Nos
gustan las caras nuevas. El factor sorpresa. Una y otra vez el país pide un
cambio, para luego pasar al cambio del cambio.
En los últimos años hemos sufrido de esa fiebre por lo nuevo y lo distinto a la hora de escoger candidatos. Por eso tenemos a Rafael Correa. Por eso, antes de él, Lucio Gutiérrez también ocupó Carondelet. Voces nuevas. Apostarle a ese cambio imaginado.
Veo CNN o leo el New York Times y me encuentro con la campaña presidencial de Estados Unidos a toda máquina. Las elecciones en ese país serán a fines del próximo año, casi al mismo tiempo que las nuestras. Mientras acá solo hay sospechas, especulaciones y chismes sobre quiénes podrían ser los candidatos, allá ya hay diez candidatos republicanos recorriendo el país, debatiendo, dando discursos y haciendo campaña por las primarias de su partido. Aunque no se puede comparar una democracia madura como la gringa con una que no llega ni a la adolescencia como la nuestra, el contraste del proceso electoral y sus consecuencias deberían servirnos de alerta. Mientras un proceso electoral como el gringo implica iniciar temprano las campañas y conocer a fondo a los candidatos y sus planes de gobierno, acá vamos al otro extremo. Todo está diseñado para que los candidatos tengan que aparecer a último momento. Solo así pueden aspirar a patear el tablero y ganarse nuestro voto, aunque nunca lleguemos a conocerlos a fondo.
Los candidatos republicanos habrán pasado por un largo y minucioso escrutinio público antes de aspirar a la candidatura de su partido. Medios y opositores los analizan y revisan con lupa. Uno de los candidatos ya enfrenta un escándalo al haber sido públicamente acusado de abuso sexual. Sus vidas públicas y privadas son parte de la discusión. Se trata de llegar hasta el fondo de las ideas, conductas y personalidades de quienes pretender liderar un país.
Esto no quiere decir que las caras nuevas no puedan ser buenos gobernantes. Tampoco quiere decir que una larga campaña presidencial como la de Estados Unidos garantice la llegada de los más brillantes. George Bush Jr. es prueba de ello. Pero poco podemos esperar de un sistema electoral que impide que conozcamos a los candidatos. Las posibilidades de equivocarnos en las urnas son mayores si no conocemos al candidato en la foto.
Nuestro sistema está diseñado para que los candidatos en campaña no puedan hacer campaña. Está armado para favorecer al presidente y autoridades en el poder e impedir que los candidatos se den a conocer. Hará que otra vez nos enteremos a última hora de quiénes aspirarán a ocupar cargos públicos. Obligará a que muchos de ellos sean famosos, periodistas y deportistas con la ventaja de ser más conocidos que el resto.
Nuevamente el país requiere un cambio de este mal cambio en el que nos hemos metido. No podemos caer nuevamente en candidaturas de última hora y discursos bonitos de candidatos sin experiencia. Debemos conocer con suficiente tiempo las credenciales, carácter, e ideas de quienes aspiren al poder.
Hoy vivimos las consecuencias de haber elegido a un improvisado que supo ganar votos desesperados. ¿Conoceremos con tiempo a los próximos candidatos?
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