jueves, junio 24, 2010
¿Dejar el lado oscuro?
En la misma página del diario me encuentro con dos noticias que nos dicen mucho sobre el estancamiento o progreso de los países. “Hugo Chávez declara a los grandes empresarios ‘enemigos de la Patria’”, dice un titular. A pocos centímetros, otro titular informa que ‘Magnates proponen donar mitad de fortuna’. Mientras los populistas del siglo XXI buscan acabar con la riqueza, la filantropía se multiplica en las sociedades libres.
Hugo Chávez y sus similares necesitan controlarlo todo. Parecen sentirse amenazados ante el éxito empresarial. Por eso, abusando de su poder, persiguen, atacan, y quitan a empresarios lo que con trabajo han ganado.
Para Chávez los grandes empresarios son un “gran obstáculo para el desarrollo del país”, mientras solo los pequeños y medianos empresarios trabajan y producen. Algo similar, aunque menos radical, escuchamos por acá. Los empresarios son buenos mientras permanezcan pequeños o medianos. Cuando se hacen grandes se vuelven malos. Olvidan que esos grandes empresarios fueron alguna vez pequeños y que han llegado lejos a base de esfuerzo.
Venezuela y el mundo saben que Chávez es el principal obstáculo para que su país avance. Correa hace unos años no lo sabía. Pero sospecho que ahora ya puede ver y entender la desesperante realidad venezolana. Por eso, es positivo que Correa se relacione menos con el dictador venezolano, y que en cambio se acerque a Alan García, se reúna con Hillary Clinton, o que asista a la posesión de Santos en Colombia. A ratos, Correa parecería alejarse del lado oscuro.
El odio de Chávez hacia el sector privado, tangible en expropiaciones, intervenciones y estatizaciones, ya da los resultados esperados: corrupción, ineficiencia, escasez. Hace poco se destapó el escándalo de los miles de toneladas de alimentos, que su gobierno importó, y que acabaron olvidados y podridos junto a medicinas vencidas mientras algún oportunista chavista se enriquecía. Lindo socialismo del siglo XXI. En realidad, no debería sorprendernos. Como en todo experimento comunista, esto sucede cuando el Estado pretende manejarlo todo.
Rafael Correa la tiene fácil. Chávez le está mostrando de la manera más clara el camino que no debe seguir. Venezuela se hunde entre corrupción, ineficiencia y abusos. Correa está a tiempo de alejarse de ese destructivo modelo.
Mientras el populismo del siglo XXI ataca la riqueza, en otros lugares los ricos no solo generan cientos de miles de empleos, millones en impuestos, y progreso para sus países, sino que hasta donan gran parte de su plata. Además de las condiciones para emprender, producir y hacer dinero, tienen incentivos para ser generosos. Bill Gates y Warren Buffett, los dos hombres más ricos de Estados Unidos, donan gran parte de sus fortunas e invitan a otros magnates del mundo a hacer lo mismo. Bill y Warren tienen suerte de no ser venezolanos. Sus empresas estarían intervenidas, expropiadas o con el servicio de rentas encima. Y ya se hubieran ganado algún insulto presidencial por tener el descaro de ser exitosos.
Para nuestros populistas, los millones solo son buenos cuando están a su disposición en las cuentas estatales. Y el éxito empresarial es aceptable solo a pequeña escala. El emprendimiento y la filantropía están condenados a morir en gobiernos dedicados a atacar la riqueza.
jueves, junio 17, 2010
Al menos por el Mundial
El Gobierno me está dañando el Mundial. Acostumbrado a meterse hasta en la sopa, ahora el Gobierno nos repite mil veces sus gastados eslóganes entre jugadas de Messi y el ensordecedor zumbido de las vuvuzelas.
Hace ya dos años, cuando el Gobierno incautó los canales de los Isaías, Rafael Correa aseguró que “lo que menos le interesa al Gobierno es ser administrador de esos bienes” y que “mientras más rápido podamos subastar, rematar esos bienes, entre ellos los medios de comunicación… enhorabuena, tanto mejor”.
Pero mientras veo, en el canal estatal, los partidos del Mundial plagados de propaganda del Gobierno –del Ministerio de Industrias, de la Secretaría de Comunicación, de la Vicepresidencia…– me queda claro que esa “rápida” venta de los canales tendrá que esperar. El Gobierno aprovecha su canal y el interés en el Mundial para meterse en nuestras casas y nuestras cabezas. Correa dijo que suspenderá sus cadenas de los sábados durante el Mundial. Con tanta propaganda, ya no necesita hablar.
Apago la televisión y sigo ahora el partido desde la radio en mi carro. Pero no puedo huirle a la publicidad oficial. Ahora el locutor de una estación incautada nos vende la revolución ciudadana junto a camiones, compañías de seguros y planes de celular. El locutor repite la frase contratada por el cliente –el Gobierno– y pagada por todos nosotros: “ellos dicen que quieren un país libre... pero ya nadie les cree...”. Los ecuatorianos gastamos en publicidad con la que el Gobierno ataca a los mismos ecuatorianos.
La Asociación Ecuatoriana de Editores de Periódicos lanzó una campaña en defensa de la democracia y la libertad. La campaña lleva frases como: “Yo quiero un país libre de corrupción, libre de insultos, libre para opinar, libre para trabajar, libre para producir, libre para soñar”. Son aspiraciones de todos los ecuatorianos. Sueños comunes.
Pero parece que al Gobierno no le gustan esos sueños. Por eso ahora debemos aguantarnos en medio Mundial otra de sus campañas generadoras de odio y división. Con ella, no nos está informando el Gobierno de su gestión. Nos está envenenando entre tiros libres y goles.
¿Hasta cuándo se malgasta plata para atacarnos entre ecuatorianos? ¿Dejará algún día este Gobierno de invadir nuestras casas, nuestro oídos, nuestras vidas?
Yo solo quiero ver el Mundial, disfrutar buen fútbol y olvidarme por un momento de la política. Pero Correa aprovecha nuestra atención para vendernos por televisión sueños que después de tres años en el poder no ha podido concretar en la realidad. Sin darse cuenta, Correa y su Gobierno se han convertido en los mejores promotores de DirecTV. Ver los partidos del Mundial sin publicidad gubernamental es el mejor argumento para alejarse de la transmisión nacional.
¿Será que al menos por el Mundial nos pueden dejar en paz? Limitan nuestra libertad con una absurda ley de comunicación. Nos recortan la deducción de impuestos con excusas sin sentido. Los sicarios y los ladrones se toman las calles. El desempleo aumenta mientras la inversión privada huye. Y ahora para rematar, ni podremos comprarnos una cerveza en la gasolinera dizque por nuestra seguridad.
¿Será que al menos por el Mundial nos dejan en paz?
Hace ya dos años, cuando el Gobierno incautó los canales de los Isaías, Rafael Correa aseguró que “lo que menos le interesa al Gobierno es ser administrador de esos bienes” y que “mientras más rápido podamos subastar, rematar esos bienes, entre ellos los medios de comunicación… enhorabuena, tanto mejor”.
Pero mientras veo, en el canal estatal, los partidos del Mundial plagados de propaganda del Gobierno –del Ministerio de Industrias, de la Secretaría de Comunicación, de la Vicepresidencia…– me queda claro que esa “rápida” venta de los canales tendrá que esperar. El Gobierno aprovecha su canal y el interés en el Mundial para meterse en nuestras casas y nuestras cabezas. Correa dijo que suspenderá sus cadenas de los sábados durante el Mundial. Con tanta propaganda, ya no necesita hablar.
Apago la televisión y sigo ahora el partido desde la radio en mi carro. Pero no puedo huirle a la publicidad oficial. Ahora el locutor de una estación incautada nos vende la revolución ciudadana junto a camiones, compañías de seguros y planes de celular. El locutor repite la frase contratada por el cliente –el Gobierno– y pagada por todos nosotros: “ellos dicen que quieren un país libre... pero ya nadie les cree...”. Los ecuatorianos gastamos en publicidad con la que el Gobierno ataca a los mismos ecuatorianos.
La Asociación Ecuatoriana de Editores de Periódicos lanzó una campaña en defensa de la democracia y la libertad. La campaña lleva frases como: “Yo quiero un país libre de corrupción, libre de insultos, libre para opinar, libre para trabajar, libre para producir, libre para soñar”. Son aspiraciones de todos los ecuatorianos. Sueños comunes.
Pero parece que al Gobierno no le gustan esos sueños. Por eso ahora debemos aguantarnos en medio Mundial otra de sus campañas generadoras de odio y división. Con ella, no nos está informando el Gobierno de su gestión. Nos está envenenando entre tiros libres y goles.
¿Hasta cuándo se malgasta plata para atacarnos entre ecuatorianos? ¿Dejará algún día este Gobierno de invadir nuestras casas, nuestro oídos, nuestras vidas?
Yo solo quiero ver el Mundial, disfrutar buen fútbol y olvidarme por un momento de la política. Pero Correa aprovecha nuestra atención para vendernos por televisión sueños que después de tres años en el poder no ha podido concretar en la realidad. Sin darse cuenta, Correa y su Gobierno se han convertido en los mejores promotores de DirecTV. Ver los partidos del Mundial sin publicidad gubernamental es el mejor argumento para alejarse de la transmisión nacional.
¿Será que al menos por el Mundial nos pueden dejar en paz? Limitan nuestra libertad con una absurda ley de comunicación. Nos recortan la deducción de impuestos con excusas sin sentido. Los sicarios y los ladrones se toman las calles. El desempleo aumenta mientras la inversión privada huye. Y ahora para rematar, ni podremos comprarnos una cerveza en la gasolinera dizque por nuestra seguridad.
¿Será que al menos por el Mundial nos dejan en paz?
jueves, junio 10, 2010
Nosotros los idiotas
Betty Carrillo, presidenta de la Comisión de Comunicación, nos cree idiotas. A ti, a mí. A todos. Ella piensa que no tenemos la capacidad de escoger por nosotros mismos qué programa de televisión ver, qué diario leer, qué radio escuchar. Ella, en su infinita sabiduría, siente el llamado de guiarnos, de decirnos lo que es bueno y malo. Por eso, se empeña en crear leyes que limiten la libertad de los medios y los individuos, y que amplíen el poder del Estado –o sea el Gobierno– para decidir por nosotros, los idiotas.
Betty no es la única. Tiene en Rafael Correa a su gran maestro del paternalismo y control estatal. Correa lleva la bandera de esos que creen que un grupo de políticos y burócratas deben decidir por nosotros. Están convencidos de que creando nuevas comisiones se resolverán los problemas de la sociedad.
Pero Correa sabe que la ley de Betty está llena de absurdos que impedirán su aprobación y solo generarán confrontaciones innecesarias en su Asamblea. Por eso, Correa ahora dice que la Ley de Comunicación ya no es importante. De repente, se olvidó que se ha pasado insultando a medios y periodistas y diciendo que su mayor enemigo es la prensa.
Los temas de comunicación y libertad de expresión, al final del día, importan a pocos que sí reconocen su trascendencia. La mayoría de ecuatorianos están preocupados por conseguir un trabajo y que nos los roben o maten en la calle. Si multan a un canal hasta llevarlo a la quiebra, si le quitan la frecuencia, o si callan a un periodista, son detalles sin importancia para quien –cortesía de la revolución ciudadana– lleva meses sin conseguir trabajo.
Betty, entre sonrisas e ironías, insiste en su ley llena de disparates. Entre ellos, que los canales de televisión privados sean locales y solo los públicos puedan ser nacionales. O que las concesiones solo duren diez años. O que se puedan imponer exageradas multas por lo que un Consejo de Comunicación considere “acoso mediático”. Nos dirán que nada de eso está todavía en la ley. Que son solo propuestas. Pero el simple hecho de que lo sugieran y lo tomen en serio ya es un insulto a nuestra inteligencia… o idiotez.
El mal está hecho. Aunque no pase esta ley, sus poco iluminadas ideas han dominado la agenda y contaminado muchas cabezas. Por ejemplo, ahora discutimos cuántos representantes debe tener el Ejecutivo en el Consejo de Comunicación, cuando la pregunta debería ser si tiene sentido la existencia de este Consejo. Y nos repiten tanto eso de que el Estado-Gobierno debe regular e intervenir en la comunicación, que sentimos que lo normal sería pedir permiso antes de opinar; cuando la comunicación debe ser libre, con la mínima regulación posible, en especial cuando se opina sobre quienes ocupan el poder.
Quieren controlar la información. No les gusta que hablen mal de ellos. Les gusta tener los medios a su disposición. No ven que mientras haya más medios para elegir, más competencia, más participación del sector privado y menos intromisión del Estado, tendremos una mejor comunicación. Estaremos mejor informados. Seremos más libres. Y quién sabe, hasta menos idiotas.
Betty no es la única. Tiene en Rafael Correa a su gran maestro del paternalismo y control estatal. Correa lleva la bandera de esos que creen que un grupo de políticos y burócratas deben decidir por nosotros. Están convencidos de que creando nuevas comisiones se resolverán los problemas de la sociedad.
Pero Correa sabe que la ley de Betty está llena de absurdos que impedirán su aprobación y solo generarán confrontaciones innecesarias en su Asamblea. Por eso, Correa ahora dice que la Ley de Comunicación ya no es importante. De repente, se olvidó que se ha pasado insultando a medios y periodistas y diciendo que su mayor enemigo es la prensa.
Los temas de comunicación y libertad de expresión, al final del día, importan a pocos que sí reconocen su trascendencia. La mayoría de ecuatorianos están preocupados por conseguir un trabajo y que nos los roben o maten en la calle. Si multan a un canal hasta llevarlo a la quiebra, si le quitan la frecuencia, o si callan a un periodista, son detalles sin importancia para quien –cortesía de la revolución ciudadana– lleva meses sin conseguir trabajo.
Betty, entre sonrisas e ironías, insiste en su ley llena de disparates. Entre ellos, que los canales de televisión privados sean locales y solo los públicos puedan ser nacionales. O que las concesiones solo duren diez años. O que se puedan imponer exageradas multas por lo que un Consejo de Comunicación considere “acoso mediático”. Nos dirán que nada de eso está todavía en la ley. Que son solo propuestas. Pero el simple hecho de que lo sugieran y lo tomen en serio ya es un insulto a nuestra inteligencia… o idiotez.
El mal está hecho. Aunque no pase esta ley, sus poco iluminadas ideas han dominado la agenda y contaminado muchas cabezas. Por ejemplo, ahora discutimos cuántos representantes debe tener el Ejecutivo en el Consejo de Comunicación, cuando la pregunta debería ser si tiene sentido la existencia de este Consejo. Y nos repiten tanto eso de que el Estado-Gobierno debe regular e intervenir en la comunicación, que sentimos que lo normal sería pedir permiso antes de opinar; cuando la comunicación debe ser libre, con la mínima regulación posible, en especial cuando se opina sobre quienes ocupan el poder.
Quieren controlar la información. No les gusta que hablen mal de ellos. Les gusta tener los medios a su disposición. No ven que mientras haya más medios para elegir, más competencia, más participación del sector privado y menos intromisión del Estado, tendremos una mejor comunicación. Estaremos mejor informados. Seremos más libres. Y quién sabe, hasta menos idiotas.
miércoles, junio 09, 2010
Revista la U. - Junio 2010
Ya está circulando la U. de junio en tu universidad!!!
Para pautar en revista la U. escribe a revistalau@yahoo.com. Envíanos tus artículos, fotos, ideas o comentarios a revistalau@yahoo.com.
Para pautar en revista la U. escribe a revistalau@yahoo.com. Envíanos tus artículos, fotos, ideas o comentarios a revistalau@yahoo.com.
jueves, junio 03, 2010
Lecciones colombianas
Las elecciones en Colombia nos mostraron la larga ventaja que nos lleva nuestro país vecino en lo que a institucionalidad y cultura política se refiere. Tenemos ahí, tan cerca, un ejemplo a seguir.
La madurez política de Colombia permite a los colombianos respirar tranquilos en tiempos de elecciones. Ahí no tienen oportunidad electoral los radicales y autoproclamados revolucionarios o salvadores de la patria. Las opciones se pasean por el centro del espectro político, como sucede en las democracias avanzadas.
¿Santos o Mockus? No importa. Con los dos están garantizadas la institucionalidad y libertad individual. Suena sencillo. Pero acá sigue siendo un sueño lejano tener gobernantes que entiendan algo tan elemental como que el Gobierno no es lo mismo que el Estado. O que un país no puede avanzar sin inversión y emprendimiento privado.
Mockus en una entrevista se pregunta: “¿Proteger la vida humana, eso es de izquierda o derecha? ¿Cuidar los recursos públicos, que se gasten bien gastados, eso es de izquierda o derecha? ¿Cobrar los impuestos y usarlos bien, eso es de izquierda o derecha?”. Son posturas que no pertenecen a la izquierda o la derecha. Pertenecen a cualquier gobierno serio y deben continuar más allá de partidos o banderas.
En cuestiones de forma, que suelen reflejar lo de fondo, estas elecciones colombianas también sirven de ejemplo. Los debates, las entrevistas y los discursos de los candidatos han tenido un nivel de respeto y madurez que acá escasea. Santos barrió en las elecciones. Pero en su discurso como ganador de inmediato llamó a la unidad y felicitó a sus contrincantes. Algo básico en una democracia civilizada. Pero no para alguno de nuestros candidatos, que luego del triunfo, entre gritos y risas irónicas, exclamaba “¡qué paliza!” y se burlaba de los “perdedores”.
Desde mi primera votación, siempre he debido escoger por el mal menor. Nunca he podido ir a las urnas, como los colombianos, sabiendo que sin importar quien gane, bien o mal, el país seguirá su marcha, con errores y problemas, pero siempre con un elemental respeto a las instituciones y los ciudadanos.
Correa y sus partidarios dirán que en países como el nuestro se necesita ser radical para cambiarlo todo. Pero es lo contrario. Necesitamos esa estabilidad a largo plazo, que continúe de un gobierno al otro, al menos en asuntos tan básicos como la institucionalidad; la educación; el comercio y competitividad; la responsabilidad fiscal; y el respeto a la ley, la iniciativa privada y la libertad individual.
¿Podremos alcanzar ese básico grado de institucionalidad y madurez política? No estamos hablando de llegar al nivel de Estados Unidos, ni siquiera de Chile, sino de algo tan cercano a nuestra realidad como Colombia.
La solución empieza con educación y más educación. Pero hay algo práctico e inmediato que pudiera funcionar: el voto voluntario. No solo porque no es democrático obligarnos a votar, sino porque el voto voluntario implica una elección más informada y meditada. Es un voto motivado por propuestas e ideas, más que por bonos o camisetas.
Las elecciones e institucionalidad colombianas sirven de ejemplo para nuestros políticos, sobre todo en Carondelet. En lugar de andar peleándonos con los vecinos, podríamos aprender.
La madurez política de Colombia permite a los colombianos respirar tranquilos en tiempos de elecciones. Ahí no tienen oportunidad electoral los radicales y autoproclamados revolucionarios o salvadores de la patria. Las opciones se pasean por el centro del espectro político, como sucede en las democracias avanzadas.
¿Santos o Mockus? No importa. Con los dos están garantizadas la institucionalidad y libertad individual. Suena sencillo. Pero acá sigue siendo un sueño lejano tener gobernantes que entiendan algo tan elemental como que el Gobierno no es lo mismo que el Estado. O que un país no puede avanzar sin inversión y emprendimiento privado.
Mockus en una entrevista se pregunta: “¿Proteger la vida humana, eso es de izquierda o derecha? ¿Cuidar los recursos públicos, que se gasten bien gastados, eso es de izquierda o derecha? ¿Cobrar los impuestos y usarlos bien, eso es de izquierda o derecha?”. Son posturas que no pertenecen a la izquierda o la derecha. Pertenecen a cualquier gobierno serio y deben continuar más allá de partidos o banderas.
En cuestiones de forma, que suelen reflejar lo de fondo, estas elecciones colombianas también sirven de ejemplo. Los debates, las entrevistas y los discursos de los candidatos han tenido un nivel de respeto y madurez que acá escasea. Santos barrió en las elecciones. Pero en su discurso como ganador de inmediato llamó a la unidad y felicitó a sus contrincantes. Algo básico en una democracia civilizada. Pero no para alguno de nuestros candidatos, que luego del triunfo, entre gritos y risas irónicas, exclamaba “¡qué paliza!” y se burlaba de los “perdedores”.
Desde mi primera votación, siempre he debido escoger por el mal menor. Nunca he podido ir a las urnas, como los colombianos, sabiendo que sin importar quien gane, bien o mal, el país seguirá su marcha, con errores y problemas, pero siempre con un elemental respeto a las instituciones y los ciudadanos.
Correa y sus partidarios dirán que en países como el nuestro se necesita ser radical para cambiarlo todo. Pero es lo contrario. Necesitamos esa estabilidad a largo plazo, que continúe de un gobierno al otro, al menos en asuntos tan básicos como la institucionalidad; la educación; el comercio y competitividad; la responsabilidad fiscal; y el respeto a la ley, la iniciativa privada y la libertad individual.
¿Podremos alcanzar ese básico grado de institucionalidad y madurez política? No estamos hablando de llegar al nivel de Estados Unidos, ni siquiera de Chile, sino de algo tan cercano a nuestra realidad como Colombia.
La solución empieza con educación y más educación. Pero hay algo práctico e inmediato que pudiera funcionar: el voto voluntario. No solo porque no es democrático obligarnos a votar, sino porque el voto voluntario implica una elección más informada y meditada. Es un voto motivado por propuestas e ideas, más que por bonos o camisetas.
Las elecciones e institucionalidad colombianas sirven de ejemplo para nuestros políticos, sobre todo en Carondelet. En lugar de andar peleándonos con los vecinos, podríamos aprender.
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