El semanario Líderes presentó los resultados de una encuesta sobre los empresarios y las empresas más respetados del Ecuador. En este país tan politizado, lo político se lleva la mayor parte de nuestras discusiones, páginas en diarios y minutos de los noticieros. Lo malo vende más. Los políticos siempre serán noticia.
Por eso viene bien reconocer a los buenos empresarios, no solo los grandes, sino todos los que alguna vez tuvieron una idea, montaron su negocio y cada mes pagan el sueldo a un equipo de trabajadores.
El empresario mantiene este país a flote a pesar del Gobierno. Si bien hay ministros y funcionarios que sí entienden la importancia del sector empresarial y buscan acercamientos, el mensaje que sale con más fuerza de este Gobierno es de idolatría hacia lo público y estatal y rechazo a la actividad privada. Ese lugar imaginario, donde las empresas públicas sí funcionan y no están embarradas de corrupción y la burocracia es más eficiente que el sector privado, sigue secuestrando las mentes de Carondelet.
Los empresarios en este país no son perfectos. Tienen muchos defectos. Pueden no ser carismáticos como los políticos. Pero su éxito no se basa en su simpatía, promesas, discursos o en el número de elecciones ganadas. Se basa en resultados, producción, empleos generados y mucho más. Merece aplausos quien a pesar de este Gobierno, invierte en poner un negocio y se arriesga, en lugar de palanquearse un puesto en un ministerio o uno de esos contratos con el Estado.
Hay empresarios conocidos por sus incumplimientos con la ley, maltrato a empleados, corrupción y abuso de poder. Pero esos son rechazados. No los veo en la lista de empresarios más respetados. La sociedad no los pone de ejemplo. Irónicamente, algunos de ellos son grandes aliados de este Gobierno.
Todos buscamos ganar más, darle lo mejor a nuestras familias, tener el dinero que nos dé tranquilidad. Buscamos esta riqueza de distintas maneras, según nuestros gustos, habilidades y ética. Unos la heredan. Otros la generan con su creatividad, riesgo y emprendimiento. Otros la ganan trabajando como empleados, dando servicios a terceros, o desde el sector público. Otros la ponen a ganar intereses en un banco. Otros hacen negociados con el Estado.
De todas las formas de hacer dinero, la del empresario tiene la virtud de multiplicar. Mientras mejor le va al empresario, mejor le va a todo un grupo de personas relacionadas de forma directa o indirecta con la empresa. Suena obvio, pero en este Gobierno muchos no lo entienden. Creen que al empresario la plata le cae del cielo, sin riesgo ni trabajo, y que el papel del Estado es exprimirlo, en lugar de generar las condiciones para que gane más dinero, compita y siga emprendiendo. Para este Gobierno, la misión de las empresas parecería reducirse a financiar su burocracia.
Un Estado eficiente, estable y previsible, con leyes que no cambien cada vez que llueve, ayuda a tener mejores empresarios. Si en el Gobierno tan solo entendieran esto tan básico y vieran a los empresarios como sus aliados para disminuir la pobreza, el cuento sería distinto.
¿Reconocerá algún día este Gobierno a los mejores empresarios en lugar de ahuyentarlos?
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