No me pregunten por quién voté este domingo porque no tengo idea. Marqué una raya mientras leía por primera vez en mi vida unos nombres y apellidos que no pude reconocer. Así es la vida en estos tiempos dizque revolucionarios. Toca votar hasta el cansancio.
La otra mañana escuchaba a un comentarista en la radio alegrarse porque finalmente no tendremos elecciones en cuatro años. Porque ahora sí el Presidente podrá gobernar y tomar las acciones correctas, incluso las que no sean necesariamente las más populares. Sin elecciones por delante, reflexionaba el periodista, Correa ya no tiene que preocuparse de buscar votos o ganar popularidad.
Yo no estaría tan seguro. No me extrañaría que en un par de años tengamos que ir nuevamente a votar. A medida que el Gobierno avanza en su estilo autoritario, más compañeritos y seguidores irán desertando de las filas de su partido. Ya no aguantarán ser parte de un movimiento personalista que olvidó los ideales que compartían, prefiriendo acumular poder y atropellar libertades.
Alberto Acosta fue de los primeros. El ex aliado número uno de este Gobierno hoy lo critica fuertemente. Con referencia al caso Teleamazonas dijo: “…yo creo que es aberrante el hecho de que nos aferremos a una ley, creada en la dictadura… para empezar un proceso contra cualquier medio de comunicación... es un acto que no se ajusta a la ley ni a la razón, ni al sentido común”.
María Paula Romo, una de las caras más visibles del bloque del Gobierno, también ha criticado las acciones del Conartel, o sea de Correa, contra la libertad de prensa. Imagino que la asambleísta vive el dilema de permanecer o no como parte de un Gobierno cada día menos democrático. No me extrañaría verla también desertar del bloque oficialista en la nueva Asamblea.
Y así, como ellos, seguramente veremos a más partidarios de Alianza PAIS que dejarán de identificarse con este Gobierno autoritario que no cumple el cambio esperado. Podría llegar el momento en que el Presidente no tenga a la Asamblea de su lado. Y sus aliados de hoy bloqueen sus propuestas de mañana.
Y ahí es cuando, con la excusa de tener una Asamblea opositora –le dirá corrupta, mediocre y todo lo demás–, y ante la necesidad de elevar su popularidad con una buena dosis de campaña electoral, el Presidente recurriría a ese artículo de su Constitución que le permite “…disolver la Asamblea Nacional… si de forma reiterada e injustificada obstruye la ejecución del Plan Nacional de Desarrollo...”. Y que indica que inmediatamente “…el Consejo Nacional Electoral convocará para una misma fecha a elecciones legislativas y presidenciales para el resto de los respectivos períodos”.
Y volverían las cadenas, los bailes, los mítines, las canciones, las caravanas, los discursos, y el uso de recursos del Estado para otra campaña presidencial. Y Correa elevaría nuevamente su popularidad producida en televisión. Y nuevamente iríamos a votar.
Quién sabe. Tal vez nada de esto suceda. Tal vez esta vez, en serio, no tendremos más campañas y elecciones por cuatro años. Ojalá. Pero por alguna razón, mientras votaba este domingo por unos cuantos desconocidos y hacía plastificar otro certificado de votación –¿cuántos llevamos?–, tuve el presentimiento de que no pasará mucho tiempo hasta que regresemos a marcar una nueva papeleta.
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