Llegó en medio de una paranoia colectiva. El Y2K iba a poner al mundo patas arriba. Afortunadamente nada ocurrió. Comenzó sin contratiempos, entre fiestas con sabor a nuevos tiempos, esta primera década del siglo 21, de este nuevo milenio con sensación a futuro. Década tecnológica. Década esperanzadora.
Pero en poco tiempo, la paranoia inventada dio pasó al miedo real. La década, el siglo, el milenio, se estrenaban entre ataques terroristas de magnitudes que no imaginábamos. Nueva York, Washington, luego Madrid y Londres, y junto a ellos el mundo entero, lloraron las muertes provocadas por estúpidos fanatismos. Que siguen latentes. Que siguen regando miedo entre inocentes. Década terrorista. Década macabra.
Estados Unidos, líder de la escena mundial, será parte importante de nuestros recuerdos de esta primera década. Recordaremos las aterradoras imágenes de las torres gemelas cayendo y las terribles guerras de Bush. Pero seguramente, cuando pase el tiempo, más que el terrorismo y la guerra, quedará en nuestra memoria la imagen de Obama en la Casa Blanca, con su inmenso significado de cambio. Década de oportunidades. Década de expectativas.
En la política sudamericana esta fue la década del retorno a las más retrógradas políticas comunistas y estatistas. Si bien varios países, como Chile, Brasil, Perú, Colombia, avanzaron silenciosa y prudentemente con una línea pragmática y democrática; seguramente recordaremos más los abusos, exabruptos e incompetencia del escandaloso de Chávez y sus pupilos en la región. Década de estupidez. Década populista. Década de retroceso.
En la política ecuatoriana empezamos la década con la caída de un gobierno y un desastre financiero. Y terminamos la década con un Gobierno que acapara todo el poder, que no cree en la libertad individual y que se empeña en caminar para atrás. Vimos desfilar en esta primera década a cinco presidentes por los pasillos de Carondelet. Crisis bancaria, dolarización, dictócrata, forajidos, Asamblea Constituyente, demasiadas elecciones, hasta llegar a su majestad presidencial. Década políticamente triste, destructiva. Década corrupta, autoritaria, estancada. Década perdida.
Pero esta década trajo también los mayores triunfos y alegrías a nuestro país. Logramos lo que por varias décadas creímos imposible. Llegamos no una, sino dos veces, al mundial de fútbol. Los jugadores en la cancha nos enseñaron que aunque seamos un país pequeño podemos hacer cosas grandes, cuando nos esforzamos y trabajamos en equipo. Que es nuestro esfuerzo personal, no lo que prometan o hagan los gobiernos, lo que nos lleva lejos como individuos y país. Década de gol. Década de logros. Década de sí se puede.
Hoy terminamos esta primera década del siglo 21. ¿Cómo la recordaremos? ¿Miraremos atrás con tristeza una década perdida, violenta, retrógrada? ¿O pasará el tiempo y recordaremos de esta década sus avances tecnológicos, sus cambios, su esperanza, sus triunfos?
El tiempo lo dirá. Cada quien tendrá historias que festejar o lamentar de esta primera década que a media noche se va.
Se apagará la década entre fuegos artificiales, año viejo, brindis, bailes, juma y chuchaqui. Y mañana mismo, con el nuevo año, renacerá lo importante. Las ganas y la decisión de ser mejores y hacerlo mejor. Y la esperanza de que esta nueva década no nos defraude. Que sea memorable.
jueves, diciembre 31, 2009
jueves, diciembre 24, 2009
Feliz Navidad, Sofía
“Se fue la luz”, nos dices desilusionada cuando se apaga de repente la televisión, en la que ves ‘Buscando a Nemo’ por milésima vez. Con tu novato vocabulario, a tus dos años y medio, ya repites esa frase cada mañana desde hace algunas semanas. “Es por culpa de Correa”, te explico.
El otra día, cuando nuevamente se apagó tu película favorita, gritaste levantando tus brazos: “Se fue la luz, pod cupa de Codea”. Yo emocionado te di un abrazo. Tan chiquita y ya dices las cosas como son.
Hoy es Navidad, Sofía. Con apagones en la ciudad y en las mentes de nuestros gobernantes. Pero igual, Navidad. Te daremos tus regalos –en realidad los traerá Papá Noel en su trineo– por los que hemos pagado hasta el triple de lo que pagan los papás en otros países.
Es que este Gobierno cree en eso del proteccionismo, los altos aranceles, la sustitución de importaciones y todas esas recetas que ya han fracasado en el pasado. Ya te confundí, Sofi. No te preocupes. Papá Noel tampoco sabe de aranceles, ni trabas en las aduanas, ni absurdos nacionalismos. Él solo sabe de juguetes, canciones y alegría.
¿Te acuerdas que te conté la otra vez de unos señores muy feos que se llaman políticos? Hay uno en especial que ves a cada rato en la televisión moviendo los brazos, poniéndose bravo y diciendo cosas feas. ¡Adivinaste! Es Correa, el Presidente que trabaja en una casa muy grande que se llama Carondelet y usa unas camisas con muchas figuritas. Bueno, ese señor maneja un gobierno que el próximo mes ya cumple tres años. ¡Eso es más que toda tu vida! Y déjame felicitarte, Sofía. Porque en menos de esos tres años tú ya has aprendido a caminar, hablar, cantar, saltar, y hasta avisar para ir al baño. En cambio el Gobierno de ese señor ni siquiera puede gatear y se hace en los pantalones a cada rato.
Quisiera decirte cosas más bonitas por ser Navidad. Pero es difícil hacerlo cuando nos están quitando lo más importante en tu vida, la mía, la de tu mamá, tus abuelos, tus primos, tus amigos y toda la gente que te rodea: nuestra libertad. Ese señor y sus amigos se creen con el derecho a decidir lo que la gente puede decir. Son malos, como los de las películas. Nos quieren callar. Pero están equivocados y su poder es momentáneo. Por eso, tarde o temprano caerán. Y cuando seas mayor, leerás sobre los atropellos que se vivieron en el país cuando eras chiquita.
El mejor regalo que te quisiera dar, hoy y toda tu vida, es eso, tu libertad. Aquí, en este país, sin necesidad de escapar. Libertad para ser, decir y hacer lo que tú decidas, sin miedo. La libertad de vivir en un país donde no haya espacio para gobiernos abusivos que no entienden o no quieren tu libertad.
Espero que cuando llegues a primer grado y aprendas a leer, esos señores de Carondelet ya se hayan ido para no volver. Que en su lugar estén personas respetuosas que sí valoren y respeten nuestra libertad. Tal vez ahí sí, cuando llegue la Navidad, podré escribirte cartas más felices, no como esta que me quedó bastante triste.
El otra día, cuando nuevamente se apagó tu película favorita, gritaste levantando tus brazos: “Se fue la luz, pod cupa de Codea”. Yo emocionado te di un abrazo. Tan chiquita y ya dices las cosas como son.
Hoy es Navidad, Sofía. Con apagones en la ciudad y en las mentes de nuestros gobernantes. Pero igual, Navidad. Te daremos tus regalos –en realidad los traerá Papá Noel en su trineo– por los que hemos pagado hasta el triple de lo que pagan los papás en otros países.
Es que este Gobierno cree en eso del proteccionismo, los altos aranceles, la sustitución de importaciones y todas esas recetas que ya han fracasado en el pasado. Ya te confundí, Sofi. No te preocupes. Papá Noel tampoco sabe de aranceles, ni trabas en las aduanas, ni absurdos nacionalismos. Él solo sabe de juguetes, canciones y alegría.
¿Te acuerdas que te conté la otra vez de unos señores muy feos que se llaman políticos? Hay uno en especial que ves a cada rato en la televisión moviendo los brazos, poniéndose bravo y diciendo cosas feas. ¡Adivinaste! Es Correa, el Presidente que trabaja en una casa muy grande que se llama Carondelet y usa unas camisas con muchas figuritas. Bueno, ese señor maneja un gobierno que el próximo mes ya cumple tres años. ¡Eso es más que toda tu vida! Y déjame felicitarte, Sofía. Porque en menos de esos tres años tú ya has aprendido a caminar, hablar, cantar, saltar, y hasta avisar para ir al baño. En cambio el Gobierno de ese señor ni siquiera puede gatear y se hace en los pantalones a cada rato.
Quisiera decirte cosas más bonitas por ser Navidad. Pero es difícil hacerlo cuando nos están quitando lo más importante en tu vida, la mía, la de tu mamá, tus abuelos, tus primos, tus amigos y toda la gente que te rodea: nuestra libertad. Ese señor y sus amigos se creen con el derecho a decidir lo que la gente puede decir. Son malos, como los de las películas. Nos quieren callar. Pero están equivocados y su poder es momentáneo. Por eso, tarde o temprano caerán. Y cuando seas mayor, leerás sobre los atropellos que se vivieron en el país cuando eras chiquita.
El mejor regalo que te quisiera dar, hoy y toda tu vida, es eso, tu libertad. Aquí, en este país, sin necesidad de escapar. Libertad para ser, decir y hacer lo que tú decidas, sin miedo. La libertad de vivir en un país donde no haya espacio para gobiernos abusivos que no entienden o no quieren tu libertad.
Espero que cuando llegues a primer grado y aprendas a leer, esos señores de Carondelet ya se hayan ido para no volver. Que en su lugar estén personas respetuosas que sí valoren y respeten nuestra libertad. Tal vez ahí sí, cuando llegue la Navidad, podré escribirte cartas más felices, no como esta que me quedó bastante triste.
miércoles, diciembre 23, 2009
Un buen apagón
¿Cómo se verá Times Square apagado? Nos trepamos en un bus, que nos llevó avenida abajo por Broadway hasta alcanzar la calle 42, para averiguarlo. Las grandes luminarias del corazón de Nueva York apagadas. Sus gigantes letreros de mil colores estaban negros.
Jueves, 14 de agosto del 2003. El gran apagón en la costa este de Estados Unidos. Nueva York a oscuras. Y no podíamos estar más contentos ante el espectáculo que estábamos viviendo. Hasta los apagones son divertidos en una ciudad como Nueva York.
Eran eso de las 4 de la tarde. Pleno verano. Todo se apagó de repente. Rumores de atentado terrorista empezaron a circular por mi oficina. Seguían frescos los miedos y recuerdos del 11 de septiembre. En el fondo yo me reía. Con mi vasta experiencia ecuatoriana en lo que a apagones se refiere, me divertía viendo la preocupación e incredulidad de los gringos. ¿Cómo era posible que fallara la electricidad en pleno Nueva York, la ciudad que nunca duerme, donde las noches pueden ser tan claras como los días? Pasaron los minutos. Dijimos ya mismo se resuelve el problema. Pero nada ocurría.
Afuera, Nueva York era una fiesta. El sol de verano brillaba. Las terrazas de restaurantes, bares y cafés rebosaban. Cerveza para todos antes de que se caliente. Helado barato antes de que se derrita. Con la seguridad de que todo se arreglaría pronto y de que algo así difícilmente se repetiría, flotaba en el aire veraniego un deseo colectivo de disfrutar al máximo este momento.
Gracias a la oscuridad del apagón, muchos en Nueva York por primera vez nos pudimos ver. Conversamos, compartimos, nos conocimos. Yo, por ejemplo, descubrí a mis vecinos de piso. Nunca nos habíamos cruzado en todo un año viviendo ahí. Ahora conversábamos en la entrada del edificio. Eran tres mormones de Utah. Pero eso de ser mormón no impidió que brindemos por la oscuridad con unas botellas de vino y unos Vodka Cranberry que me habían sobrado de una reciente farra. Nos acabamos el vino, el vodka, más una de ron que bajó un gringo del segundo piso.
Y fue ahí que se nos ocurrió. Explorar Times Square apagado. Nos tomamos mil fotos en media oscuridad del lugar más iluminado de la ciudad, como queriendo atrapar para siempre este irreal momento en esta sorprendente ciudad. Sobre el asfalto de las veredas en Broadway, descansaba un gran grupo de turistas con almohadas y colchas. Eran huéspedes del Marriott Marquis, víctimas de estar en un hotel demasiado moderno: el sistema electrónico de tarjetas para ingresar a sus habitaciones no funcionaba. Les tocaba pasar la noche en el lobby del hotel. Y ante el calor, muchos prefirieron las aceras de Times Square.
Esa noche más oscura que ninguna, nos fuimos a dormir en medio de un silencio extraño, casi ficticio. Al día siguiente la fiesta del apagón continuó. La luz regresó en la mañana, pero igual no había trabajo ni clases en las universidades. Viernes de verano libre. Nos trepamos en nuestras bicicletas y nos fuimos al parque central. Miles de niuyorkinos echados en el césped. Miles de conversaciones alucinadas por lo ocurrido. Miles de nuevos rostros que dejaban de ser anónimos.
Hasta me compré una camiseta que todavía guardo en un cajón. Sobre una negra silueta de los edificios niuyorkinos, dice en letras grandes “Blackout”. Ese sí que fue un buen apagón. Para disfrutarlo. Para no olvidarlo. Para vivirlo al máximo, como todo en Nueva York.
* Publicado en revista SoHo de Diciembre 2009/Enero 2010.
Jueves, 14 de agosto del 2003. El gran apagón en la costa este de Estados Unidos. Nueva York a oscuras. Y no podíamos estar más contentos ante el espectáculo que estábamos viviendo. Hasta los apagones son divertidos en una ciudad como Nueva York.
Eran eso de las 4 de la tarde. Pleno verano. Todo se apagó de repente. Rumores de atentado terrorista empezaron a circular por mi oficina. Seguían frescos los miedos y recuerdos del 11 de septiembre. En el fondo yo me reía. Con mi vasta experiencia ecuatoriana en lo que a apagones se refiere, me divertía viendo la preocupación e incredulidad de los gringos. ¿Cómo era posible que fallara la electricidad en pleno Nueva York, la ciudad que nunca duerme, donde las noches pueden ser tan claras como los días? Pasaron los minutos. Dijimos ya mismo se resuelve el problema. Pero nada ocurría.
Afuera, Nueva York era una fiesta. El sol de verano brillaba. Las terrazas de restaurantes, bares y cafés rebosaban. Cerveza para todos antes de que se caliente. Helado barato antes de que se derrita. Con la seguridad de que todo se arreglaría pronto y de que algo así difícilmente se repetiría, flotaba en el aire veraniego un deseo colectivo de disfrutar al máximo este momento.
Gracias a la oscuridad del apagón, muchos en Nueva York por primera vez nos pudimos ver. Conversamos, compartimos, nos conocimos. Yo, por ejemplo, descubrí a mis vecinos de piso. Nunca nos habíamos cruzado en todo un año viviendo ahí. Ahora conversábamos en la entrada del edificio. Eran tres mormones de Utah. Pero eso de ser mormón no impidió que brindemos por la oscuridad con unas botellas de vino y unos Vodka Cranberry que me habían sobrado de una reciente farra. Nos acabamos el vino, el vodka, más una de ron que bajó un gringo del segundo piso.
Y fue ahí que se nos ocurrió. Explorar Times Square apagado. Nos tomamos mil fotos en media oscuridad del lugar más iluminado de la ciudad, como queriendo atrapar para siempre este irreal momento en esta sorprendente ciudad. Sobre el asfalto de las veredas en Broadway, descansaba un gran grupo de turistas con almohadas y colchas. Eran huéspedes del Marriott Marquis, víctimas de estar en un hotel demasiado moderno: el sistema electrónico de tarjetas para ingresar a sus habitaciones no funcionaba. Les tocaba pasar la noche en el lobby del hotel. Y ante el calor, muchos prefirieron las aceras de Times Square.
Esa noche más oscura que ninguna, nos fuimos a dormir en medio de un silencio extraño, casi ficticio. Al día siguiente la fiesta del apagón continuó. La luz regresó en la mañana, pero igual no había trabajo ni clases en las universidades. Viernes de verano libre. Nos trepamos en nuestras bicicletas y nos fuimos al parque central. Miles de niuyorkinos echados en el césped. Miles de conversaciones alucinadas por lo ocurrido. Miles de nuevos rostros que dejaban de ser anónimos.
Hasta me compré una camiseta que todavía guardo en un cajón. Sobre una negra silueta de los edificios niuyorkinos, dice en letras grandes “Blackout”. Ese sí que fue un buen apagón. Para disfrutarlo. Para no olvidarlo. Para vivirlo al máximo, como todo en Nueva York.
* Publicado en revista SoHo de Diciembre 2009/Enero 2010.
jueves, diciembre 17, 2009
Pica
Debatían en la radio dos comentaristas sobre la causa de la violencia en la Universidad Central. Uno decía que Rafael Correa era corresponsable de la violencia que vive el país, y en particular de la paliza que le quisieron dar algunos desadaptados al rector de esa universidad. Que la agresividad y odio transpirados a través de los bordados de las camisas presidenciales generan esta actitud violenta en la población.
El otro decía que el Presidente nada tiene que ver en esto. Que estos grupos universitarios ya han sido violentos en el pasado. Que en el país la gente roba, agrede y mata desde antes de Correa.
Sería muy exagerado pensar que la conducta de estos estudiantes armados con palos, del ladrón que nos roba el celular, o de cualquier persona que actúa con violencia es motivada por las palabras y actitud de Correa. En eso estoy de acuerdo con el último comentarista. Pero lo que decía el primero puede también tener algo de verdad.
En las empresas donde se respira un ambiente tenso y hostil, basta con mirar a sus gerentes para entender donde empieza todo. La agresividad se contagia desde el que dirige la organización.
Si el Presidente con tanta facilidad menosprecia, insulta y tacha de mafioso o corrupto a quien piensa distinto a él, ¿por qué esperar una conducta mejor en el resto de la población? Esos insultos presidenciales seguramente no lleven a cometer actos violentos a la ciudadanía, pero sí contribuyen a un clima hostil.
A veces sorprende cómo este Gobierno transpira amargura y menosprecio en todo momento. Por ejemplo, me llegó un boletín informando que Rafael Correa ha recibido el premio al Logro Excepcional Académico 2009 por parte de la Universidad de Illinois, en reconocimiento a “su activo liderazgo en la implementación del desarrollo económico y la reforma política en el Ecuador”.
La universidad donde Correa estudió le hace un reconocimiento. Es una buena noticia para el Presidente, sus seguidores y hasta el país.
¿Pero que más dice este boletín salido de Carondelet? Al muy estilo Correa, no se limita a comunicar y agradecer este reconocimiento, sino que aprovecha para quejarse y atacar. Dice el comunicado que “Mientras… el rector de la Universidad Católica de Guayaquil… pidió perdón al pueblo ecuatoriano ‘por la calidad de persona que hemos formado’,…la Universidad de Illinois declaró el premio anual de mejor ex alumno al Mandatario Correa…”. Y que “la Universidad Illinois está en el puesto número 25, a nivel mundial, mientras que la Universidad Católica de Guayaquil no aparece entre las primeras 2.000”.
Qué bajo cae este Gobierno, hasta cuando menos lo esperamos. No saben ganar. Peor perder. Sacan la lengua y escupen cuando pueden. Convierten una noticia positiva en toda una expresión de pica y resentimiento. No nos sirven de ejemplo.
En la Universidad de Illinois seguramente están orgullosos de tener un ex alumno convertido en Presidente. Pero parece que les faltó averiguar bien en qué clase de Presidente se convirtió. Tal vez ahí hubieran reconsiderado el premio.
El Presidente puede no ser el culpable directo de la violencia en este país. Pero con su conducta hace todo menos generar un ambiente de cooperación y paz. Ni porque estamos en Navidad.
El otro decía que el Presidente nada tiene que ver en esto. Que estos grupos universitarios ya han sido violentos en el pasado. Que en el país la gente roba, agrede y mata desde antes de Correa.
Sería muy exagerado pensar que la conducta de estos estudiantes armados con palos, del ladrón que nos roba el celular, o de cualquier persona que actúa con violencia es motivada por las palabras y actitud de Correa. En eso estoy de acuerdo con el último comentarista. Pero lo que decía el primero puede también tener algo de verdad.
En las empresas donde se respira un ambiente tenso y hostil, basta con mirar a sus gerentes para entender donde empieza todo. La agresividad se contagia desde el que dirige la organización.
Si el Presidente con tanta facilidad menosprecia, insulta y tacha de mafioso o corrupto a quien piensa distinto a él, ¿por qué esperar una conducta mejor en el resto de la población? Esos insultos presidenciales seguramente no lleven a cometer actos violentos a la ciudadanía, pero sí contribuyen a un clima hostil.
A veces sorprende cómo este Gobierno transpira amargura y menosprecio en todo momento. Por ejemplo, me llegó un boletín informando que Rafael Correa ha recibido el premio al Logro Excepcional Académico 2009 por parte de la Universidad de Illinois, en reconocimiento a “su activo liderazgo en la implementación del desarrollo económico y la reforma política en el Ecuador”.
La universidad donde Correa estudió le hace un reconocimiento. Es una buena noticia para el Presidente, sus seguidores y hasta el país.
¿Pero que más dice este boletín salido de Carondelet? Al muy estilo Correa, no se limita a comunicar y agradecer este reconocimiento, sino que aprovecha para quejarse y atacar. Dice el comunicado que “Mientras… el rector de la Universidad Católica de Guayaquil… pidió perdón al pueblo ecuatoriano ‘por la calidad de persona que hemos formado’,…la Universidad de Illinois declaró el premio anual de mejor ex alumno al Mandatario Correa…”. Y que “la Universidad Illinois está en el puesto número 25, a nivel mundial, mientras que la Universidad Católica de Guayaquil no aparece entre las primeras 2.000”.
Qué bajo cae este Gobierno, hasta cuando menos lo esperamos. No saben ganar. Peor perder. Sacan la lengua y escupen cuando pueden. Convierten una noticia positiva en toda una expresión de pica y resentimiento. No nos sirven de ejemplo.
En la Universidad de Illinois seguramente están orgullosos de tener un ex alumno convertido en Presidente. Pero parece que les faltó averiguar bien en qué clase de Presidente se convirtió. Tal vez ahí hubieran reconsiderado el premio.
El Presidente puede no ser el culpable directo de la violencia en este país. Pero con su conducta hace todo menos generar un ambiente de cooperación y paz. Ni porque estamos en Navidad.
jueves, diciembre 10, 2009
Full technofolclore
Otra de las ridiculeces del proyecto de Ley de Comunicación es que un alto porcentaje de lo que transmiten televisiones y radios debe ser “made in Ecuador”. Nuevamente, como tantas veces, el Gobierno buscando limitar nuestra libertad.
Según el proyecto, los canales de TV deben incluir progresivamente al menos el 40% de producción nacional en su programación diaria, y las radios un mínimo del 50% de música producida, compuesta y/o ejecutada en Ecuador.
Traducción: tendremos nuevos burócratas con la altiva y nacionalista misión de vigilar que no falte una buena dosis de technofolclore-andino en las radios y ‘Mi Recinto’ en la tele. De lo contrario, papá Estado castigará a los medios desobedientes.
A mí me gustan ciertas canciones y programas locales. Pero es mi decisión escucharlas o verlos. No le corresponde al Estado y sus burócratas meterse en nuestras decisiones individuales.
La culpa es nuestra. Del paternalismo incurable de nuestra población. ¿Qué es lo primero que dice nuestro típico artista nacional cuando lo entrevistan? Se queja del poco apoyo que recibe del Estado. ¿Desde cuándo el Estado debe ser su mánager?
Cada uno trata de palanquearse privilegios. Apoyamos el libre mercado y el libre intercambio de bienes e ideas hasta que tocan nuestro sector. Ahí sí gritamos “¡que el Estado me proteja!” El zapatero local quiere libertad para comprar. Eso sí, ¡que le claven un buen arancel a los zapatos chinos! La aerolínea local quiere libertad en los negocios. Eso sí, ¡que impidan que entren aerolíneas extranjeras a competir! Y ahora muchos artistas, que seguro prefieren comprar sus guitarras, discos y ropa libremente, sin restricciones ni aranceles, piden que se “proteja” al artista nacional con la imposición de estas ridículas cuotas.
Según este Diario, la Sociedad de Autores y Compositores Ecuatorianos impulsó este proyecto. Su presidente dijo que esto responde a lo “golpeado que está el sector” entre otras cosas por “la falta de nacionalismo”.
¿Falta de nacionalismo? ¿Acaso demostramos más nacionalismo porque bailamos al ritmo de Fausto Miño o nos emborrachamos escuchando pasillos? ¿Tienen algo que ver nuestros gustos musicales con el amor por el país? Y si vamos más allá: ¿acaso le corresponde al Estado controlar cuánto queremos a nuestro país? ¡Somos libres! ¿No entienden eso? Esa palabrita, nacionalismo, siempre aparece para justificar ataques a la libertad.
¿Quiere el Gobierno apoyar a los artistas ecuatorianos? Adelante. Ofrezca incentivos, no cuotas o castigos. Pero que no limiten nuestra libertad. Que no desperdicien nuestra plata en burócratas censores decidiendo por nosotros lo que es bueno.
Los gremios de artistas deberían demostrar que son abiertos y cosmopolitas, como todo buen artista, oponiéndose a este proyecto de ley. ¿Acaso ellos no crecieron artísticamente escuchando y viendo libremente a artistas y programas extranjeros? ¿Qué derecho tienen para imponernos sus creaciones locales por encima de lo venido de otros lugares?
Estas cuotas dizque nacionalistas no apoyan el arte ecuatoriano. Vuelven cómodo al artista al saber que los medios están obligados a contratarlo. Y le restan valor a las creaciones locales al convertirlas en una imposición.
Aquí, como en todo lo demás, es el talento y esfuerzo personal lo que hará triunfar a nuestros músicos, actores, directores, artistas. Aquí, como siempre, la libertad es la mejor opción.
Según el proyecto, los canales de TV deben incluir progresivamente al menos el 40% de producción nacional en su programación diaria, y las radios un mínimo del 50% de música producida, compuesta y/o ejecutada en Ecuador.
Traducción: tendremos nuevos burócratas con la altiva y nacionalista misión de vigilar que no falte una buena dosis de technofolclore-andino en las radios y ‘Mi Recinto’ en la tele. De lo contrario, papá Estado castigará a los medios desobedientes.
A mí me gustan ciertas canciones y programas locales. Pero es mi decisión escucharlas o verlos. No le corresponde al Estado y sus burócratas meterse en nuestras decisiones individuales.
La culpa es nuestra. Del paternalismo incurable de nuestra población. ¿Qué es lo primero que dice nuestro típico artista nacional cuando lo entrevistan? Se queja del poco apoyo que recibe del Estado. ¿Desde cuándo el Estado debe ser su mánager?
Cada uno trata de palanquearse privilegios. Apoyamos el libre mercado y el libre intercambio de bienes e ideas hasta que tocan nuestro sector. Ahí sí gritamos “¡que el Estado me proteja!” El zapatero local quiere libertad para comprar. Eso sí, ¡que le claven un buen arancel a los zapatos chinos! La aerolínea local quiere libertad en los negocios. Eso sí, ¡que impidan que entren aerolíneas extranjeras a competir! Y ahora muchos artistas, que seguro prefieren comprar sus guitarras, discos y ropa libremente, sin restricciones ni aranceles, piden que se “proteja” al artista nacional con la imposición de estas ridículas cuotas.
Según este Diario, la Sociedad de Autores y Compositores Ecuatorianos impulsó este proyecto. Su presidente dijo que esto responde a lo “golpeado que está el sector” entre otras cosas por “la falta de nacionalismo”.
¿Falta de nacionalismo? ¿Acaso demostramos más nacionalismo porque bailamos al ritmo de Fausto Miño o nos emborrachamos escuchando pasillos? ¿Tienen algo que ver nuestros gustos musicales con el amor por el país? Y si vamos más allá: ¿acaso le corresponde al Estado controlar cuánto queremos a nuestro país? ¡Somos libres! ¿No entienden eso? Esa palabrita, nacionalismo, siempre aparece para justificar ataques a la libertad.
¿Quiere el Gobierno apoyar a los artistas ecuatorianos? Adelante. Ofrezca incentivos, no cuotas o castigos. Pero que no limiten nuestra libertad. Que no desperdicien nuestra plata en burócratas censores decidiendo por nosotros lo que es bueno.
Los gremios de artistas deberían demostrar que son abiertos y cosmopolitas, como todo buen artista, oponiéndose a este proyecto de ley. ¿Acaso ellos no crecieron artísticamente escuchando y viendo libremente a artistas y programas extranjeros? ¿Qué derecho tienen para imponernos sus creaciones locales por encima de lo venido de otros lugares?
Estas cuotas dizque nacionalistas no apoyan el arte ecuatoriano. Vuelven cómodo al artista al saber que los medios están obligados a contratarlo. Y le restan valor a las creaciones locales al convertirlas en una imposición.
Aquí, como en todo lo demás, es el talento y esfuerzo personal lo que hará triunfar a nuestros músicos, actores, directores, artistas. Aquí, como siempre, la libertad es la mejor opción.
jueves, diciembre 03, 2009
Cambio de chip
Entre tanto ruido político que vivimos, viene bien volver a las ideas. A los conceptos desde los cuales creemos que se puede cambiar nuestra sociedad. Este viernes, en la “Universidad de la Libertad”, organizada por la Fundación Ecuador Libre, pudimos pensar sobre ideas que aquí cada día se escuchan menos. Ideas opuestas al absurdo socialismo que pretenden imponernos. Ideas de libertad.
Desde que asumió al poder, Rafael Correa ha monopolizado el discurso político e ideológico del país. Su constante y agobiante presencia en los medios de comunicación le ha permitido contagiar sus ideas repitiéndolas hasta el cansancio. Lo que dice Correa domina la agenda política. Las ideas de Correa se convierten en puntos de partida en toda discusión.
Y así, por ejemplo, Correa ha convencido al país que nuestros problemas son consecuencia de la “larga noche neoliberal” o el Consenso de Washington.
Pero el Consenso de Washington incluye diez políticas que no las cumplieron ninguno de los gobiernos anteriores: disciplina fiscal; reordenamiento de las prioridades del gasto público; reforma impositiva; liberalización de las tasas de interés; tasa de cambio competitiva; liberalización del comercio internacional; liberalización de la entrada de inversiones extranjeras directas; privatización; desregulación; derechos de propiedad. Nuestros gobiernos han tenido nada o poquísimo de liberales. Ni siquiera los que supuestamente eran de derecha practicaron, por ejemplo, disciplina fiscal o privatizaron las ineficientes empresas públicas.
Y es que, como lo analizaba Pablo Arosemena en su conferencia, incluso los partidos que en teoría son de derecha en este país, actúan y piensan en gran medida como de izquierda. Todos los partidos en el Ecuador dan prioridad a soluciones desde el Estado. Ninguno piensa en soluciones desde el mercado y en limitar la excesiva presencia del Estado.
Todos los políticos hablan de mejorar la seguridad social. Pocos o ninguno hablan de abrirla a la competencia con sistemas privados. Todos hablan de mejorar las escuelas. Pocos o ninguno hablan de permitir a las familias –a través de un bono educativo– escoger dónde matriculan a sus hijos, y de esta forma poner a competir a escuelas públicas, municipales, sin fines de lucro y privadas. Todos piden que el Estados construya, maneje, controle, administre. Pocos o ningún político piden que el Estado se haga a un lado y simplemente nos permita a los individuos construir, manejar, administrar en un ambiente de libertad y reglas claras.
El debate político se enfoca en el manejo desde el Estado y excluye al mercado. Las sociedades más abiertas, en las que el mercado funciona con mayor libertad, son las más desarrolladas. Pero este Gobierno insiste en un socialismo probadamente fracasado, con un Estado ocupando todos los ámbitos y cerrando espacios al libre mercado. Y el debate nacional se pierde entre matices de recetas estatistas.
Lástima que Correa en sus épocas universitarias no haya escuchado otras ideas. O si las escuchó, no puso atención. Hoy, las ideas de Correa ganan demasiado espacio en este país. Y todos pagamos las consecuencias. Debemos evitar que las nuevas generaciones se contagien. Estamos a tiempo de cambiarles y cambiarnos de la cabeza el chip del socialismo fracasado que este Gobierno ha instalado, por el chip del emprendimiento, el mercado, las oportunidades. El chip de la libertad. De lo contrario, seguiremos comprando cuentos rojos.
Desde que asumió al poder, Rafael Correa ha monopolizado el discurso político e ideológico del país. Su constante y agobiante presencia en los medios de comunicación le ha permitido contagiar sus ideas repitiéndolas hasta el cansancio. Lo que dice Correa domina la agenda política. Las ideas de Correa se convierten en puntos de partida en toda discusión.
Y así, por ejemplo, Correa ha convencido al país que nuestros problemas son consecuencia de la “larga noche neoliberal” o el Consenso de Washington.
Pero el Consenso de Washington incluye diez políticas que no las cumplieron ninguno de los gobiernos anteriores: disciplina fiscal; reordenamiento de las prioridades del gasto público; reforma impositiva; liberalización de las tasas de interés; tasa de cambio competitiva; liberalización del comercio internacional; liberalización de la entrada de inversiones extranjeras directas; privatización; desregulación; derechos de propiedad. Nuestros gobiernos han tenido nada o poquísimo de liberales. Ni siquiera los que supuestamente eran de derecha practicaron, por ejemplo, disciplina fiscal o privatizaron las ineficientes empresas públicas.
Y es que, como lo analizaba Pablo Arosemena en su conferencia, incluso los partidos que en teoría son de derecha en este país, actúan y piensan en gran medida como de izquierda. Todos los partidos en el Ecuador dan prioridad a soluciones desde el Estado. Ninguno piensa en soluciones desde el mercado y en limitar la excesiva presencia del Estado.
Todos los políticos hablan de mejorar la seguridad social. Pocos o ninguno hablan de abrirla a la competencia con sistemas privados. Todos hablan de mejorar las escuelas. Pocos o ninguno hablan de permitir a las familias –a través de un bono educativo– escoger dónde matriculan a sus hijos, y de esta forma poner a competir a escuelas públicas, municipales, sin fines de lucro y privadas. Todos piden que el Estados construya, maneje, controle, administre. Pocos o ningún político piden que el Estado se haga a un lado y simplemente nos permita a los individuos construir, manejar, administrar en un ambiente de libertad y reglas claras.
El debate político se enfoca en el manejo desde el Estado y excluye al mercado. Las sociedades más abiertas, en las que el mercado funciona con mayor libertad, son las más desarrolladas. Pero este Gobierno insiste en un socialismo probadamente fracasado, con un Estado ocupando todos los ámbitos y cerrando espacios al libre mercado. Y el debate nacional se pierde entre matices de recetas estatistas.
Lástima que Correa en sus épocas universitarias no haya escuchado otras ideas. O si las escuchó, no puso atención. Hoy, las ideas de Correa ganan demasiado espacio en este país. Y todos pagamos las consecuencias. Debemos evitar que las nuevas generaciones se contagien. Estamos a tiempo de cambiarles y cambiarnos de la cabeza el chip del socialismo fracasado que este Gobierno ha instalado, por el chip del emprendimiento, el mercado, las oportunidades. El chip de la libertad. De lo contrario, seguiremos comprando cuentos rojos.
miércoles, diciembre 02, 2009
Revista la U. - Diciembre 2009
Ya está circulando la U. de diciembre en tu universidad!!!
Para pautar en revista la U. escribe a revistalau@yahoo.com. Envíanos tus artículos, fotos, ideas o comentarios a revistalau@yahoo.com.
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