jueves, octubre 28, 2010
Pedazo de majadero
Si usted es burócrata, policía, militar o tiene un puesto sobre el que Rafael Correa tenga injerencia directa, ya sabe lo que tiene que hacer: cerrar la boca. Ni se le ocurra decir lo que ya sabemos: que aquí no hubo secuestro ni intento de golpe de Estado. O se encontrará con una aclaración como la de este sábado: “Soy el Presidente de la República, pedazo de majadero. Tú eres mi subalterno y no puedes estar… tratando de hacer quedar como mentiroso a quien es tu jefe”.
Correa no acepta que contradigan sus teorías de conspiración, secuestro y golpe de Estado. Por eso dio la orden de que se separe del hospital y de la Policía Nacional al coronel César Carrión.
El ahora ex director del Hospital de la Policía dijo en una entrevista con la cadena CNN que la seguridad del Presidente nunca estuvo amenazada en su habitación del hospital, que estaba bien resguardado, que nadie lo tenía secuestrado. Suficiente para que Correa lo llame “mentiroso”, “conspirador”, “tipejo”, “mal policía”, “mal doctor de la República” y “pedazo de majadero”.
El mensaje es clarísimo. O aceptas la versión oficial de los hechos, o te conviertes en conspirador. Después del falso golpe de Estado, el Gobierno convierte a los opositores en conspiradores y potenciales terroristas. La persecución es descarada. O que lo cuente Mery Zamora, presidente de la UNE, a quien el Gobierno pretende encarcelar.
Correa dice que Zamora debe ser juzgada por poner en riesgo a nuestros jóvenes estudiantes al incitarlos a salir a las calles a protestar. Zamora, más allá del rechazo que pueda causar por sus posturas radicales, está en libertad de hacer oposición. Antes, cuando los revoltosos y lanza piedras de la UNE y MPD apoyaban al Gobierno, eran buenos revolucionarios. Ahora son conspiradores.
Así funciona esta falsa revolución. Mientras funcionarios comecheques se pasean tranquilamente, los opositores deben esconderse. Si lo de Zamora es por poner en riesgo a los jóvenes, que detengan entonces de inmediato a Ricardo Patiño. Nuestro “Canciller” fue el primero en poner varias vidas en riesgo al incitar a la gente a salir a dizque rescatar al Presidente del Hospital de la Policía.
Los numerosos medios gubernamentales y las incontables cadenas nacionales acentúan esta persecución política a opositores. ‘En Busca de la Verdad’, programa con nombre irónico, ha transmitido una serie de reportajes sobre los supuestos conspiradores detrás del “golpe”. Pura propaganda gubernamental y teorías de conspiración. Canales de ecuatorianos, que nosotros financiamos, atacando a los mismos ecuatorianos. Al menos el Gobierno no puede controlar la televisión internacional y el internet. ¿Se animarán los canales independientes a investigar a fondo lo ocurrido el 30 de septiembre?
Cuando el Presidente equipara oposición con conspiración, la democracia se vuelve ficción. No hay justicia en un país que persigue al que contradice al Gobierno. Correa olvida que él debe servir a los ecuatorianos, no servirse de ellos. Que su palabra no es la ley. Pretende que agachemos la cabeza ante su presencia. Que aceptemos cualquier cuento que nos venda.
Tal vez Correa logre intimidar a la oposición. Pero su actitud terminará destruyéndolo. Al final, él es su único conspirador.
jueves, octubre 21, 2010
A la ecuatoriana
Durante un par de semanas los ojos del mundo apuntaron a Latinoamérica. Las cámaras, los micrófonos, los comentaristas internacionales y el show mediático mundial estuvieron en Ecuador, Perú y Chile. Primero el levantamiento de la Policía en Ecuador con su sangriento desenlace. Luego el Nobel al peruano Mario Vargas Llosa. Y finalmente el exitoso rescate de los 33 mineros en Chile.
Las imágenes y mensajes que dejaron estas tres noticias en cabezas alrededor del mundo se podrían resumir así: Ecuador = inestabilidad y violencia. Perú = literatura y cultura. Chile = eficiencia y progreso.
Mientras rescataban a los mineros chilenos, empezó a multiplicarse en Twitter un juego. Consistía en imaginar y escribir lo que pasaría “si los mineros fueran ecuatorianos”.
“Si los mineros fueran ecuatorianos en vez de ayudarnos la NASA nos habría ayudado Pdvsa y la cápsula se llamaría Bolívar”, escribió alguien. “Ecuador TV sería la única cadena que transmite el rescate, de manera continua y obligatoria”. “Si los mineros fueran ecuatorianos los habría recibido Correa con la canción Patria Tierra Sagrada”, opinó otro. “Algún periodista de Gamatv diría ‘después de la larga noche neoliberal en la mina, ven la luz de la revolución ciudadana’”. “Si los mineros fueran ecuatorianos el presi diría ‘La mina ya es de todos’ y culparía a Lucio por el derrumbe”, comentó alguien. Y así, cientos más.
Más allá de las bromas del momento, la mayoría de frases nos hablaban de un país que desconfía de sí mismo. Un país acostumbrado a la desilusión, el engaño y el fracaso de sus supuestos líderes. Si en Chile el presidente Piñera equiparó la frase “hacerlo a la chilena” con hacerlo bien, con unidad y esperanza; “hacerlo a la ecuatoriana” significaría lo contrario.
Pero este sentido de orgullo y optimismo chileno no nace con el rescate de los mineros. Viene de mucho tiempo atrás. Es el resultado de un país que ha sabido vivir en democracia, en libertad, respetando su institucionalidad.
Ese sentido de orgullo no se logra repitiéndonos mil veces “Patria tierra sagrada”, eslóganes esperanzadores o frases patrioteras. De poco sirven esas canciones si no hay trabajo. Si nos roban o matan en la esquina. Si las instituciones son un chiste y el Gobierno hace con ellas lo que quiere. Si la confrontación y el insulto son la norma, y la unión y la colaboración una extraña excepción. Si la posición gubernamental se basa en atacar, desprestigiar, buscar culpables ante sus fracasos y seguir prometiendo un cambio en lugar de demostrar resultados.
Un escritor sonríe orgulloso mientras su país aplaude su éxito. Un minero abraza a su esposa mientras su país celebra. Un Presidente se abre la camisa y grita que lo maten, militares y policías disparan afuera de un hospital, un policía muere en la calle. Son las imágenes que dejaron nuestros países al mundo estas últimas semanas.
No podemos basar la situación de un país en un solo hecho, en un solo triunfo o fracaso. Pero en esta ocasión, estos sucesos parecerían revelar mucho de nuestra realidad. En el caso ecuatoriano, una triste y decepcionante realidad.
¿Lograremos algún día que “hacerlo a la ecuatoriana” cambie de sentido?
jueves, octubre 14, 2010
Palabras de libertad
“…A pesar de los casos exitosos de modernización… lo cierto es que en buena parte de América Latina hay un claro retroceso de la democracia liberal y un retorno del populismo, incluso en su variante más cavernaria: la del estatismo y colectivismo comunistas… en América Latina… hay una cierta forma de idiotez ideológica que parece irreductible”.
Así concluye Mario Vargas Llosa el prólogo que escribió en el 2007 para el libro El Regreso del Idiota. Tres años después, continúa el autoritarismo, el estatismo y toda esa idiotez política en varios países de nuestra región, incluyendo el Ecuador.
En medio de este ambiente político autoritario y conflictivo que vivimos, me emocionó y alegró muchísimo la noticia del Premio Nobel de Literatura para Vargas Llosa. Con sus libros he reído, reflexionado, aprendido y soñado en distintos momentos de mi vida. La tía Julia y el escribidor y Pantaleón y las visitadoras que tanto me divirtieron. Conversación en La Catedral, el que más disfruté, que en la imagen de ese “jodido” Perú me hizo reflexionar sobre nuestra identidad y realidad. Sus memorias El pez en el agua donde descubrí al Vargas Llosa político y comprometido. Sus más recientes Travesuras de la niña mala y el Paraíso en la otra esquina que me entretuvieron. La Fiesta del Chivo, que me mostró los horrores de una tiranía y del excesivo poder político. La ciudad y los perros, uno de los primeros que leí y que más me marcó como lector. Y El hablador que me lo prestaron, me lo autografió Vargas Llosa, y hoy me arrepiento de haberlo devuelto.
Estas y otras novelas, cuentos, ensayos y artículos le han dado méritos de sobra a Vargas Llosa para ganar el Nobel. El mundo y en especial Latinoamérica, salvo algunos desubicados como Evo Morales, lo celebran.
Pero más allá de la trayectoria y gran obra literaria de Vargas Llosa, este Premio Nobel es una gran noticia por su compromiso con la libertad y la democracia; y contra el autoritarismo, el estatismo, el abuso, en fin, la idiotez política en todas sus formas, empezando por lo que hoy se vive en Venezuela, Ecuador, Bolivia y Argentina.
Le vendrá muy bien aprender de las ideas de Vargas Llosa a los jóvenes ecuatorianos, hoy contaminados con el fracasado estatismo y con esta falsa revolución ciudadana vendidos mil veces en la propaganda gobiernista.
Sería bueno que lo leyeran y escucharan también las autoridades y funcionarios de este Gobierno, empezando por el Presidente, tan ajenos a las ideas de libertad, al respeto por el individuo, la iniciativa privada, en fin, al progreso. El mismo Vargas Llosa fue alguna vez admirador de la revolución cubana y del cuento socialista. Pero la madurez, la inteligencia y la elemental evidencia del fracaso de los modelos colectivistas y autoritarios, lo alejaron de esas posturas.
Vargas Llosa, verdadero embajador de la libertad, ilumina el pensamiento de una región donde todavía quedan varios parches de oscuridad política. Tengo la esperanza de que el Premio Nobel ayudará a que las ideas de Vargas Llosa suenen más fuerte. Que la claridad, pragmatismo, bienestar y progreso presentes en las ideas de libertad que él predica logren un mayor espacio en nuestra región.
Así concluye Mario Vargas Llosa el prólogo que escribió en el 2007 para el libro El Regreso del Idiota. Tres años después, continúa el autoritarismo, el estatismo y toda esa idiotez política en varios países de nuestra región, incluyendo el Ecuador.
En medio de este ambiente político autoritario y conflictivo que vivimos, me emocionó y alegró muchísimo la noticia del Premio Nobel de Literatura para Vargas Llosa. Con sus libros he reído, reflexionado, aprendido y soñado en distintos momentos de mi vida. La tía Julia y el escribidor y Pantaleón y las visitadoras que tanto me divirtieron. Conversación en La Catedral, el que más disfruté, que en la imagen de ese “jodido” Perú me hizo reflexionar sobre nuestra identidad y realidad. Sus memorias El pez en el agua donde descubrí al Vargas Llosa político y comprometido. Sus más recientes Travesuras de la niña mala y el Paraíso en la otra esquina que me entretuvieron. La Fiesta del Chivo, que me mostró los horrores de una tiranía y del excesivo poder político. La ciudad y los perros, uno de los primeros que leí y que más me marcó como lector. Y El hablador que me lo prestaron, me lo autografió Vargas Llosa, y hoy me arrepiento de haberlo devuelto.
Estas y otras novelas, cuentos, ensayos y artículos le han dado méritos de sobra a Vargas Llosa para ganar el Nobel. El mundo y en especial Latinoamérica, salvo algunos desubicados como Evo Morales, lo celebran.
Pero más allá de la trayectoria y gran obra literaria de Vargas Llosa, este Premio Nobel es una gran noticia por su compromiso con la libertad y la democracia; y contra el autoritarismo, el estatismo, el abuso, en fin, la idiotez política en todas sus formas, empezando por lo que hoy se vive en Venezuela, Ecuador, Bolivia y Argentina.
Le vendrá muy bien aprender de las ideas de Vargas Llosa a los jóvenes ecuatorianos, hoy contaminados con el fracasado estatismo y con esta falsa revolución ciudadana vendidos mil veces en la propaganda gobiernista.
Sería bueno que lo leyeran y escucharan también las autoridades y funcionarios de este Gobierno, empezando por el Presidente, tan ajenos a las ideas de libertad, al respeto por el individuo, la iniciativa privada, en fin, al progreso. El mismo Vargas Llosa fue alguna vez admirador de la revolución cubana y del cuento socialista. Pero la madurez, la inteligencia y la elemental evidencia del fracaso de los modelos colectivistas y autoritarios, lo alejaron de esas posturas.
Vargas Llosa, verdadero embajador de la libertad, ilumina el pensamiento de una región donde todavía quedan varios parches de oscuridad política. Tengo la esperanza de que el Premio Nobel ayudará a que las ideas de Vargas Llosa suenen más fuerte. Que la claridad, pragmatismo, bienestar y progreso presentes en las ideas de libertad que él predica logren un mayor espacio en nuestra región.
jueves, octubre 07, 2010
Edwin, Froilán, Juan Pablo, Darwin, Jacinto
Dan vueltas en mi cabeza las imágenes de ese triste e indignante 30 de septiembre. Policías quemando llantas, bloqueando calles, atacando a ciudadanos y a su Presidente en lugar de protegerlos. Rafael Correa olvidando –una vez más– su papel, jugando al valiente, buscando pelea, gritando descontrolado que lo maten. Saqueos en las ciudades. El Gobierno atropellando nuestro derecho a informarnos, obligándonos a ver y escuchar su versión de los hechos. Historias de secuestro, de conspiración, de falso golpe de Estado. Balas, gases, violencia, muerte. Correa y su gente celebrando en Carondelet mientras policías, militares y civiles seguían cayendo entre las balas.
Edwin, Froilán, Juan Pablo, Darwin, Jacinto. Padres, esposos, hijos, hermanos, amigos perdieron sus vidas junto a otros más. ¿Por qué? ¿Para qué?
La condenable sublevación de los policías inició una jornada de inseguridad. Pero sus reclamos y llantas quemadas no buscaban secuestrar o matar. Edwin, Froilán, Juan Pablo, Darwin, Jacinto y otros no murieron por la paralización y reclamos de los policías. Murieron en un enfrentamiento que se pudo evitar. La irresponsabilidad y cálculos políticos pudieron más que el deseo de llegar a una solución pacífica y el respeto a la vida.
Hace no mucho, nuestros disturbios –y hasta golpes de Estado– no pasaban de piedras, palos y llantas quemadas. Hablar de un muerto era muy grave. Ahora la violencia y los muertos se han multiplicado. Ecuador era un país de relativa paz. Cuatro años de falsa revolución ciudadana, plagada de odio, rencores, confrontación y división, lo han cambiado.
Sigo buscando el intento de golpe de Estado. Busco a alguna persona o grupo que ese día públicamente haya intentando echar al Presidente y ocupar el poder. No vimos nada de eso. La Policía reclamaba algo muy específico. Ahora el Gobierno dice tener identificados a varios “golpistas”. Resulta que enviar mensajitos por Twitter te puede convertir en conspirador.
Nuestra libertad de expresión, en cambio, sí recibió un fuerte golpe. Experimentamos por unas horas lo que es vivir sin periodismo independiente, sin medios privados, sin diversidad de posturas y enfoques. Lo que significa el asfixiante control de la información. Pudimos sentir cómo funciona un país donde no se cuestiona al poder. Mientras veíamos a ministros y funcionarios desfilar por los estudios del canal gubernamental –a partir de ese día es simple mentira llamarlo “canal público”–, entendimos mejor que nunca el valor de la prensa libre y el peligro de un gobierno limitándola.
Los policías que lideraron el levantamiento y los disturbios deben ser castigados. Correa es su Presidente. Deben respetarlo y protegerlo, jamás atacarlo. Todo el peso de la ley debe caer sobre quienes lideraron la sublevación. Y todo el rechazo popular sobre quienes la convirtieron en un falso golpe de Estado que terminó en masacre.
Las encuestas quizás muestren un Gobierno fortalecido y más popular. Triste manera de aumentar la popularidad, monopolizando la información y bombardeándonos con cadenas nacionales plagadas de teorías de conspiración. Aquí todos perdimos.
Edwin, Froilán, Juan Pablo, Darwin, Jacinto ya no están. ¿No son suficientes sus muertes para llamar nuestra atención? ¿Cuántos más deben morir para entender que esta confrontación, división y ataques no nos llevan a ningún lado?
Edwin, Froilán, Juan Pablo, Darwin, Jacinto. Padres, esposos, hijos, hermanos, amigos perdieron sus vidas junto a otros más. ¿Por qué? ¿Para qué?
La condenable sublevación de los policías inició una jornada de inseguridad. Pero sus reclamos y llantas quemadas no buscaban secuestrar o matar. Edwin, Froilán, Juan Pablo, Darwin, Jacinto y otros no murieron por la paralización y reclamos de los policías. Murieron en un enfrentamiento que se pudo evitar. La irresponsabilidad y cálculos políticos pudieron más que el deseo de llegar a una solución pacífica y el respeto a la vida.
Hace no mucho, nuestros disturbios –y hasta golpes de Estado– no pasaban de piedras, palos y llantas quemadas. Hablar de un muerto era muy grave. Ahora la violencia y los muertos se han multiplicado. Ecuador era un país de relativa paz. Cuatro años de falsa revolución ciudadana, plagada de odio, rencores, confrontación y división, lo han cambiado.
Sigo buscando el intento de golpe de Estado. Busco a alguna persona o grupo que ese día públicamente haya intentando echar al Presidente y ocupar el poder. No vimos nada de eso. La Policía reclamaba algo muy específico. Ahora el Gobierno dice tener identificados a varios “golpistas”. Resulta que enviar mensajitos por Twitter te puede convertir en conspirador.
Nuestra libertad de expresión, en cambio, sí recibió un fuerte golpe. Experimentamos por unas horas lo que es vivir sin periodismo independiente, sin medios privados, sin diversidad de posturas y enfoques. Lo que significa el asfixiante control de la información. Pudimos sentir cómo funciona un país donde no se cuestiona al poder. Mientras veíamos a ministros y funcionarios desfilar por los estudios del canal gubernamental –a partir de ese día es simple mentira llamarlo “canal público”–, entendimos mejor que nunca el valor de la prensa libre y el peligro de un gobierno limitándola.
Los policías que lideraron el levantamiento y los disturbios deben ser castigados. Correa es su Presidente. Deben respetarlo y protegerlo, jamás atacarlo. Todo el peso de la ley debe caer sobre quienes lideraron la sublevación. Y todo el rechazo popular sobre quienes la convirtieron en un falso golpe de Estado que terminó en masacre.
Las encuestas quizás muestren un Gobierno fortalecido y más popular. Triste manera de aumentar la popularidad, monopolizando la información y bombardeándonos con cadenas nacionales plagadas de teorías de conspiración. Aquí todos perdimos.
Edwin, Froilán, Juan Pablo, Darwin, Jacinto ya no están. ¿No son suficientes sus muertes para llamar nuestra atención? ¿Cuántos más deben morir para entender que esta confrontación, división y ataques no nos llevan a ningún lado?
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