Correa
felicita a Pablo. Que es un orgullo para la patria, el primer estudiante de
excelencia de su provincia, ganador de una beca del Gobierno. ¿Y qué estás
haciendo ahora, Pablo? “La verdad, no me encuentro trabajando en el momento”,
le contesta. “¿Y por qué?”, pregunta incómodo el benefactor. Y Pablo explica
que no hay plata en la institución pública donde intentó ingresar.
“Todos
nuestros becarios deben estar trabajando, ¿qué pasa?”, increpa Correa. “Pasa
que tú eres el presidente y por eso no hay trabajo”, contestan en silencio
millones de ecuatorianos.
Ahí. En ese
momento. En esa vergüenza pública que pasó el presidente durante su show de los
sábados se resume uno de los grandes daños que ha hecho el correísmo al país. A
los jóvenes. El Gobierno creyó que esto de gobernar era cuestión de gastar. Que
desde el Estado se podía hacer todo. Repartir cargos, multiplicar ministerios y
secretarías inútiles, construir carreteras, hospitales, elefantes blancos,
proyectos invisibles, ahogarnos en publicidad. Da igual. Gastar, gastar,
gastar. Esa era su receta. Su gran milagro.
Inversión
extranjera, secundario. Seguridad jurídica, tonterías. Tratados comerciales,
bobadas neoliberales. Estabilidad tributaria, cuento de los poderes fácticos.
Ahorro, una estupidez.
Y ahora
miles de Pablos no tienen trabajo. Esos Pablos pertenecen a una generación que
creció y se graduó bajo el correísmo con un objetivo: conseguir un puesto
público. Porque sabían que ahí estaban los trabajos. Porque veían que el sector
privado estaba estancado. Hoy, ya ni el obeso Estado les puede dar algo.
Lo más
decepcionante es que el Gobierno no hace nada para que esta situación cambie.
No existe un compromiso de hacer cortes significativos en el aparato estatal.
No están preocupados de reducir el monstruo burocrático que ellos crearon. Se
empeñan en continuar con lo mismo. Todo para el Gobierno, nada para la gente.
La gran
preocupación de Correa no es darle un trabajo a los jóvenes desempleados. Mover
la economía e impulsar al sector productivo para que se generen esos empleos
tan necesitados. Su principal preocupación es conseguir más plata para seguir
gastando. Que nadie toque mi avión privado, mis sabatinas, mis infinitos
ministerios, mi holding de medios públicos, mis aeropuertos fantasmas, mis
viajes, mi propaganda. La culpa no es mía, es del precio del petróleo. Quienes
dicen que gasto mucho mienten.
El Gobierno
no piensa ahorrar. Dejarán el poder con la mashicard al límite y chulqueros
cobrando en cada esquina. Nuestro bolsillo existe para que ellos sigan
gastando. Para eso están los nuevos impuestos con lo que pretenden seguir
exprimiéndonos.
Pero
tranquilos. Seguro los acuerdos firmados por Gabriela en Bielorrusia traerán
esa inversión que generará miles de empleos. Seguro ese nuevo impuesto a los
cigarrillos y las bebidas azucaradas nos hará tan saludables que vendrán
turistas del mundo entero a conocer nuestro secreto. Seguro ese arduo trabajo
de la Secretaría del Buen Vivir dará sus frutos y pronto exportaremos sonrisas.
Hasta que eso suceda, a pagar todos con infinito amor el despilfarro.
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