Betty Carrillo, presidenta de la Comisión de Comunicación, nos cree idiotas. A ti, a mí. A todos. Ella piensa que no tenemos la capacidad de escoger por nosotros mismos qué programa de televisión ver, qué diario leer, qué radio escuchar. Ella, en su infinita sabiduría, siente el llamado de guiarnos, de decirnos lo que es bueno y malo. Por eso, se empeña en crear leyes que limiten la libertad de los medios y los individuos, y que amplíen el poder del Estado –o sea el Gobierno– para decidir por nosotros, los idiotas.
Betty no es la única. Tiene en Rafael Correa a su gran maestro del paternalismo y control estatal. Correa lleva la bandera de esos que creen que un grupo de políticos y burócratas deben decidir por nosotros. Están convencidos de que creando nuevas comisiones se resolverán los problemas de la sociedad.
Pero Correa sabe que la ley de Betty está llena de absurdos que impedirán su aprobación y solo generarán confrontaciones innecesarias en su Asamblea. Por eso, Correa ahora dice que la Ley de Comunicación ya no es importante. De repente, se olvidó que se ha pasado insultando a medios y periodistas y diciendo que su mayor enemigo es la prensa.
Los temas de comunicación y libertad de expresión, al final del día, importan a pocos que sí reconocen su trascendencia. La mayoría de ecuatorianos están preocupados por conseguir un trabajo y que nos los roben o maten en la calle. Si multan a un canal hasta llevarlo a la quiebra, si le quitan la frecuencia, o si callan a un periodista, son detalles sin importancia para quien –cortesía de la revolución ciudadana– lleva meses sin conseguir trabajo.
Betty, entre sonrisas e ironías, insiste en su ley llena de disparates. Entre ellos, que los canales de televisión privados sean locales y solo los públicos puedan ser nacionales. O que las concesiones solo duren diez años. O que se puedan imponer exageradas multas por lo que un Consejo de Comunicación considere “acoso mediático”. Nos dirán que nada de eso está todavía en la ley. Que son solo propuestas. Pero el simple hecho de que lo sugieran y lo tomen en serio ya es un insulto a nuestra inteligencia… o idiotez.
El mal está hecho. Aunque no pase esta ley, sus poco iluminadas ideas han dominado la agenda y contaminado muchas cabezas. Por ejemplo, ahora discutimos cuántos representantes debe tener el Ejecutivo en el Consejo de Comunicación, cuando la pregunta debería ser si tiene sentido la existencia de este Consejo. Y nos repiten tanto eso de que el Estado-Gobierno debe regular e intervenir en la comunicación, que sentimos que lo normal sería pedir permiso antes de opinar; cuando la comunicación debe ser libre, con la mínima regulación posible, en especial cuando se opina sobre quienes ocupan el poder.
Quieren controlar la información. No les gusta que hablen mal de ellos. Les gusta tener los medios a su disposición. No ven que mientras haya más medios para elegir, más competencia, más participación del sector privado y menos intromisión del Estado, tendremos una mejor comunicación. Estaremos mejor informados. Seremos más libres. Y quién sabe, hasta menos idiotas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario