De chico siempre la tuve clara. Nuestro enemigo era Perú. Esos peruanos desgraciados nos habían invadido, se nos habían llevado media Amazonía haciéndonos firmar a la fuerza un injusto tratado, y desde entonces ese mapa ecuatoriano que era así de grande, ahora era así de chiquito.
Me tomó unos cuantos años entender que en realidad los peruanos no eran nuestros enemigos. Que era perfectamente legítimo tener amigos de ese país. Que no debíamos denunciar a la policía si nos encontrábamos con uno en la calle.
Mahuad y Fujimori, dos presidentes que hemos preferido olvidar, lograron algo inolvidable: firmaron la paz y acabaron de una vez por todas con esa estúpida división entre dos países con pinta y acentos tan parecidos.
Pero ahora escucho a Hugo Chávez y a su pupilo Rafael Correa quejarse de Colombia y hablar de posibles guerras en Latinoamérica; de que Colombia los está provocando al aceptar que los gringos ocupen sus bases; y que están listos para dar respuestas militares contundentes contra su país vecino. Y me da pena pensar que seguramente los niños ecuatorianos de hoy crezcan convencidos que los colombianos son sus enemigos. Que el señor que vende esas almojábanas en la panadería colombiana de la esquina es en realidad un espía. O que la espectacular modelo colombiana mostrando el nuevo convertible en el centro comercial ha sido enviada por el malévolo imperio para vigilar cada uno de nuestros movimientos.
Mientras nuestros populistas escandalosos gobiernen Ecuador y Venezuela, y la guerra de colombianos y gringos contra las drogas se limite a atacar la oferta e ignorar la demanda; continuará esta absurda tensión entre países hermanos que comparten muchos más que fronteras y colores en sus banderas. Todas esas reuniones, discursos y cumbres presidenciales servirán poco o nada. Más bien lo contrario. Cada vez que uno de estos líderes escupe sus prejuicios a un micrófono eleva la tensión.
Por eso, propongo un plan muy sencillo para bajarle la fiebre belicista a Correa. Que en lugar de envenenarse la cabeza escuchando a Chávez, se ponga a leer SoHo.
Esta revista es un ejemplo palpable de que Ecuador y Colombia podemos complementarnos bastante bien. Estas páginas son la unión de esfuerzos y atributos a ambos lados de la frontera. Unas nalgas paisas en la portada se unen con algún reportaje guayaco, que da paso a una anécdota cachaca en minifalda, para terminar con las ironías de alguna pluma serrana. Aquí nadie invade ni se queja de invasión. Cada quien hace lo suyo en su espacio de papel, para terminar juntitos pero no revueltos. Y todos felices.
Sería bueno que le hagan llegar la revista a Correa todos los meses a Carondelet. En lugar de amargarse por las críticas que la prensa le hace, aprendería sobre cooperación binacional a calzón quitado. En lugar de llorar y lamentarse que los periodistas le hagan oposición, vería que aquí es bien recibida cualquier posición, incluso las de las modelos que no son modelos. Aprendería a no tomarse tan en serio. A reírse de sí mismo. Y al pensar en Colombia ya no se llenaría de rabia imaginando las miradas de Uribe y Santos, los diarios de Reyes, o los videos del Mono Jojoy, sino que en su cabeza desfilarían solo imágenes que le hagan decir jojojoy. Entenderá que hay mucho más en esta vida que andar quejándose o haciéndose el muy bravo.
Envíenle por favor la SoHo del mes a Carondelet. El país estará agradecido. Y los asesores de PAIS también.
* Publicado en revista SoHo de Septiembre/Octubre.
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