“Tirar los muros abajo / hacerlos mil pedazos / poner de moda la libertad” cantaba Miguel Mateos. La canción da vueltas en mi cabeza mientras pienso en Guayaquil en este mes de su cumpleaños.
Guayaquil, ciudad de los muros. De rejas, bordillos, murallas. Ciudad del alambre de púas, vidrios sobre la cerca de cemento, rejas eléctricas, garitas, guardia privado, parque cerrado.
Una ciudad que ha avanzado en infraestructura, organización, transporte y servicios, camina para atrás en seguridad y libertad para recorrerla. De poco sirve la calle nueva o la acera remodelada, si evitamos caminar por ella ante la delincuencia. De poco sirve el parque verde si este grita mírame y no me toques, protegido por guardias y rejas.
Hace pocos años tenía la esperanza de que la ciudad sería más fuerte que cualquier mal gobierno central. Que los problemas políticos en Carondelet se quedarían por allá. Acá la ciudad avanzaría, a pesar de los políticos y males centrales.
Pero ahora veo cómo este Gobierno que lo acapara y controla todo, controla también a Guayaquil. Lo ahoga en su incapacidad para frenar la delincuencia. Lo vuelve dependiente del poder central. La maquinaria del Gobierno vuelve cada vez más invisibles las voces locales. Se callan por temor, cansancio o simple conveniencia. Cada día son más las empresas que dependen de contratos con el Estado. Las fundaciones sociales locales se van convirtiendo en proveedoras de servicios para ministerios y proyectos del Gobierno. Los hospitales locales llenan sus salas con pacientes enviados por el IESS y entidades centrales. La economía privada depende cada vez más de la billetera estatal. Y el que tiene la plata manda. Correa lo sabe bien.
Hoy el discurso del Municipio suena cada vez más gastado. No ha sabido renovarse, ponerse al día, sintonizar con la ciudadanía que ya se acostumbró y no le impresiona la calle regenerada o la nueva línea de Metrovía. ¿Dónde quedó la autonomía? ¿Se durmió la causa ante el aumento del poder –y billete– central? Ponerse bravo, pegar tres carajazos o llenar la 9 de Octubre de gente flameando banderas celeste y blanco sirve de poco, cuando todo el sistema y el poder están dirigidos y manipulados desde Carondelet.
Algo se está perdiendo en Guayaquil. Nos estamos contagiando de esa pasividad socialista que espera cruzada de brazos que el Gobierno haga algo. El aumento de la delincuencia, la falta de empleo, y el control cada vez mayor del Gobierno central sobre nuestras vidas no nos hace reaccionar. Seguimos esperando sentados. Nos estamos acostumbrando.
El Municipio, los líderes locales, las voces independientes se vuelven pequeñas y torpes frente a la omnipresencia e impacto de Correa. ¿Hay iniciativas locales? ¿Nuevas acciones? ¿Propuestas para generar los cambios que el Gobierno no logra? Nos las vemos. Nadie las presenta.
En cuatro años, el Gobierno ha sido incapaz de frenar la delincuencia o generar condiciones para crecer. Solo ha sabido aumentar su control y poder. En lugar de tirar los muros abajo, la ciudad los construye cada vez más altos. En lugar de lograr autonomía e independencia, el pulpo central nos atrapa con más fuerza.
Este julio, Guayaquil tiene poco que celebrar.
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