Uno espera que con el nuevo año las cosas cambien. Nos hacemos la ilusión de que todo irá mejor. Y entre propósitos de volver al gimnasio, hacer esa dieta tantas veces postergada, y fumar el último cigarrillo de nuestras vidas, nos emocionamos pensando que este año, ahora sí, nuestros políticos cambiarán y el país irá por mejores caminos.
Pero las promesas del gimnasio, la dieta y el cigarrillo duran poco. E incluso menos parecen durar las esperanzas de cambio en nuestra política, y en nuestro Presidente en particular.
Yo tenía la esperanza de ver a un Correa que inicie el año sin confrontar, buscando tender puentes en lugar de levantar tantos frentes y despertar resentimientos. Pero no me duró ni una semana esa esperanza.
En su primera visita del año a Guayaquil este martes, Correa vino más agresivo que el año pasado. Vino con furia, al estilo electorero, gritando hasta la ronquera. Se fue contra la alcaldía de Guayaquil, diciendo entre otras cosas que en esta ciudad vive gente “como en la época de las cavernas, sin electricidad…”. Gran ironía presidencial. El Gobierno, que por su falta de previsión nos trajo los apagones, pretende ahora dar clases de electricidad. Correa habló también de un supuesto complot para tumbarlo. Y alertó a sus seguidores, para que estén listos a movilizarse.
El tono enfurecido y provocador de esta primera visita del año a Guayaquil me deja algo claro. Correa se viene con todo. La baja en su popularidad –que también mencionó como cosa de la prensa corrupta que busca desestabilizarlo– no lo conducirá a moderar su discurso y buscar más consensos. Todo lo contrario. Lo radicaliza. Al verse menos popular busca demostrar que sigue fuerte, que su palabra es la ley.
Ante esto, la oposición ecuatoriana, es decir todos aquellos partidos, gremios, grupos ciudadanos, individuos que quieren un país libre, con trabajo, y alejado de autoritarismos y sistemas fracasados, se pregunta cómo actuar. ¿Se puede buscar y esperar consensos, diálogo, mínimas garantías y estabilidad, con un Gobierno autoritario y plagado de confrontación cada vez más decidido a imponernos un sistema caduco? ¿Es momento de hacer una oposición más agresiva? ¿Vale la pena empujar la revocatoria del mandato o es mejor esperar que termine su periodo en el 2013? ¿Será ya demasiado tarde para el país entonces?
Correa celebra su tercer aniversario en el poder. En condiciones normales, estaríamos celebrando el inicio de su último año de gobierno. Pero esto recién empieza.
La oposición tiene importantes decisiones que tomar. Pero debe evitar hacerle el juego a Correa. No alimentar sus gritos de complot. Ser una oposición pacífica y legal. No pensar en el corto plazo buscando simplemente un cambio en el mando. Mirar más allá. Entendiendo que la fuerza de Correa no es coincidencia. Es un reflejo de un país desencantado con promesas y acciones del pasado.
Que la oposición aproveche este enemigo común que hoy los une, para ir más lejos. Construyendo bases sólidas con ideas, alianzas y proyectos sostenibles. No buscando reemplazar autoritarismos de izquierda con autoritarismos de derecha. De lo contrario, Correa, su estilo y sus ideas nunca se irán. Permanecerán en el tiempo como una amenaza. O peor aún, como la triste realidad que hoy nos acompaña.
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