Si soy
popular y la gente me quiere, nada malo puedo estar haciendo. Mis actos están
justificados en mi gran aceptación. Así se resume buena parte de la postura del
Gobierno ecuatoriano estos días en la OEA.
Nuestro secretario de propaganda invasiva dijo en CNN que a pesar de que se ha señalado a Ecuador y Argentina como países donde está en riesgo la libertad de expresión, “los votantes han dicho totalmente lo contrario. El presidente Correa goza a nivel de América de la más alta popularidad y credibilidad… y eso significa que hay una gran respuesta del pueblo ecuatoriano frente a ciertos demandantes de una supuesta amenaza contra las libertades y la libertad de expresión en el Ecuador”.
Según nos cuentan entonces, como la mayoría de ecuatorianos apoya a Rafael Correa, cualquier atropello o abuso será ignorado o perdonado. La popularidad como escudo e inmunidad.
En su discurso en la OEA, de esos que provocan una terrible vergüenza ajena, Ricardo Patiño también se refirió a la popularidad de su jefe. El “canciller” evadió el tema central y repitió el discurso oficial, con sus acusaciones acostumbradas. Habló de créditos entregados, impuestos recaudados, educación, salud, vivienda y carreteras, y nos recordó la alta aprobación de la que goza Correa.
No importa lo que digan los organismos internacionales, ni los tratados, ni que todos los medios serios alrededor del mundo rechacen el abuso del presidente contra periodistas con juicios millonarios en cortes parcializadas. Mientras el presidente conserve su popularidad y su poder sobre todas las funciones del Estado, acá todo va bien. No aceptarán su atropello. Seguirán con sus demandas y sus millones, ciegos al ridículo que hacen afuera de las fronteras.
La popularidad de Correa no es coincidencia ni locura. Se la ha ganado. Patiño resumió en su discurso las razones: una gran inversión en distintos sectores claves que mejoran la vida de muchas personas. A ello hay que añadir un presidente en constante campaña recorriendo el país, y una poderosa maquinaria propagandística, que sabe vender y manipular información, crear enemigos convenientes según la situación y mantener un constante clima de campaña electoral.
Pero esa popularidad tiene un alto costo. La creciente burocracia y despilfarro representan un gasto cada vez más insostenible. El Gobierno ecuatoriano es ese padre irresponsable que gasta más de lo que tiene con las tarjetas de crédito sangrando por llenar a sus hijos de regalos. ¿Cómo no querer a un padre así? Si falta plata no importa. Carlos Marx se encarga de meter nuevos impuestos a las mismas personas y empresas que ya pagan la mayoría de impuestos. El cálculo político es sencillo: de todas formas gran parte de esos pagadores de impuestos ya son opositores del Gobierno. No hay problema en continuar exprimiendo a los mismos contribuyentes, aunque al final se afecte a todos los ecuatorianos.
Tranquilos. En Ecuador hay libertad de expresión porque Correa es popular y ha gastado mucho en mantener feliz a la gente. Mientras estemos contentos, los abusos pasan a segundo plano. El problema es de unos pocos periodistas y organismos internacionales que por gusto se quejan. A quien diga lo contrario, le dedicamos la próxima cadena.
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