viernes, octubre 23, 2009

Domingo libre

Hace un año apareció en varios buses de Londres esa exitosa campaña con eslóganes que invitaban a liberarse de las cadenas del más allá. Una de ellas decía: “There’s probably no God. Now stop worrying and enjoy your life” (Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta de la vida). La campaña, que luego se extendió a Estados Unidos, España, Italia y Australia, nació como una reacción a una campaña religiosa que bombardeaba los espacios publicitarios de buses de la ciudad.

De todas las frases de la campaña, la que me pareció más original y sobre todo práctica, decía “Atheism: sleep in on Sunday mornings” (Ateísmo: dormir las mañanas de los domingos). La frase me trasladó varios años atrás a mis temporadas en Salinas. Ahí estamos en el mar, felices en las olas con nuestros Morey Boogies, o haciendo guerras de bombas de arena, o enterrándonos hasta el cuello, hasta que nos llegaba el temido grito: “¡a vestirse para ir a misa!” Y con la piel todavía ardiendo de sol, tocaba bañarse apurado, hacerse un peinado lamido de raya a un lado, para irnos a la misa donde un cura de pueblo intentaba evangelizar a gente de la ciudad. Disfrutar el domingo sin interrupciones, como dice la frasecita en el bus, es un privilegio que tardaría en llegar.

Pero hay algo aun más poderoso que la religión, que atrapa con mayor intensidad la vida de sus fieles y fanáticos, interfiriendo con la libertad del domingo y llegando a nublar la razón. El fútbol.

La vida del fanático futbolístico gira alrededor del fútbol, a veces con más fuerza que la del fanático religioso alrededor de su religión. El fútbol lo gobierna. El domingo de fútbol (y a veces de misa, cuando el equipo necesita un empujoncito adicional) no hay tiempo para nada más. Solo fútbol. Y si hay partidos durante la semana, el resto de actividades deberá acomodarse al calendario deportivo.

El fanático futbolístico va mucho más allá del domingo. Su entrega es total. El religioso tiene sus misas, oraciones y grupos; pero eso es poco comparado al tiempo, cabeza y recursos que dedica a lo suyo el verdadero enfermo del fútbol. Empieza inocentemente como hincha de un equipo local. Se compra la camiseta del equipo, va al estadio los domingos, lee los comentarios en los diarios del lunes. Pero antes de darse cuenta, se convierte en un adicto al fútbol a tiempo completo. La radio del carro está eternamente en AM, sintonizando los más folclóricos comentaristas deportivos, que suenan bastante parecido a los evangelizadores radiales. Su página de inicio en Internet lo pone al día de las últimas estadísticas deportivas. De aquí y el mundo entero. Porque el fanático no se limita a su equipo, termina siguiendo religiosamente los campeonatos de Inglaterra, España, Italia, Argentina, Francia y hasta Bolivia.

Al mismo tiempo, su fanatismo se transfiere casi imperceptiblemente hacia otros deportes. No le basta con memorizar alineaciones de equipos de fútbol. Se sabe también las estadísticas de básquet, futbol americano, béisbol, jockey, fórmula uno. Se pasa hipnotizado viendo ESPN y Fox Sports, su versión propia de “Pare de Sufrir”, donde alaba al dios redondo.

Los eslóganes en el bus londinense se adaptarían bastante bien para alertar sobre el control que el dios fútbol llega a tener sobre nuestras mentes, tanto o más que los otros dioses. “Probablemente tu equipo no es tan importante como crees. Deja de preocuparte y disfruta la vida” podría leerse atrás de un bus.

Pero imagino que esa campaña no sería tan exitosa. Los fanáticos no la aguantarían ni un domingo. Salvo que haya partido.


* Publicado en revista SoHo de Octubre/Noviembre.

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