jueves, enero 21, 2010
El más ferviente
En la inauguración de la Asamblea Constituyente, Rafael Correa se declaró “el más ferviente acostista”. Mucho ha cambiado desde aquellas palabras dirigidas a su “compañero, hermano y maestro”.
Correa se va quedando solo. Perdió primero a Acosta. Ahora se distancia de quienes fueron amigos y colaboradores cercanos. Y se irán otros más, cuando finalmente acepten que aquí no hay ninguna revolución, solo otro caudillo queriendo captar todo el poder.
Al final, se quedarán no necesariamente los que creen en Correa, sino los que lo necesitan. Los que no están dispuestos a perder los privilegios del poder, su sueldo público, los beneficios de estar adentro. Y alguno que otro optimista despistado que siga creyendo en eso de las mentes lúcidas, manos limpias y corazones ardientes, que ya ni el Presidente menciona.
Correa divide a su propio equipo, no tanto por temas ideológicos de fondo, sino en gran parte por la forma como dice y maneja las cosas. Sus insultos y desprecio en público le cuestan caro. En Correa, lo de forma ha pasado a ser lo de fondo. Por ejemplo, en el reciente episodio del proyecto ITT, lo de forma –el irrespeto de Correa– fue tal vez más determinante en la salida del equipo negociador, que sus diferencias de fondo.
Y mientras escuchamos a Correa ofendiendo a sus propios aliados, es difícil no sacar lecciones de lo ocurrido en Chile, un país que ha entendido que en los acuerdos y el respeto está el progreso. El candidato perdedor visita y felicita al candidato ganador la misma noche de su elección. La presidenta felicita y desayuna con el candidato ganador a pesar de ser de oposición. Imposible imaginar a Correa –o cualquier otro candidato o presidente de acá– haciendo algo similar. Los líderes chilenos nos dan cátedra de madurez, respeto y verdadero amor por su país.
Correa, como otros candidatos de este país, hubiera gritado fraude al saber los resultados. Hubiera dicho que hay que esperar hasta que se cuente el último voto. Y hubiera lanzado alguna de sus insultantes frases contra el candidato opositor y todos quienes votaron por él. Puedo apostar que de ganar en nuestro país un candidato de oposición la próxima elección, Correa no desayunará con él la mañana siguiente.
Chile ha demostrado que su progreso no es coincidencia. Han institucionalizado el respeto como forma de gobierno. Acá se hace de la confrontación, con Correa a la cabeza, la forma de (des)gobernar. Nadie se salva de la insultadera de los sábados: amigos, aliados y oposición. Mientras Chile logra acuerdos y continuidad de planes de gobierno mirando más allá de etiquetas políticas o simpatías personales, acá no se mantienen unidos ni quienes en teoría piensan igual.
Políticos intocables. Incapaces de dialogar. Cada uno a la cabeza de su partidito. Cada uno formando su movimiento personal que lo lleve al poder. Competencia de egos. Si no pueden mantenerse unidos entre amigos y partidarios, imposible esperar mínimos acuerdos entre bandos opuestos.
Así, mientras nuestra clase política se enfoque en sus pequeñas diferencias e ignore sus grandes coincidencias, alcanzar la institucionalidad y civismo chilenos será solo un sueño. Sobre todo, mientras siga mandando el más ferviente acostista.
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