lunes, marzo 07, 2016

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La verdad ya me picaban las manos por volver a escribir aquí. Este Gobierno nos da tanto que comentar cada semana. Ayer un escándalo, hoy algún exabrupto, mañana otro abuso de poder.

Han pasado casi cuatro años desde que dejé de escribir esta columna de opinión. Cuatro años en los que el supuesto milagro ecuatoriano que nos vendían en interminables cadenas nacionales fue tan irreal como la ilusión de vivir para siempre de la lotería petrolera.

Hay una gran diferencia entre el Gobierno de cuatro años atrás y el de hoy: pasaron de ricos a chiros. El precio del petróleo que mantenía una bonanza ficticia se desplomó. El gasto sin control se estrelló contra ese muro que siempre estuvo ahí y no quisieron ver. La incapacidad del Gobierno no pudo ocultarse más tras las montañas de dólares. Y el correísmo apareció desnudo ante todos, tal y como es: incompetente y con las ideas equivocadas para sacar adelante al país.

El desastre trae una lección. No será en vano esta crisis en la que nos han metido. Dejará un aprendizaje político: desconfiar de futuros candidatos y funcionarios cargados de discursos dizque revolucionarios y fantasías socialistas.

Porque esto que vivimos no es solo cuestión de incompetencia, abuso de poder, despilfarro y falta de visión en Carondelet. El desastre correísta tiene su raíz en algo más importante, algo de fondo: sus ideas socialistas. Las ideas importan. Y mucho.
Sus ideas socialistas ponen al Estado –que para ellos se confunde con Gobierno y partido– en el centro de todo. Sus ideas exigen que sea el Estado el que decida por los ciudadanos, no lo contrario. Esas ideas desprecian la inversión privada, el emprendimiento individual, el ahorro, la apertura comercial, la libertad individual; en fin, el progreso. Detestan todo aquello que no tenga como inicio y fin al Gobierno.

Este no es un Gobierno que ha fracasado únicamente por la falta de capacidad de las personas que lo lideran. Este es un gobierno que ha fracasado porque sus ideas estatistas y socialistas inevitablemente llevan a ese fracaso. Un gobierno que quiere ser el centro de todo, manejarlo todo y decidir por todos, necesita imponer sus ideas, necesita el control y politización de todas las instituciones, necesita acabar con la separación de poderes, necesita limitar nuestra libertad, callar a la prensa, meterse en nuestras casas, nuestras oficinas, nuestros colegios, nuestras vidas.

Hace cuatro años cuando dejé de escribir estábamos mejor. No teníamos muchos de los problemas económicos y sociales de hoy. Pero sí teníamos otro gran problema: todavía eran muchos, demasiados, los que pensaban que el aparente bienestar venía gracias al Gobierno, y no a pesar de este. El poder y la popularidad del Gobierno parecían intocables mientras había plata. Ahora que la plata se acabó y la realidad nos golpea en la cara entendemos mejor lo que genera el socialismo y su estatismo agobiante.


Hoy estamos mal. Pero al menos entendemos por qué. Identificamos claramente a los culpables. Identificamos el peligro de sus ideas. Entendemos que si queremos salir adelante, no podemos volver a ellas.


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