Todo
terminó como empezó. Con Rafael Correa, el presidente, en el centro de todo. El
ciudadano jamás se asomó en el juicio. Siempre fue el presidente. Y en ese último acto, con invitados, aplausos y pantallas gigantes, quedó más evidente
que nunca la desinstitucionalización del Estado y la concentración del poder en
una sola persona. Correa, el magnánimo, el gran benefactor, decidía el futuro
de seis personas inocentes.
Sea por cálculo político, presión internacional, o por un real y sincero convencimiento, la decisión de Correa de ponerle fin a sus abusivos juicios es un triunfo para el periodismo y la libertad en este país. Correa hizo lo correcto, aunque demasiado tarde para detener el papelón a nivel mundial. Los juicios y las condenas nunca debieron ocurrir en un país que se dice democrático. Y el presidente, a su manera, aceptó su error.
En su carta, Correa omitió la intolerancia de un presidente de la República, quien por su cargo debe ser el más tolerante de todos; el absurdo de demandar a una compañía y a los directores de un diario por un artículo de opinión; el abuso de demandar como ciudadano, pero presentándose siempre como presidente, hasta con cadenas nacionales que ya el amigo fiscal dijo que nada de malo tenían; los desproporcionados montos de las demandas; la complicidad de jueces que dictaron sentencias vergonzosas; y las irregularidades y grandes cuestionamientos sobre el juicio que todavía deben aclararse.
Correa repitió que cumplió con tres objetivos: que se probó que EL UNIVERSO mintió, que se evidenció que los directivos del medio también son responsables, y que se logró que los ciudadanos superen el miedo a la prensa. Falsas conclusiones basadas en el apoyo de jueces dispuestos a darle la razón en todo.
Creo, en cambio, que todo este proceso ha dejado dos importantes lecciones. Primero, demostró que no estamos solos. Aunque el Gobierno quisiera hacer lo que le da la gana como si viviéramos aislados del mundo, este proceso demostró que las democracias, y las instituciones y medios internacionales van a reclamar y presionar a los gobiernos que abusen de su poder. El papelón de Correa tuvo una condena global. El mundo habló. Y Correa tuvo que escuchar.
Segundo, demostró que aquí hay periodistas, medios y ciudadanos dispuestos a pararse firme frente al poder. Es cierto que hoy en día muchos callan o moderan sus opiniones y reportajes ante el miedo o para mantener una buena pauta publicitaria del Gobierno. Ni hablar de los medios públicos e incautados, claramente alineados al mensaje oficial. A pesar de ello, Correa aprendió que hay periodistas que tomarán el camino difícil para defender su derecho a investigar, informar y cuestionar al poder.
Si Correa buscaba con estos juicios elevar el debate sobre el periodismo en el país, falló en grande. Logró lo contrario, obligando a los medios a concentrarse en su defensa ante el opresor, y a los periodistas y la sociedad a luchar por el elemental derecho a expresarse.
Ahora toca mirar hacia adelante. Continuar y mejorar el trabajo de los medios, reportando, investigando, opinando, cuestionando al poder, siendo críticos y autocríticos. Demostrando que aquí la prensa sigue más viva que nunca.
1 comentario:
Sí: afortunadamente no vivimos en el utópico país aislado que nuestros dirigentes sueñan. Hay que agradecer que exista la presión internacional y que el Presidente todavía quiera aparentar que no abusa del poder y que no está en el poder para enriquecerse. Pero estuvo cerca... y pienso que tenemos que prepararnos para los siguientes ataques a los medios.
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