La escena la hemos visto tantas veces. Está en los noticieros de mi niñez, a veces acompañada con la feliz noticia de que se cancelaban las clases debido a los disturbios. Mientras el país, bien o mal, ha avanzado, el tiempo se ha quedado congelado en esas escenas de piedras, palos, llantas quemadas, carros destruidos, gritos. Grupos de indígenas cerrando el paso, protestando. Bloqueando los caminos y la posibilidad del país de avanzar.
Rafael Correa y su gente de Alianza PAIS los conquistó en la campaña. Él era uno de ellos. El “rasca bonito” que vivió entre indígenas en Zumbahua. El que inició su mandato con una limpia. El que hablaba quechua, o al menos hacía el intento.
La luna de miel duró unos años. Hasta que la relación se volvió incómoda y tensa. De abrazos y sonrisas en quechua pasaron a decirle “estúpido” en el mismo Carondelet. El diálogo se rompió. Difícil hablar con quienes salen a bloquear calles y quemar llantas. No se puede dialogar con posiciones tan cuadradas y extremas.
Los grupos indígenas pierden el respeto del país. Sus tácticas de oponerse a todo y de exigir privilegios sobre el resto de ecuatorianos no deben tener lugar en estos tiempos. Hicieron bien al ganar espacios políticos. Hoy tienen representantes en la Asamblea y los tuvieron en el Gobierno. Ese es el terreno para negociar, influenciar, reclamar. El humo de las llantas quemadas solo los convierte en su propia caricatura. En esa masa que no tiene idea por qué protesta. La Ley de Aguas es la excusa de hoy. Ayer era el TLC. Mañana será la minería y después vendrán más razones.
Hay varios casos que demuestran el gran poder e influencia que pueden lograr los líderes indígenas, si en vez de llevar a su gente a quemar llantas, se convierten en agentes de cambio positivo en sus comunidades. Por ahí va el camino.
Uno de los problemas de fondo es esta obsesión de varios actuales políticos y funcionarios dizque revolucionarios por clasificarnos y etiquetarnos en etnias, nacionalidades, razas y grupos. Les encanta hablar en sus discursos y ponencias de plurinacionalidad, derechos colectivos y acciones afirmativas que al final terminan atentando contra nuestros derechos individuales.
Antes que cualquier grupo, etnia o nacionalidad somos individuos. La mejor forma de garantizar nuestros derechos como grupos es garantizando los derechos individuales de cada ecuatoriano. Lo otro conduce a lo que vemos hoy: dirigentes indígenas exigiendo sus “derechos” grupales entre humo y llantas quemadas. Pero cuando otros grupos piden derechos similares, ahí pretenden ocupar una categoría especial. Se acaban los derechos colectivos para convertirse en privilegios exclusivos.
Los indígenas como grupo no tienen ninguna corona sobre mestizos, blancos, negros, montubios. Todos somos igual de ecuatorianos, con los mismos derechos y deberes. El Gobierno y su Asamblea deben escuchar y atender a todos los grupos, gremios y representaciones por igual.
El humo de las llantas quemadas debe quedar atrás. Los dirigentes indígenas deben demostrar que pueden hacer una oposición civilizada. Sus actos violentos y posiciones extremas solo fortalecen a este Gobierno al que hoy pretenden hacer oposición. Sus viejas prácticas les quitan legitimidad. Sus argumentos de palos y piedras avergüenzan. Los dejan fuera de la contienda.
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