Según un estudio publicado en la revista Líderes, el Ecuador es un país de emprendedores. Lideramos, junto a algunos vecinos de América Latina, el ranking mundial en actividad emprendedora y desarrollo de negocios.
Emprendemos, en gran parte, porque necesitamos otra fuente de ingreso para redondear nuestro sueldo o porque no encontramos trabajo estable. De la necesidad nacen buenas ideas. Basta con darse una vueltita por las ferias de negocios en colegios o universidades. Los estudiantes están llenos de buenas propuestas de negocios.
Las empresas privadas ponen su parte apoyando el emprendimiento. Por ejemplo, Cervecería Nacional tiene su programa Siembra Futuro que promueve la creación de nuevas empresas, capacitando y financiando a varios emprendedores. El año pasado recibieron más de mil quinientas propuestas, entre las que escogieron las mejores 31, de varias provincias del país.
El mensaje es claro. Queremos trabajar, hacer negocios, emprender, crecer, ganar plata, generar empleo. Queremos la libertad, facilidades, y de ser posible, el apoyo para poner nuestro negocio.
El Gobierno ha dado un buen paso a través de la CFN y su crédito para emprendedores universitarios y recién graduados. Pero esta iniciativa se contradice con los mensajes y acciones antiempresa del Gobierno.
El emprendedor ecuatoriano enfrenta un clima adverso que lo lleva a considerar varias veces si debe lanzarse con su idea de negocio. Los mensajes que llegan del Presidente y su gobierno no ayudan. En lugar de hablar de la importancia de hacer empresa y generar trabajo, el Gobierno está más preocupado viendo cómo le saca más impuestos al empresario, como complicarle la contratación de empleados o castigarlo por cualquier falta laboral. En lugar de animarnos a ser los mejores para vencer a la competencia, nos dicen que no creen realmente en eso de la competencia. En otras palabras, que esperemos pasivamente que el papá Estado se encargue de todo para al final recibir migajas. Con esto, el Gobierno solo motiva que el recién graduado busque palanquearse un puestito público, antes que iniciar su propio negocio.
En la Venezuela, que Correa tanto imita, casi no hay industrias. Todo lo importan. El emprendimiento privado se vuelve secundario ante un Estado opresor. En la Cuba, que Correa idolatra, el deseo natural de emprender, superarse y ganar dinero hace tiempos que ha sido aplastado por la dictadura, que solo para este Gobierno es una forma de democracia.
Ecuador sigue siendo una tierra de emprendedores. ¿Podrá sobrevivir el emprendimiento a las amenazas de una radicalización del modelo socialista-chavista? ¿Quiere realmente el Gobierno que existan más emprendedores en este país? ¿O prefiere que todos dependamos directamente de los regalos y caridad del papá Estado?
Una cosa es clara: el modelo que nos quieren imponer va en dirección contraria al emprendimiento individual. No pueden hablarnos de apoyo a la empresa, mientras el Estado –el Gobierno– va ocupando todos los espacios, incluso el privado. No hay motivación para emprender en un ambiente que sataniza el deseo de ganar dinero y crecer.
Las boinas rojas; las camisas bordadas; los gritos de socialismo o muerte y hasta la victoria siempre; simplemente no combinan con el emprendimiento individual.
Ecuador, país de emprendedores. ¿Cuánto tiempo más podremos decirlo?
jueves, agosto 27, 2009
miércoles, agosto 26, 2009
Vereda y encierro
De Pamplona, más que los toros, la farra y el trago, recuerdo siempre al peor de los borrachos que he visto en mi vida.
Eran las 12 del día. El sol de verano español pegaba con fuerza. Y ahí estaba el tipo. Un colorado, seguramente inglés o gringo. Dormía boca abajo, sin camisa, en media calle a la luz del día. Sus piernas regadas en el asfalto y el resto de su cuerpo abrazando la vereda. Su espalda estaba roja, rostizada por el sol que toda la mañana lo había golpeado. Y de su boca y cachete, aplastados contra la acera, salía un charquito de vómito. Si no fuera por sus ronquidos, le hubiera dado un golpecito para ver si estaba vivo.
La imagen de Pamplona, los San Fermines, y ese borracho de la vereda, me regresaron hace poco cuando leía sobre Daniel Jimeno, un español de 27 años, que recibió una cornada de uno de los toros durante el cuarto encierro. La cornada fue en el cuello. Murió al poco tiempo.
Cuando estuve ahí hace algunos años tuve, por un par de minutos, la intención de correr con los toros. A las ocho de la mañana, con los ojos desorbitados después de toda una noche de farra cantando hasta la ronquera, y con la boca seca y azucarada de tomar litros de Calimocho, esa mortal mezcla de vino tinto barato y Coca Cola, caminaba por media calle por donde en pocos minutos pasarían los toros. Lo pensé. Lo consideré. Ya me había memorizado todas las recomendaciones que te dan, sobre todo la principal: si te caes no te levantes, quédate en el piso protegiéndote la cabeza con tus manos, así el toro como mucho te pisará; en cambio si te levantas justo cuando el toro va a pasar, la historia puede ser distinta.
Al final más pudo mi sentido de supervivencia y mis ganas de vivir un día más para contarlo. Y antes de que viniera la avalancha de locos y toros, me subí la barrera de madera que recorre la calle desde donde vi pasar la acción, apretado por el gentío, pero tranquilo. La fiesta en Pamplona era demasiado buena como para morir en ella.
Pero a Pamplona nunca le faltarán corredores. Esos que se la juegan por la emoción del momento. Que disfrutan la adrenalina pura y buscan una buena historia que contar.
Identifiqué a dos especímenes en particular. Por un lado están los profesionales y locales. Se despiertan temprano y renovados. Van limpios, con su ropa blanca resplandeciente, su pañuelo rojo bien amarrado al cuello, y todas las energías del mundo. Calientan, hacen estiramientos, pegan brincos, esperando su turno para correr. Por otro lado, los turistas amateurs. Han chupado toda la noche y a las siete de la mañana siguen borrachos. Su camiseta y pantalón, que alguna vez fueron blancos, están totalmente morados de vino tinto. No tienen idea de lo que van a hacer. Solo saben que deben correr. Y si la suerte los acompaña seguir chupando hasta que de el cuerpo.
Daniel Jimeno no era de los amateurs. Había corrido varias veces. Sabía cómo era la cosa. Pero le tocó su turno.
Veo el video que muestra paso a paso y en cámara lenta cómo el toro lo cornea. Sangre. Agonía. Muerte. Y solo puedo pensar en el colorado borracho en la vereda con quien me crucé hace algunos años. Imagino su terrible chuchaqui al despertar. El dolor de su cuerpo. Su espalda ardiendo. Y su sonrisa aliviada e irónica, al verse vivo en media Pamplona, pensando que si no hubiera estado tan muerto, tal vez sí hubiese tenido las fuerzas suficientes para animarse a correr y morir de verdad esa mañana soleada en el encierro.
* Publicado en revista SoHo de Agosto.
Eran las 12 del día. El sol de verano español pegaba con fuerza. Y ahí estaba el tipo. Un colorado, seguramente inglés o gringo. Dormía boca abajo, sin camisa, en media calle a la luz del día. Sus piernas regadas en el asfalto y el resto de su cuerpo abrazando la vereda. Su espalda estaba roja, rostizada por el sol que toda la mañana lo había golpeado. Y de su boca y cachete, aplastados contra la acera, salía un charquito de vómito. Si no fuera por sus ronquidos, le hubiera dado un golpecito para ver si estaba vivo.
La imagen de Pamplona, los San Fermines, y ese borracho de la vereda, me regresaron hace poco cuando leía sobre Daniel Jimeno, un español de 27 años, que recibió una cornada de uno de los toros durante el cuarto encierro. La cornada fue en el cuello. Murió al poco tiempo.
Cuando estuve ahí hace algunos años tuve, por un par de minutos, la intención de correr con los toros. A las ocho de la mañana, con los ojos desorbitados después de toda una noche de farra cantando hasta la ronquera, y con la boca seca y azucarada de tomar litros de Calimocho, esa mortal mezcla de vino tinto barato y Coca Cola, caminaba por media calle por donde en pocos minutos pasarían los toros. Lo pensé. Lo consideré. Ya me había memorizado todas las recomendaciones que te dan, sobre todo la principal: si te caes no te levantes, quédate en el piso protegiéndote la cabeza con tus manos, así el toro como mucho te pisará; en cambio si te levantas justo cuando el toro va a pasar, la historia puede ser distinta.
Al final más pudo mi sentido de supervivencia y mis ganas de vivir un día más para contarlo. Y antes de que viniera la avalancha de locos y toros, me subí la barrera de madera que recorre la calle desde donde vi pasar la acción, apretado por el gentío, pero tranquilo. La fiesta en Pamplona era demasiado buena como para morir en ella.
Pero a Pamplona nunca le faltarán corredores. Esos que se la juegan por la emoción del momento. Que disfrutan la adrenalina pura y buscan una buena historia que contar.
Identifiqué a dos especímenes en particular. Por un lado están los profesionales y locales. Se despiertan temprano y renovados. Van limpios, con su ropa blanca resplandeciente, su pañuelo rojo bien amarrado al cuello, y todas las energías del mundo. Calientan, hacen estiramientos, pegan brincos, esperando su turno para correr. Por otro lado, los turistas amateurs. Han chupado toda la noche y a las siete de la mañana siguen borrachos. Su camiseta y pantalón, que alguna vez fueron blancos, están totalmente morados de vino tinto. No tienen idea de lo que van a hacer. Solo saben que deben correr. Y si la suerte los acompaña seguir chupando hasta que de el cuerpo.
Daniel Jimeno no era de los amateurs. Había corrido varias veces. Sabía cómo era la cosa. Pero le tocó su turno.
Veo el video que muestra paso a paso y en cámara lenta cómo el toro lo cornea. Sangre. Agonía. Muerte. Y solo puedo pensar en el colorado borracho en la vereda con quien me crucé hace algunos años. Imagino su terrible chuchaqui al despertar. El dolor de su cuerpo. Su espalda ardiendo. Y su sonrisa aliviada e irónica, al verse vivo en media Pamplona, pensando que si no hubiera estado tan muerto, tal vez sí hubiese tenido las fuerzas suficientes para animarse a correr y morir de verdad esa mañana soleada en el encierro.
* Publicado en revista SoHo de Agosto.
jueves, agosto 20, 2009
Ruido en el Atahualpa
En la Cumbre de las Américas, un periodista preguntó a Rafael Correa: “¿por qué no se le exige al gobierno de Cuba que libere a los más de 200 presos de conciencia que tiene en sus cárceles, que haga elecciones democráticas y no pase el poder de un hermano a otro como si fuese una monarquía, que haga valer la prensa libre…?”.
Correa esquivó la pregunta y terminó diciendo que hay “una incomprensión de lo que pasa en Cuba, donde se cree que como no existen las elecciones generales… no existe democracia… no se logra entender… que puede haber formas alternativas de democracia”.
Ahora vemos a Correa en su espectáculo para celebrar su “posesión popular” en el estadio Atahualpa. Hemos visto penaltis injustos y tristes derrotas en ese estadio, pero nada tan vergonzoso como este show. Ahí estaban Correa, Chávez, Zelaya y Castro tomados de la mano, coreando a todo pulmón “Alerta que camina la espada de Bolívar por América Latina”. Y Hugo que recita un verso. Y Raúl, que como su hermano, no para de hablar. Y Lenin que nos quita cualquier posibilidad de sonreír, diciendo que “esta revolución… es para 100 años o más”.
Pero Correa se robó el show con su primicia: “… el gran desafío… es crear en cada casa un comité revolucionario, en cada barrio un comité de defensa del Gobierno nacional y de la revolución ciudadana para estar preparados frente a aquellos que quieren desestabilizarnos… esta revolución es irreversible”.
Raúl escuchaba atento, pensando quizás que su hermano estaría orgullosísimo de este nuevo pupilo. Viendo que su franquicia comunista castrista –que la historia, la razón y la inteligencia habían sepultado– sigue vivita. Su revolución cubana ya no se limita al Che estampado en camisetas y afiches. Cincuenta años después renace con fuerza en nuevas figuras empeñadas en caminar para atrás.
En Ecuador, como sucedió en Cuba y Venezuela, se van perdiendo las líneas que dividen Estado, Gobierno, y partido. El Gobierno es el Estado. El partido es el Gobierno. El partido es el Estado. ¿Quién pagará y organizará estos “comités revolucionarios” que defenderán al Presidente, a su movimiento, a su revolución? ¿El partido? ¿El Gobierno? ¿El Estado? ¿Todos agrupados en la plata del último, o sea de todos los ecuatorianos?
Nos repetimos, nos mentimos, nos tratamos de autoconvencer que Correa no es tan radical. Que aquí sí se respetará la libertad individual, la propiedad, nuestros derechos. Pero, ¿existen demostraciones más radicales que defender abiertamente a la dictadura cubana como “una forma de democracia”, o armar este show de caducos gritos revolucionarios junto a los líderes más autoritarios de la región? ¿Podemos esperar todavía que el gobierno de Correa vaya en una dirección distinta, más democrática y pragmática, y menos radical que el de Chávez que tanto imita?
Mientras tanto, vemos aletargados cómo Lucio Gutiérrez, quien ya desgobernó al país, se convierte en la única voz de oposición. Escuchamos pasivos a Correa anunciar la radicalización de su gobierno, esperando que ojalá no nos afecte. Que esos discursos no salgan del Atahualpa y no interfieran con nuestro trabajo, nuestra familia, nuestra libertad. Nos decimos que pronto aparecerá un nuevo líder de oposición. Mientras esos nuevos líderes esperan lo mismo. Sentados. Pasivos.
jueves, agosto 13, 2009
Desconectado
Este feriado lo pasé felizmente desconectado. No leí periódicos. No vi las noticias. Disfruté mi 10 de agosto recorriendo paisajes serranos, sin escuchar discursos de Rafael Correa.
Cuando iniciaba el descenso a la Costa por una carretera en gran parte empedrada y polvorienta –¿qué pasó con todas esas emergencias viales?– intenté romper mi aislamiento noticioso. Encendí la radio del carro y apareció la voz de Correa en su discurso de posesión. Pero todos, incluyendo mi hija de dos años, protestaron ante la intromisión de esa voz. Ante el clamor popular se calló Correa y la música nos acompañó el camino.
Me salvé entonces de escuchar perlas de Correa, como cuando dijo que la competencia es un principio bastante cuestionado y un verdadero absurdo entre países. Me lo perdí haciendo un llamado a los otros presidentes a no “volver a caer en la trampa de competir entre nosotros para atraer inversiones o vender más a los mercados del Primer Mundo, precarizando nuestra fuerza laboral… Tanto entre nuestros países como en el interior de los mismos, en lugar de tanta competencia, debemos dar más espacio a la acción colectiva”.
¿Ingenuidad, socialismo crónico, o deseos de quedar bien con Chávez y Castro? ¿Todo lo anterior?
Lo cierto es que esta visión en la que en lugar de la competencia que lleva al desarrollo de países, empresas e individuos, se pretende una utópica cooperación, dice mucho del poco progreso que podemos esperar con este Gobierno. Veremos sentaditos a otros competir y progresar, mientras nuestros revolucionarios nos meten el cuento de que están organizando esta “acción colectiva”.
Por andar disfrutando la música y el cambio del paisaje serrano al costeño, también me perdí los ataques del Presidente a la prensa. Aunque todos los sábados lo hace, esta vez era especial: estaban todos muy elegantes, y lo escuchaba su maestro Chávez y hasta el Príncipe de España.
No escuché a Correa decir que “debemos perder el miedo, y a nivel de países, plantearnos formas de controlar los excesos de la prensa –¿verdad ministra de Información de Venezuela?–; tenemos que tomar cartas en el asunto. Somos nosotros los que ganamos las elecciones, no los gerentes de esos negocios lucrativos que se llaman medios de comunicación”.
Más claro no pudo ser Correa al dirigirse espontáneamente a la funcionaria venezolana. Ese “tenemos que tomar cartas en el asunto” es un anuncio de su estrategia chavista: callar a los medios y limitar la libertad de expresión, como lo hizo su mentor, con la excusa de que su lucha es contra determinados poderes económicos.
Se sintió bien desconectarme estos días tan politizados. Quisiera hacerlo más seguido, pero con este Gobierno no se puede. Se mete en nuestras vidas. Se encarga de que lo notemos día a día. Que no lo olvidemos ni un momento. Y si el buen Gobierno es aquel que menos se siente, ya nos damos una idea del que aquí tenemos.
“Esta es una revolución alegre, que la hacemos día a día cantando”, dijo Correa. Mi mayor alegría, al menos por ese fin de semana, fue no escucharlo, alejarme de tanta demagogia y palabrería, e imaginar que vivo en un país donde el Gobierno no está hasta en la sopa ni pretende controlar nuestras vidas.
Cuando iniciaba el descenso a la Costa por una carretera en gran parte empedrada y polvorienta –¿qué pasó con todas esas emergencias viales?– intenté romper mi aislamiento noticioso. Encendí la radio del carro y apareció la voz de Correa en su discurso de posesión. Pero todos, incluyendo mi hija de dos años, protestaron ante la intromisión de esa voz. Ante el clamor popular se calló Correa y la música nos acompañó el camino.
Me salvé entonces de escuchar perlas de Correa, como cuando dijo que la competencia es un principio bastante cuestionado y un verdadero absurdo entre países. Me lo perdí haciendo un llamado a los otros presidentes a no “volver a caer en la trampa de competir entre nosotros para atraer inversiones o vender más a los mercados del Primer Mundo, precarizando nuestra fuerza laboral… Tanto entre nuestros países como en el interior de los mismos, en lugar de tanta competencia, debemos dar más espacio a la acción colectiva”.
¿Ingenuidad, socialismo crónico, o deseos de quedar bien con Chávez y Castro? ¿Todo lo anterior?
Lo cierto es que esta visión en la que en lugar de la competencia que lleva al desarrollo de países, empresas e individuos, se pretende una utópica cooperación, dice mucho del poco progreso que podemos esperar con este Gobierno. Veremos sentaditos a otros competir y progresar, mientras nuestros revolucionarios nos meten el cuento de que están organizando esta “acción colectiva”.
Por andar disfrutando la música y el cambio del paisaje serrano al costeño, también me perdí los ataques del Presidente a la prensa. Aunque todos los sábados lo hace, esta vez era especial: estaban todos muy elegantes, y lo escuchaba su maestro Chávez y hasta el Príncipe de España.
No escuché a Correa decir que “debemos perder el miedo, y a nivel de países, plantearnos formas de controlar los excesos de la prensa –¿verdad ministra de Información de Venezuela?–; tenemos que tomar cartas en el asunto. Somos nosotros los que ganamos las elecciones, no los gerentes de esos negocios lucrativos que se llaman medios de comunicación”.
Más claro no pudo ser Correa al dirigirse espontáneamente a la funcionaria venezolana. Ese “tenemos que tomar cartas en el asunto” es un anuncio de su estrategia chavista: callar a los medios y limitar la libertad de expresión, como lo hizo su mentor, con la excusa de que su lucha es contra determinados poderes económicos.
Se sintió bien desconectarme estos días tan politizados. Quisiera hacerlo más seguido, pero con este Gobierno no se puede. Se mete en nuestras vidas. Se encarga de que lo notemos día a día. Que no lo olvidemos ni un momento. Y si el buen Gobierno es aquel que menos se siente, ya nos damos una idea del que aquí tenemos.
“Esta es una revolución alegre, que la hacemos día a día cantando”, dijo Correa. Mi mayor alegría, al menos por ese fin de semana, fue no escucharlo, alejarme de tanta demagogia y palabrería, e imaginar que vivo en un país donde el Gobierno no está hasta en la sopa ni pretende controlar nuestras vidas.
jueves, agosto 06, 2009
Mala fama
En el pasado ya hemos sentido vergüenza. Nos pasaba con Abdalá. Sus bailes, sus exabruptos, su folclore lo volvieron famoso en la región. Al menos, la vergüenza duró poco y no hizo tanto daño.
Ahora, la mala imagen internacional de este Gobierno no solo nos avergüenza. Nos empieza a afectar. A los insultos, burlas y ese estilo tan poco presidenciable de nuestro eterno candidato, se suma el desprestigio del Gobierno ante la comunidad internacional por las acusaciones de su cercanía con las FARC.
Al Gobierno mediático por excelencia, maestro en el arte de seducir a las masas nacionales, le falló la estrategia de comunicación internacional.
Casa adentro, Correa y su equipo convencen a una buena parte de la población. Sus infinitos enlaces de los sábados, sus cadenas interrumpiendo noticiarios, y su publicidad bien coordinada y empaquetada han logrado sus objetivos. Pero fuera de nuestras fronteras el gobierno de Correa se desprestigia día a día. Nos desprestigia como ecuatorianos.
El Washington Times publicó un editorial durísimo contra el Ecuador. Pide terminar el acuerdo de preferencias arancelarias con nuestro país. El artículo concluye: “Un gobierno que trata de destruir una prensa libre mientras toma control de negocios extranjeros y da refugio a terroristas es un gobierno sin credibilidad. Ecuador no merece ni preferencias arancelarias ni respeto, solo sospechas”.
El diario El País de España publicó también un reportaje que hace más evidentes los vínculos del Gobierno ecuatoriano con las FARC. Para muchos españoles y ciudadanos del mundo que no sabían gran cosa sobre el tema, esta información moldeará su imagen de nuestro país. Somos, para muchos alrededor del mundo, el país del Gobierno amigo de terroristas de quienes recibió 400 mil dólares.
Más allá de que estos y otros reportajes extranjeros estén o no en lo correcto, la pésima imagen de este Gobierno ante el mundo es un hecho. Aunque Correa y su gente culpen supuestas conspiraciones internacionales, son ellos solitos quienes se han embarrado con sus acciones y actitudes.
Las acusaciones contra este Gobierno a nivel internacional no son solo cuestión de imagen. No se limitan al ridículo público al que gobiernos pasados ya nos han acostumbrado. La mala reputación afectará nuestra industria, nuestros empleos, nuestros bolsillos, si esta conduce a situaciones como la no renovación del Atpdea.
El Gobierno no solucionará sus problemas de imagen a nivel internacional con sus métodos nacionales. No le servirá llevar gabinetes itinerantes por Madrid, Washington, París; ni inundar los programas de CNN con cadenas; ni logrará que el mundo escuche los monólogos sabatinos.
Si al Gobierno le importa su mala fama ante el mundo y las implicaciones que esta tiene para los ecuatorianos, deberá acabar con sus excusas y supuestas conspiraciones, y decirnos la verdad. Con todas sus consecuencias. Ahí se demostraría que estamos ante estadistas y no politiqueros. Y deberá cortar el cordón umbilical con la dictadura chavista, abandonar de una vez por todas sus posturas extremistas, y caminar más cerca a democracias afines de la región, como Chile y Brasil.
Tal vez ahí recuperemos la confianza internacional y la posibilidad de un mejor panorama nacional. Para acabar con la mala fama y la vergüenza. Para sentirnos orgullosos.
Ahora, la mala imagen internacional de este Gobierno no solo nos avergüenza. Nos empieza a afectar. A los insultos, burlas y ese estilo tan poco presidenciable de nuestro eterno candidato, se suma el desprestigio del Gobierno ante la comunidad internacional por las acusaciones de su cercanía con las FARC.
Al Gobierno mediático por excelencia, maestro en el arte de seducir a las masas nacionales, le falló la estrategia de comunicación internacional.
Casa adentro, Correa y su equipo convencen a una buena parte de la población. Sus infinitos enlaces de los sábados, sus cadenas interrumpiendo noticiarios, y su publicidad bien coordinada y empaquetada han logrado sus objetivos. Pero fuera de nuestras fronteras el gobierno de Correa se desprestigia día a día. Nos desprestigia como ecuatorianos.
El Washington Times publicó un editorial durísimo contra el Ecuador. Pide terminar el acuerdo de preferencias arancelarias con nuestro país. El artículo concluye: “Un gobierno que trata de destruir una prensa libre mientras toma control de negocios extranjeros y da refugio a terroristas es un gobierno sin credibilidad. Ecuador no merece ni preferencias arancelarias ni respeto, solo sospechas”.
El diario El País de España publicó también un reportaje que hace más evidentes los vínculos del Gobierno ecuatoriano con las FARC. Para muchos españoles y ciudadanos del mundo que no sabían gran cosa sobre el tema, esta información moldeará su imagen de nuestro país. Somos, para muchos alrededor del mundo, el país del Gobierno amigo de terroristas de quienes recibió 400 mil dólares.
Más allá de que estos y otros reportajes extranjeros estén o no en lo correcto, la pésima imagen de este Gobierno ante el mundo es un hecho. Aunque Correa y su gente culpen supuestas conspiraciones internacionales, son ellos solitos quienes se han embarrado con sus acciones y actitudes.
Las acusaciones contra este Gobierno a nivel internacional no son solo cuestión de imagen. No se limitan al ridículo público al que gobiernos pasados ya nos han acostumbrado. La mala reputación afectará nuestra industria, nuestros empleos, nuestros bolsillos, si esta conduce a situaciones como la no renovación del Atpdea.
El Gobierno no solucionará sus problemas de imagen a nivel internacional con sus métodos nacionales. No le servirá llevar gabinetes itinerantes por Madrid, Washington, París; ni inundar los programas de CNN con cadenas; ni logrará que el mundo escuche los monólogos sabatinos.
Si al Gobierno le importa su mala fama ante el mundo y las implicaciones que esta tiene para los ecuatorianos, deberá acabar con sus excusas y supuestas conspiraciones, y decirnos la verdad. Con todas sus consecuencias. Ahí se demostraría que estamos ante estadistas y no politiqueros. Y deberá cortar el cordón umbilical con la dictadura chavista, abandonar de una vez por todas sus posturas extremistas, y caminar más cerca a democracias afines de la región, como Chile y Brasil.
Tal vez ahí recuperemos la confianza internacional y la posibilidad de un mejor panorama nacional. Para acabar con la mala fama y la vergüenza. Para sentirnos orgullosos.
miércoles, agosto 05, 2009
Revista la U. - Agosto 2009
Ya está circulando la U. de agosto en tu universidad!!!
Para pautar en revista la U. escribe a revistalau@yahoo.com. Envíanos tus artículos, fotos, ideas o comentarios a revistalau@yahoo.com.
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