Una de las primeras acciones de Rafael Correa al asumir el poder fue reducirse el sueldo. Hoy parece una broma adelantada ante el despilfarro que se venía.
Un balance de los primeros cuatro años del Gobierno, publicado por la Cámara de Industrias y Producción, indica que este Gobierno ha recibido muchísimos más ingresos que los gobiernos anteriores (75 mil millones de dólares, sin contar el 2011), y ha gastado de largo más que el resto y por encima de sus ingresos (77 mil millones de dólares). Toda la plata no ha alcanzado.
Seguimos endeudándonos para que nuevos burócratas ocupen escritorios de algún nuevo ministerio o entidad gubernamental cuya principal función, en la práctica, es pagar sueldos y desarrollar proyectos para los que se necesitarán pagar sueldos adicionales. ¿Cuántos son los beneficiados? ¿Cuál es el cambio generado en la sociedad? En cuatro años de gobierno en realidad eso ha pasado a segundo plano. Lo importante es resaltar, con alguna emotiva campaña publicitaria, los fondos invertidos como logro principal.
Correa justifica el gasto de su gobierno. Dice que hemos recuperado el rol del Estado. Explica que si nuestros ingresos han aumentado es porque hemos renegociado la deuda mejor que ningún otro gobierno, y porque los ingresos petroleros ya no se los llevan las compañías privadas, y porque los impuestos se recolectan de manera más eficiente. Sin duda el Gobierno ha sido exitoso en aumentar sus ingresos. Sin duda una parte de los recursos va a importantes inversiones. Pero esto no quita lo de fondo: están despilfarrando nuestra plata, están sobrealimentando un Estado cada vez más obeso, están poniendo en riesgo la estabilidad de todos.
Si hay tanta plata, ¿para qué nuevos impuestos? Ahora aparecen con el impuesto verde, que de verde solo tiene el nombre. Deberían tener la frontalidad para decirnos que han gastado demasiado, y necesitan más. Si quieren proteger el ambiente, mejor eliminen el subsidio a la gasolina. Hace un año Correa dijo que lo revisaría. Pero es más fácil cobrar más impuestos.
Entre sueldos de una burocracia que no para de crecer, bonos y subsidios, empresas ineficientes que pierden millones (El Telégrafo, Alegro), e infinita publicidad, la plata no alcanza. Sí, están las carreteras, los hospitales, los proyectos de infraestructura, la educación y la salud que cuestan mucho. Bien por las obras que se han realizado. Pero, ¿a qué costo? No pueden seguir vendiéndonos el gasto público como un logro en sí mismo, mientras nos cobran más impuestos y ponen al país en riesgo.
Crear nuevos ministerios, secretarías y entidades públicas no es señal de que estamos avanzando. Gastar más plata en un sector no refleja un cambio. Es fácil hacerlo. Basta un plumazo y hacerle otro hueco al presupuesto del Estado. Y a cruzar los dedos para que no caiga el precio del petróleo mientras dure el Gobierno. El cambio está en generar resultados con un gasto responsable.
Cuatro años después, el Gobierno sigue vendiéndonos su éxito en función de lo que han gastado, lo que han comprado, lo que han repartido. El gasto sin límite compra felicidad temporal que después se paga cara. ¿Alguien en el Gobierno que se atreva a cerrar la llave?
1 comentario:
Sí llama la atención que habiendo tenido tanta plata REGALADA por el alto precio del petróleo en el mercado (esa entelequia, como la llama el Presidente) no les haya alcanzado y tengan que seguir sacando de donde sea... pero por ejemplo, al subsidio al gas ni lo tocan. Y cómo bien dices, es MUY cuestionable en qué se gastan gran parte del dinero.
Seguimos siendo un país populista. Hoy por hoy, se trata de un populismo revolucionario, pero no nos hemos liberado de esa lacra. Lo triste es que la cosa no pinta bien a futuro, pues el ser "anti-Correa", que es en lo que ha caído alguna gente, no necesariamente hace que dejen de ser populistas. Como ejemplo, conozco alguna gente que se opone (ahora) a Correa porque, según ellos, "está con los gringos".
Mientras no nos sentemos a discutir cosas concretas, dejando de lado los cucos y las ideologías, seguiremos con el dedo en la boca preguntándonos a quién será de echarle la culpa.
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