El momento te golpea de repente. Sin que estés preparado. Estás muy tranquilo cuando ella se acerca. Joven, alegre, delgada, curvas perfectas, pelo largo. Tiene unos veinte años. Te sonríe. Sí, es más joven que tú, aunque no tanto. Te va a decir algo. Y al abrir su boca, rompe toda la magia del encuentro. Ella te trata de “Usted”.
Usted. Esa palabrita crea en un instante un enorme abismo generacional. Ella está diciendo sin decirlo: yo soy joven y tú eres en viejo. Ella te ve más cercana a la edad de su papá. Para ella, da igual que estés en tus treintas, tus cuarentas. Eres un viejo. Con cada “Usted” que ella te lanza sientes como tus canas se hacen más blancas. Tus entradas se agigantan en tu frente. Y esa calva en potencia se vuelve real.
Mi primer “Usted” lo recibí el día que me estrené como profesor universitario amateur. Con cara de pelado y veintitantos años me presenté ante un grupo de estudiantes pocos años menor que yo. “Por favor, tutéenme”, les dije haciéndome el profesor cool cuando una estudiante me ustedteó. No todos me hicieron caso. Algunos se empeñaron en asesinar mi juventud recurriendo al “Usted”. Cada año que regreso a dar mi clase, aumentan junto a mis canas, los Usted versus los tú. Y ya no hay marcha atrás.
Pero más que recibir el “Usted”, el problema está en decirlo. Sobre todo cuando uno transita los 30 se acentúa el dilema de cuando y con quien usarlo. Ya no eres tan pelado como para tratar de Usted a cualquier viejo de cuarenta para arriba. Ni tampoco eres tan viejo como para tutear a todo el mundo.
El tema se complica en las reuniones de negocios. Estamos todos sentados alrededor de una mesa. Hombres y mujeres en sus 20s, 30s, 40s, 50s, 60s. ¿Dónde trazamos la línea entre el tú y el Usted? ¿Tuteamos al gerente de cuarenta y ocho años y ustedtiamos al director de cincuenta y tres? ¿Cómo clasificar el trato con cada persona? Nadie ha escrito las reglas claras: “tutearás a quienes no te superen por más de 15 años, y tratarás con la formalidad del Usted al resto”.
Y cuando hay en la reunión una mezcla de esa sutil y subjetiva condición llamada estratos sociales la cosa se complica más. El uso del Usted ya no solo depende de la edad, sino que se basa también en la proximidad social percibida entre ambas partes. El tú nos acerca entre iguales, el Usted nos distancia. Entran en juego esas tan latinoamericanas percepciones que nos llevan también a la rápida decisión de saludarnos con beso o con la mano.
En esos momentos envidio a los gringos. Envidio el idioma inglés, tan sencillo, tan al grano. Todos son “you”. Tu amigo es “you”. Tu profesor de setenta años es “you”. Tu tío, tu abuelo, tu jefe, la señora de la tienda, todos “you, you, you”. Cero complicaciones. Y cero besos en las reuniones. Todos se dan la mano.
Pero bueno, con todas sus complicaciones y aunque te haga sentir viejo frente a esa chica de veinte años, el Usted tiene sus ventajas. Puede volver tus palabras más románticas, llenas de esa pasión que se rompe con el tú. Y sin el Usted, no podría hablarle a mi hija de dos años con el mismo cariño. Y qué sería de tantos lagarteros, serenatas de borrachera, y buenos momentos, sin poder cantar que “hasta la vida diera, por vencer el miedo, de besarla a Usted”.
* Publicado en revista SoHo de Mayo.
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