en los buenos tiempos. Se niega a enfrentar sus deudas. Le debe plata a su familia, al colegio de sus hijos y a medio barrio. A sus empleados los tiene cuenteados hace meses que ya mismo les pagará. Eso sí, que no le hablen de vender su televisión ni mudarse a un apartamento más pequeño. Y claro, tiene la desfachatez de seguir paseándose en su flamante carro con asientos de cuero.

Hace poco nuestro vecino sufrió un accidente. Todo el barrio acudió a ayudar. Le pagaron el hospital, los médicos, la rehabilitación. Y nuestro amigo, tan malagradecido y tan sabido, aprovechó para pedirle más plata a todos a ver si así paga algo de sus deudas y consigue más préstamos para armar una nueva farra este fin de semana.

El Gobierno no afloja su auto de lujo ni su mayordomo. Pero es aún más descarado que nuestro vecino. No nos pide plata prestada. Nos apunta con el arma de nuevos impuestos para quitárnosla a la fuerza.

La ayuda por el terremoto ha llegado del mundo entero. El gerente de Seguros Sucre ha indicado que las empresas y bienes públicos afectados están protegidos y cubiertos. El Gobierno tiene acceso a varías líneas de crédito de organismos internacionales para la emergencia. Pero eso no es suficiente. Necesitan plata. Mucha, mucha plata. Necesitan pagar todo el despilfarro y la incompetencia de los últimos años.

“Tres mil millones” dijeron apenas tres días después de que la tierra temblara. Eso costaría al país la reconstrucción. Y no perdieron ni un segundo en presentar y aprobar la irónicamente llamada “Ley de Solidaridad y Corresponsabilidad Ciudadana”. ¿Corresponsabilidad? Eso implicaría responsabilidad de dos partes, Gobierno y Ciudadanía. Aquí los únicos responsables hemos sido los ciudadanos que llevamos años pagando la irresponsabilidad del Gobierno.

Proveedores del Estado, municipios, jubilados del sector público, hasta clubes de fútbol piden desesperados que les paguen lo adeudado. Deudas por todos lados. Las cuentas del Estado cada vez más vacías. Pero el ex nuevo rico se niega a aceptar su despilfarro y sigue paseando con su chofer. Al resto nos toca aguantar el asalto, reorganizar nuestros presupuestos y hacer grandes sacrificios para que el Gobierno no haga ninguno.

Pero sonrían. Luego de seis años, podremos comprar nuevamente trago los domingos para ayudar a la “reactivación comercial y turística del país”. Y podremos brindar por las brillantes políticas comerciales de este Gobierno: más impuestos y desmontar sus propios errores.


Ya es hora de pararles el carro.


lunes, mayo 02, 2016

Tristeza, rabia, esperanza

Una montaña rusa de emociones. Eso hemos vivido desde que la tierra tembló hace ya dos semanas.

Miedo. Al sentir todo moverse, cosas caer, gente gritando. Algo muy serio acababa de ocurrir. Incertidumbre. De no saber el alcance del daño. ¿Cuántos destrozos, heridos, vidas perdidas?

Tristeza. Impotencia. Al ir conociendo la realidad. Al entender la magnitud del desastre, las muertes, las lágrimas, los gritos desesperados. Alegría. Esperanza. Por las vidas rescatadas. Por encontrar al próximo sobreviviente.

Emoción. Orgullo inmenso. De la solidaridad de miles de personas alrededor del país poniendo el hombro, haciendo donaciones, organizándose, ayudando donde se pueda, asistiendo a los necesitados. Del ejemplo de voluntarios, bomberos, médicos, fundaciones, ONG, funcionarios, grupos de rescate extranjeros que lo dejaron todo y acudieron de inmediato. De las donaciones y millonarios aportes de empresas privadas, incluso en un año de ventas malas y pronósticos peores.

Rabia. Vergüenza. De ver a un presidente que debería ser guía y ejemplo para todos, perdiendo el control, amenazando con detener a gente que lo ha perdido todo, reclamando a voluntarios extranjeros que solo vinieron a ayudar. Decepción. De tener un gobierno sin ideas, sin institucionalidad, dependiente de una sola persona, sin real liderazgo, sin visión, que aprovecha la situación para recaudar con más impuestos el dinero que ha despilfarrado, en lugar de crear los incentivos necesarios para recuperarnos. Indignación. De ver que la tragedia no cambió sus malos hábitos, no disminuyó su arrogancia, no les hizo entender que es el momento de la unidad no de continuar con sus amenazas.

Certeza. Confianza. De saber, ahora más que nunca, que sí podemos salir adelante. Que aunque la tierra tiemble, nosotros seguiremos firmes. Que sabremos enfrentar cualquier sismo, sobre todo los venidos del poder. Y sobreviviremos ante la amenaza y los ataques de un gobierno que solo piensa en conservar sus privilegios y no es capaz de hacer mínimos sacrificios. Que derrotaremos la vanidad de un presidente que cree que él es el principio y fin de todo, que el país gira a su alrededor, que sin él nada marcha y que no resiste que, precisamente, todo marche mejor sin él. Que enterraremos la incompetencia de un gobierno que no pasó del eslogan y la venta de humo en cadena nacional.

Desconfianza. De estar obligados a meter la mano en nuestros bolsillos y pagar nuevos impuestos, sabiendo que seguramente también los desperdiciarán. Ilusión. De que en un año esto habrá acabado. Ellos se irán a sus casas y ya no podrán limitar nuestra libertad, nuestras ganas, nuestro derecho a salir adelante. Ya no podrán despilfarrar nuestro futuro.


La tierra tembló y tenemos más claro que antes que es la iniciativa individual lo que empuja una sociedad. Que el gobierno que funciona es el que apoya esas iniciativas, no el que pretende dirigir todo desde arriba y frena con trabas y regulaciones inútiles esos esfuerzos personales. La tierra tembló y entendimos mejor que los protagonistas no son aquellos en el poder, aunque sus caras salgan repetidas en mil cadenas y spots publicitarios. Que los protagonistas somos todos. Y que ya es tiempo, hace tiempo, que se hagan a un lado para dejarnos hacer nuestro trabajo.