El kilómetro 20 de la vía Perimetral de Guayaquil amaneció distinto. Ahora tiene semáforo y paso cebra. Tuvieron que morir 16 personas atropelladas el fin de semana para que la Comisión de Tránsito del Guayas recurriera a esta medida parche que en algo tranquilizará a los pobladores que perdieron familiares, amigos y vecinos. El culpable directo fue un conductor borracho. Pero el entorno adverso convirtió el accidente en tragedia.
Pocos días antes, en Cotopaxi, murieron otras 38 personas cuando un bus interprovincial cayó por un barranco. Según informes, se debió a la negligencia de la cooperativa de transporte. Aparentemente, el conductor, que tenía un largo historial de infracciones, se quedó dormido. Llevaba siete horas manejando. A esto se sumaría el mal estado de las llantas. Solo después de la tragedia, la Comisión Nacional de Tránsito multiplicó los operativos de control en las terminales de buses.
Morir en la calle es común en este país. Todos tenemos tristes historias cercanas que contar. Conocemos el peligro. Pero como suele suceder, se necesitan grandes tragedias para que las autoridades actúen, o pretendan actuar.
Después de estos terribles accidentes, varias autoridades han salido a acusar, antes que asumir responsabilidades: culpa de las autoridades de Tránsito, del Municipio, de la Policía, de los jueces, de las leyes, de los peatones, de los conductores…
La culpa es compartida. A la irresponsabilidad y falta de cultura de conductores y peatones, se unen la mala señalización, autoridades de tránsito ineficientes y jueces que no castigan a los infractores.
Hay soluciones prácticas e inmediatas, que ayudarían a reducir accidentes. Nuestros vigilantes de la CTG, por ejemplo, en lugar de detener vehículos en buena estado, frenar el flujo del tránsito bajo semáforos funcionando y obstaculizar las vías con absurdos conos y cilindros anaranjados, podrían revisar la condición en la que salen los buses del terminal, o detener a todos esos carros viejos con llantas lisas, luces quemadas y olor a gas. También podrían hacer mucho por el orden en las calles, con señalización básica y pintando líneas de carriles y pasos cebra.
El Gobierno, por ejemplo, en lugar de gastar millones de dólares en campañas publicitarias politiqueras, ofensivas y agobiantes, podría destinar esos fondos para campañas que eduquen a conductores y peatones.
Solo con educación lograremos cambiar nuestra actitud en las calles. La del chofer de bus que se cree dueño del camino, compite por pasajeros, para donde le da la gana y abusa con su tamaño. La del conductor que no respeta señales. La del peatón que jamás cruza por el paso cebra o el paso elevado.
Pero no todo es malo. Autoridades, peatones y conductores hemos avanzado poco a poco. Sistemas como la Metrovía han mejorado el transporte de la ciudad y generado orden. Ahora se entiende que un bus solo recoge pasajeros en estaciones y paradas, no en cualquier lugar donde se lo llame. Cada día somos más los que utilizamos cinturón de seguridad. Y varias de nuestras carreteras, sobre todo las concesionadas, son seguras y bien señalizadas.
Cambios positivos pero insuficientes. Las víctimas de nuestras carreteras reclaman planificación, acción y menos improvisación. Más que nuevas leyes, necesitamos autoridades que hagan su trabajo. Sin esperar a la próxima tragedia.
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