jueves, junio 30, 2011

Empresarios

El semanario Líderes presentó los resultados de una encuesta sobre los empresarios y las empresas más respetados del Ecuador. En este país tan politizado, lo político se lleva la mayor parte de nuestras discusiones, páginas en diarios y minutos de los noticieros. Lo malo vende más. Los políticos siempre serán noticia.

Por eso viene bien reconocer a los buenos empresarios, no solo los grandes, sino todos los que alguna vez tuvieron una idea, montaron su negocio y cada mes pagan el sueldo a un equipo de trabajadores.

El empresario mantiene este país a flote a pesar del Gobierno. Si bien hay ministros y funcionarios que sí entienden la importancia del sector empresarial y buscan acercamientos, el mensaje que sale con más fuerza de este Gobierno es de idolatría hacia lo público y estatal y rechazo a la actividad privada. Ese lugar imaginario, donde las empresas públicas sí funcionan y no están embarradas de corrupción y la burocracia es más eficiente que el sector privado, sigue secuestrando las mentes de Carondelet.

Los empresarios en este país no son perfectos. Tienen muchos defectos. Pueden no ser carismáticos como los políticos. Pero su éxito no se basa en su simpatía, promesas, discursos o en el número de elecciones ganadas. Se basa en resultados, producción, empleos generados y mucho más. Merece aplausos quien a pesar de este Gobierno, invierte en poner un negocio y se arriesga, en lugar de palanquearse un puesto en un ministerio o uno de esos contratos con el Estado.

Hay empresarios conocidos por sus incumplimientos con la ley, maltrato a empleados, corrupción y abuso de poder. Pero esos son rechazados. No los veo en la lista de empresarios más respetados. La sociedad no los pone de ejemplo. Irónicamente, algunos de ellos son grandes aliados de este Gobierno.

Todos buscamos ganar más, darle lo mejor a nuestras familias, tener el dinero que nos dé tranquilidad. Buscamos esta riqueza de distintas maneras, según nuestros gustos, habilidades y ética. Unos la heredan. Otros la generan con su creatividad, riesgo y emprendimiento. Otros la ganan trabajando como empleados, dando servicios a terceros, o desde el sector público. Otros la ponen a ganar intereses en un banco. Otros hacen negociados con el Estado.

De todas las formas de hacer dinero, la del empresario tiene la virtud de multiplicar. Mientras mejor le va al empresario, mejor le va a todo un grupo de personas relacionadas de forma directa o indirecta con la empresa. Suena obvio, pero en este Gobierno muchos no lo entienden. Creen que al empresario la plata le cae del cielo, sin riesgo ni trabajo, y que el papel del Estado es exprimirlo, en lugar de generar las condiciones para que gane más dinero, compita y siga emprendiendo. Para este Gobierno, la misión de las empresas parecería reducirse a financiar su burocracia.

Un Estado eficiente, estable y previsible, con leyes que no cambien cada vez que llueve, ayuda a tener mejores empresarios. Si en el Gobierno tan solo entendieran esto tan básico y vieran a los empresarios como sus aliados para disminuir la pobreza, el cuento sería distinto.

¿Reconocerá algún día este Gobierno a los mejores empresarios en lugar de ahuyentarlos?

jueves, junio 23, 2011

Depósito seguro

La noticia explotó en varios medios. Rafael Correa depositó, hace casi un año en Alemania, un poco más de la mitad del dinero que le ganó al Banco Pichincha en un juicio. Haber estado injustamente en la central de riesgo y sin acceso a crédito, le causó un grave daño moral que al final se valoró en 600 mil dólares, libres de impuestos. Como dijo alguna vez el gran hermano, los Correa somos razonablemente listos.

Si el origen de este dinero ya había despertado cuestionamientos, ahora el lugar donde lo ha depositado da más de que hablar. Unos reprochan que un presidente que critica a la banca por sacar su dinero del país, haga lo mismo con el suyo. Que se contradice con su ideología y sus políticas nacionalistas y proteccionistas. Otros lo critican por no cumplir su ofrecimiento de hacer con el dinero “lo que diga el pueblo ecuatoriano”, pues “nunca he tenido apego al dinero, nací pobre y moriré pobre”. Otros dicen que debería donarlo al fideicomiso ITT. Que eso enviaría un poderoso mensaje a la comunidad internacional de su confianza en el proyecto. Además, pagaría varios viajes y hoteles para que nuestros representantes consigan más plata para el proyecto y para poder seguir viajando.

Pero todas estas críticas y sugerencias están de más. Yo apoyo la decisión del presidente. Correa tiene el derecho de hacer con su dinero lo que quiera. Nadie puede exigirle cómo utilizarlo o dónde guardarlo.

Si él quiere depositarlo en un país estable, con leyes, instituciones y bancos sólidos, y además muy cerca de Bélgica donde se jubilará, adelante. Correa, como cualquier ciudadano, no tiene por qué dar cuentas a nadie de lo que haga con su plata.

A pesar de sus discursos y oxidadas consignas nacionalistas, Correa ha resultado ser un hombre pragmático a la hora de cuidar su dinero. Como cualquier persona que se preocupa por su patrimonio, Correa ha elegido el lugar más seguro donde guardarlo. Sabe que Ecuador no es ese lugar. Sabe que mañana un gobierno abusivo se lo puede congelar o se puede inventar cualquier historia para quitárselo. Sabe que un gobierno socialista puede sacar una ley que lo obligue a pagar de manera retroactiva los impuestos que la ley actual no le exigía pagar (o al menos así lo dijo Carlos Marx). Sabe que ante el despilfarro del sector público y una eventual caída del precio del petróleo, podría faltar liquidez al Gobierno para pagar sueldos, y caerse la dolarización. Ahí su dinero se convertiría instantáneamente en 600 mil devaluados nuevos sucres.

Por eso Correa protege, con toda razón, su dinero en el extranjero. Si no lo sacó todo, fue quizás para no pagar más de ese 2% de impuesto de salida de capitales.

El ciudadano Rafael Correa sabe mejor que el Estado, que el Gobierno y que el presidente Correa, lo que le conviene hacer con su dinero. Él sabrá invertirlo, gastarlo o guardarlo como mejor considere. Ningún gobierno, ningún presidente, ningún burócrata de turno puede decidir por él ni sabrá hacerlo mejor. Primero está su libertad individual.

Cómo cambia la cosa cuando se trata de plata propia…

jueves, junio 16, 2011

Robo a domicilio


Rafael Correa critica el consumo eléctrico del periodista Alfredo Pinoargote. Lo ataca mostrando su planilla de luz al país entero. “¿Qué tendrá este señor, hidromasaje?”, pregunta a su público del sábado.

Según las mentes socialistas del siglo XXI es casi un crimen utilizar más electricidad que el promedio. Es una ofensa tener dinero y gastarlo. Salvo, claro está, que quien lo tenga y lo gaste sea el Gobierno. Parecería que lo ideal, según este Gobierno, es ser pobre. Total, son los más pobres quienes votaron mayoritariamente por el SÍ en la consulta, como lo indicó Correa hace poco.

El Gobierno habla de quitar subsidios al consumo eléctrico. Si de quitar subsidios se tratara tiene todo mi apoyo. Ya es tiempo de quitar los subsidios a la gasolina, al gas, a la electricidad, obviamente de manera focalizada para no afectar a los más pobres.

Pero lo que están haciendo con la electricidad no es quitar un subsidio. Es un castigo al consumo. Es un asalto a las familias. Es un impuesto más que pretenden clavarnos para financiar sus infinitos gastos e ineficiencias. Es otra acción improvisada y apurada del Gobierno para reunir más plata, ante su incapacidad para generar las condiciones que creen empleos nuevos, atraigan inversiones y crecimiento y, ahí sí, mayores ingresos para el Estado vía impuestos regulares.

Me impresiona lo improvisado que es este Gobierno después de cuatro años en el poder. Tanta Senplades, tanto ministerio nuevo, tanta secretaría, y al final todo parece decidirse a última hora según el estado de ánimo de Correa.

Hace no mucho armó medio escándalo por los calefones a gas. Dijo que los prohibiría. Ahí quedó. Hace no mucho incentivaron la compra de vehículos híbridos. Las calles y el ambiente se beneficiaron. Pero ahora los castigarán con más impuestos. Gobierno de la improvisación.

Ahora nos hablan de impuestos ‘verdes’, dan marcha atrás parcialmente, y al final aceptan que en realidad no son tan verdes. No pueden esconder lo obvio: el impuesto es verde, pero no verde campo o naturaleza. Es verde PAIS. Verde billete.

Dicen que los recursos de estos impuestos no irán al gasto corriente. Que la plata irá a la salud. No les creo. Si un alcohólico te pide plata, aunque te jure que la utilizará legítimamente, seguramente la gastará en la licorería de la esquina. Este Gobierno es adicto al gasto. Adicto a la burocracia y el despilfarro. Ahí se irá la plata.

Nos meten la mano en el bolsillo para mantener su estilo de vida. El Gobierno que más plata tiene es el que más nos la quita. No pueden ni saben disminuir su enorme gasto. No pueden dejar sus carros con chofer, sus cadenas nacionales, su infinita publicidad, sus empresas públicas ineficientes, sus diarios quebrados, sus nuevos edificios, sus eventos millonarios, sus contratos a dedo, sus ministerios inútiles, sus burócratas y funcionarios reciclados y multiplicados.

Minimizan el costo político de sus decisiones cargándosele a los que seguramente ya son sus opositores. Lo que importa es mantener los votos de la mayoría con dádivas populistas.

El Gobierno nos roba a domicilio. Y nos estamos dejando asaltar para evitar que dispare.

jueves, junio 09, 2011

Incondicionales


Hace no muchos años salían en la televisión, ocupaban cargos públicos en gobiernos pasados, aparecían detrás de su líder. Fueron sus incondicionales. Hoy viven en grandes casas. Conducen carros de lujo. Siguen haciendo sus negocios. Pero su poder frente al Estado ha sido reemplazado por nuevos incondicionales.

Si los incondicionales de antes decían ser de derecha, los de hoy dicen ser de izquierda. Da igual. Son tan parecidos. Lo que importa es estar cerca del poder, ocupar un cargo importante, obtener grandes contratos, ser parte del reparto de la torta. Para eso nada mejor que este nuevo socialismo, con un Estado metido en todo, manejándolo todo, repartiendo fondos ilimitados por todos lados, contratando a dedo, despilfarrando sin control ni fiscalización.

A varios incondicionales les suele ir mal antes de ser parte de un gobierno. Tienen deudas, negocios fracasados, periodos de desempleo. Pero su militancia en el gobierno cambia eso de inmediato. Se vuelven exitosos, con nuevos negocios, grandes casas y sus hijos estudiando en el extranjero. Cosa extraña para los que ocupan cargos públicos, pues no deberían tener otro ingreso que su sueldo. Pero ellos saben hacerlo rendir. Y multiplicarlo con nuevas empresas, socios y jugosos contratos con el Estado.

El incondicional no cuestiona. Sabe decir siempre sí al jefe. Sale a defenderlo ante las cámaras, en cocteles y frente a sus amigos. Dice ser un convencido de las políticas del líder. Apoya incluso sus abusos o se hace de la vista gorda cuando estos ocurren.

Si antes era periodista y defendía la libertad de expresión, hoy ataca y busca callar a los medios siguiendo el estilo de su jefe.

Si el jefe pide otra cadena nacional para atacar, los incondicionales la producen al instante. No importa el abuso y despilfarro de fondos públicos. No importa que las cadenas deban usarse de manera excepcional. Los incondicionales arremeten con todo. Desprestigian, tergiversan la verdad, manipulan.

Si el jefe necesita apoyar una nueva ley, los incondicionales asambleístas votan sin cuestionar. No tienen problema en defender públicamente ideas con las que están en desacuerdo. Que todo sea por el jefe, por el proyecto, por el acceso al poder.

Si el gobierno necesita desempolvar un caso ya juzgado para atacar a un medio de comunicación, sus incondicionales dirán que no buscan perseguir ni perjudicar a nadie. Que esto es un tema técnico y jurídico. Que solo quieren hacer justicia y recuperar fondos para el Estado. Un buen incondicional sabe mentir y repetir el mensaje presidencial.

Los abusos nunca son obra de una sola persona. El jefe de un gobierno no puede hacerlo todo. Necesita a su equipo de incondicionales que no cuestionen, que actúen, que lo protejan. Gente leal que ejecute sus órdenes. Gente dispuesta a todo.

Pasará el tiempo, pasará el gobierno. Algunos incondicionales tendrán problemas, enfrentarán juicios, huirán, se refugiarán en el extranjero. Al final, tranzarán su libertad, regresarán y siempre encontrarán algún bolsillo interesado en recibirlos. Y los veremos en sus grandes casas y carros de lujo, mientras nuevos incondicionales ocupan sus puestos. Su número y poder dependerá del tamaño y disponibilidad de la torta pública, que hoy es más grande que nunca.

jueves, junio 02, 2011

Con la llave abierta

Una de las primeras acciones de Rafael Correa al asumir el poder fue reducirse el sueldo. Hoy parece una broma adelantada ante el despilfarro que se venía.

Un balance de los primeros cuatro años del Gobierno, publicado por la Cámara de Industrias y Producción, indica que este Gobierno ha recibido muchísimos más ingresos que los gobiernos anteriores (75 mil millones de dólares, sin contar el 2011), y ha gastado de largo más que el resto y por encima de sus ingresos (77 mil millones de dólares). Toda la plata no ha alcanzado.

Seguimos endeudándonos para que nuevos burócratas ocupen escritorios de algún nuevo ministerio o entidad gubernamental cuya principal función, en la práctica, es pagar sueldos y desarrollar proyectos para los que se necesitarán pagar sueldos adicionales. ¿Cuántos son los beneficiados? ¿Cuál es el cambio generado en la sociedad? En cuatro años de gobierno en realidad eso ha pasado a segundo plano. Lo importante es resaltar, con alguna emotiva campaña publicitaria, los fondos invertidos como logro principal.

Correa justifica el gasto de su gobierno. Dice que hemos recuperado el rol del Estado. Explica que si nuestros ingresos han aumentado es porque hemos renegociado la deuda mejor que ningún otro gobierno, y porque los ingresos petroleros ya no se los llevan las compañías privadas, y porque los impuestos se recolectan de manera más eficiente. Sin duda el Gobierno ha sido exitoso en aumentar sus ingresos. Sin duda una parte de los recursos va a importantes inversiones. Pero esto no quita lo de fondo: están despilfarrando nuestra plata, están sobrealimentando un Estado cada vez más obeso, están poniendo en riesgo la estabilidad de todos.

Si hay tanta plata, ¿para qué nuevos impuestos? Ahora aparecen con el impuesto verde, que de verde solo tiene el nombre. Deberían tener la frontalidad para decirnos que han gastado demasiado, y necesitan más. Si quieren proteger el ambiente, mejor eliminen el subsidio a la gasolina. Hace un año Correa dijo que lo revisaría. Pero es más fácil cobrar más impuestos.

Entre sueldos de una burocracia que no para de crecer, bonos y subsidios, empresas ineficientes que pierden millones (El Telégrafo, Alegro), e infinita publicidad, la plata no alcanza. Sí, están las carreteras, los hospitales, los proyectos de infraestructura, la educación y la salud que cuestan mucho. Bien por las obras que se han realizado. Pero, ¿a qué costo? No pueden seguir vendiéndonos el gasto público como un logro en sí mismo, mientras nos cobran más impuestos y ponen al país en riesgo.

Crear nuevos ministerios, secretarías y entidades públicas no es señal de que estamos avanzando. Gastar más plata en un sector no refleja un cambio. Es fácil hacerlo. Basta un plumazo y hacerle otro hueco al presupuesto del Estado. Y a cruzar los dedos para que no caiga el precio del petróleo mientras dure el Gobierno. El cambio está en generar resultados con un gasto responsable.

Cuatro años después, el Gobierno sigue vendiéndonos su éxito en función de lo que han gastado, lo que han comprado, lo que han repartido. El gasto sin límite compra felicidad temporal que después se paga cara. ¿Alguien en el Gobierno que se atreva a cerrar la llave?