Los columnistas de El Telégrafo se van. Abandonan el diario en rechazo a la censura e intromisión del Gobierno. Aumenta la lista de ex correístas.
Varios periodistas y editorialistas creyeron que era posible tener un medio realmente público, sin injerencia del gobierno de turno. Pero la marcada tendencia de izquierda en El Telégrafo siempre reveló la influencia del Gobierno. Cuando el Gobierno/Estado nos obliga a mantener un medio público a través de nuestros impuestos, con más razón, este debe acoger distintas voces y visiones.
Aplaudo la frontalidad de los ahora ex columnistas de El Telégrafo. En su carta pública de renuncia rechazan los “actos de censura y de violación de los derechos a la libertad de expresión y de prensa” ocurridos en ese diario. Pero no comparto del todo cuando dicen que “la construcción de lo público representa una de las mayores garantías para el ejercicio efectivo de la democracia...”.
No es la construcción de lo público, sino la garantía y protección de lo privado, donde se manifiesta la verdadera democracia y pluralidad de visiones. Este Gobierno se ha pasado creando “espacios públicos” a través de nuevos medios, empresas y ministerios. Pero estos terminan siendo espacios para imponer la visión particular de un grupito de poder. Con el agravante de que, a diferencia del sector privado que utiliza su propia plata, lo “público” utiliza la nuestra, la de todos.
En el lavado de cerebros colectivo que practica este Gobierno a través de infinitas cadenas y propaganda, nos hacen creer que lo bueno y justo viene siempre del sector público. Pero aquí la experiencia demuestra lo contrario. Mientras más grande es el pastel público a repartirse, más corrupción, piponazgo e ineficiencia.
Los medios privados podrán no ser perfectos. No tendrán esa imaginaria total imparcialidad que exigen ciertos asambleístas. Pero, a diferencia del medio público, los privados solo subsisten si la gente los “consume”. Los gustos personales o ideología de sus dueños pasan a segundo plano frente a los gustos del consumidor que se deben atender para que el medio sea rentable. En el medio público, sobre todo en este país donde cada vez es más difícil separar Estado de Gobierno, la autoridad de turno decide y nosotros pagamos.
Es falso que lo público sea imparcial al no responder a ningún interés privado. Más bien suele ser lo contrario. Lo público responde a los intereses de unos pocos arrimados al poder, mientras lo privado se mueve por algo mucho más democrático: el mercado.
Los ex articulistas de El Telégrafo ahora ejercen su libertad de expresión desde su nuevo blog www.telegrafoexiliado.blogspot.com Ahí, desde ese espacio privado, contribuyen a la diversidad de voces y visiones sin necesidad de que se despilfarren nuestros impuestos en medios públicos con agendas privadas.
Para que lo público funcione en este país, como funciona en países más avanzados, primero tiene que madurar mucho nuestra débil democracia. Mientras Correa y su gente hunden aun más la poca institucionalidad que nos queda, es utópico pensar en medios públicos independientes. No importa lo que diga la ley. Seguirán unos pocos metiendo las narices en lo público y manejándolo a su gusto, mientras nos pasan a todos la factura.
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